Una campaña civil (72 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Miles regresó a la mansión Vorkosigan para ponerse su mejor uniforme de la Casa, adornado con una cuidadosa selección de sus viejas condecoraciones militares que, por lo demás, no usaba nunca. Ekaterin le estaría observando desde el tercer círculo de testigos, en compañía de sus tíos y del resto de los Auditores Imperiales. Probablemente no la vería hasta que los votos terminaran, una idea que le hizo comprender qué tipo de ansiedad estaría sufriendo Gregor.

Los terrenos de la Residencia estaban llenos cuando regresó. Se reunió con su padre, Gregor, Drou y Kou, el conde Henri Vorvolk y su esposa, y el resto del primer círculo en su zona asignada, una de las salas públicas de la Residencia. La Virreina estaba ayudando a lady Alys en alguna parte. Ambas mujeres e Ivan llegaron cuando apenas faltaban unos minutos. Cuando la luz de la tarde veraniega encendía el aire, llevaron a la entrada oeste el caballo de Gregor, una hermosa bestia negra con brillantes adornos. Un soldado Vorbarra lo seguía con una yegua blanca igualmente hermosa, adecuada para Laisa. Gregor montó, con un aspecto impresionantemente imperial con su uniforme de gala rojo y azul, enternecedoramente nervioso. Rodeado por su grupo a pie, recorrió el terreno entre un pasillo de gente hasta los antiguos barracones, ahora convertidos en habitaciones de invitados, donde se alojaba la delegación komarresa.

Entonces le tocó a Miles llamar a la puerta y pedir con las frases rituales que trajeran a la novia. Desde las ventanas abiertas lo observaba un puñado de risueñas mujeres komarresas. Dio un paso atrás cuando salieron Laisa y sus padres. El vestido de novia, advirtió con la certeza de que le preguntarían luego, incluía una chaqueta de seda blanca con material fascinantemente brillante en diversas capas, una falda de seda blanca y botas de cuero blanco, y un tocado con guirnaldas de flores en cascada. Varios soldados Vorbarra, sonriendo tensos, se aseguraron de que el paquete entero montara sin incidentes en la plácida yegua (Miles sospechó que habían utilizado tranquilizantes equinos). Gregor espoleó su caballo para acercarse y tomar brevemente de la mano a Laisa; se sonrieron el uno a la otra, llenos de asombro mutuo. El padre de Laisa, un oligarca komarrés bajito y orondo, que nunca había estado cerca de un caballo en toda su vida para tener práctica, agarró con valentía las bridas y la cabalgata se abrió paso entre los pasillos de espectadores hasta el prado sur.

La ruta matrimonial estaba trazada en el suelo con semillas de avena de colores, cientos de kilos, según le habían hecho saber a Miles. El pequeño círculo central esperaba a la pareja, rodeado de una estrella de seis puntas para los testigos principales, y una serie de anillos concéntricos para los invitados. Primero la familia cercana y los amigos, luego los condes y las condesas, luego los altos cargos del Gobierno, los oficiales militares y los Auditores Imperiales, luego las delegaciones diplomáticas; después de eso, la gente se extendía hasta el límite de las murallas de la Residencia, y había más en la calle al otro lado. La cabalgata se dividió, los novios desmontaron y entraron en el círculo cada uno desde un extremo opuesto. Se llevaron a los caballos y entregaron a la Segunda de Laisa y a Miles bolsas de semillas con las que rociar el suelo hasta rodear a la pareja, cosa que consiguieron hacer sin que se les cayeran las bolsas, ni ponerse el calzado perdido de semillas.

Miles ocupó su sitio en el lugar asignado, sus padres y los padres de Laisa a cada lado, la amiga komarresa de Laisa y su Segunda al frente. Como él no tenía que recordar las líneas de Gregor, mató el tiempo mientras la pareja repetía las promesas (en cuatro idiomas) estudiando el placer de los rostros de los Virreyes. Nunca antes había visto a su padre llorar en público. Muy bien, una parte podía deberse al sentimentalismo del día, pero algo tenía que haber también de puro alivio político. Por eso tuvo él también que secarse los ojos, desde luego. Era un teatro público condenadamente efectivo, aquella ceremonia…

Tragando saliva, Miles dio un paso atrás para dispersar con el pie las semillas y abrir el círculo para que saliera la pareja de recién casados. Aprovechó su privilegio y posición para ser el primero en estrechar la mano de Gregor, y para alzarse de puntillas y besar la ruborizada mejilla de la novia. Y entonces, maldición, llegó la hora de la fiesta, se acabó lo que se daba y podía ir a buscar a Ekaterin entre toda aquella multitud. Se abrió paso entre la gente que sostenía puñados de semillas y las guardaba como recuerdo, alzando el cuello para intentar localizar a una mujer elegante vestida con un traje de seda gris.

Kareen se agarró del brazo de Mark y suspiró satisfecha. La ambrosía de arce era un
pelotazo
.

Kareen pensaba que Gregor había sido muy astuto al compartir los astronómicos gastos de su boda con sus primos. Cada Distrito había sido invitado a contribuir con un tenderete al aire libre, todos ellos repartidos por los terrenos de la Residencia, donde ofrecer toda la comida y bebida local (controlada, claro, por lady Alys y SegImp) que quisieran repartir entre los invitados. El efecto fue parecido a una Feria de Distrito, o más bien, una Feria de Distritos, pero la competición había sacado lo mejor de Barrayar. El tenderete del Distrito Vorkosigan tenía una situación privilegiada, en la esquina noroeste de la Residencia, justo al lado de un sendero que conducía a los jardines subterráneos. El conde Aral había donado un millar de litros del vino de su Distrito, una bebida tradicional y muy apreciada.

Y en una mesa colocada junto a la barra donde se servía el vino, lord Mark y Empresa MKV ofrecían a los invitados (¡tachá-á-án!) su primer producto alimenticio. Ma Kosti y Enrique, con chapas que indicaban Personal, dirigían a un equipo de criados de la mansión Vorkosigan para repartir generosas porciones de ambrosía de arce a los Altos Vor tan rápidamente como podían ir sirviendo. En el otro extremo de la mesa, decorado con flores, se exhibían en una jaula una docena de brillantes y nuevos Insectos Gloriosos, rojos y dorados, con una breve explicación, reescrita por Kareen para eliminar los detalles técnicos de Enrique y el descarado espíritu comercial de Mark, sobre cómo fabricaban la ambrosía. Muy bien, vale, nada de la manteca de cucaracha recién bautizada que estaba repartiendo había sido producida por los nuevos bichos, pero eso era simplemente un detalle secundario.

Miles y Ekaterin se abrían paso entre la multitud, seguidos por Ivan. Miles captó el ansioso saludo de Kareen y se dirigió hacia ella. Miles tenía la misma expresión de satisfacción de hacía dos semanas; Ekaterin, al ser ésta su primera fiesta en la Residencia Imperial, parecía un poco cortada. Kareen corrió a un lado, agarró una copa de ambrosía, y se la ofreció al trío.

—¡Ekaterin, les encantan los Insectos Gloriosos! Al menos media docena de mujeres han tratado de robarlos para ponérselos de adorno en el pelo, junto a las flores… Enrique tuvo que encerrarlos en una jaula antes de que perdiéramos más. Dijo que se suponía que eran una
exhibición
, no
muestras gratis
.

Ekaterin se echó a reír.

—¡Me alegro de haber podido curar la resistencia de vuestros clientes!

—Oh, desde luego. ¡Y con un debut como la boda del Emperador, todo el mundo los querrá! ¿Has probado ya la ambrosía de arce? ¿Miles?

—La he probado antes, gracias —dijo Miles, neutral.

—¡Ivan! ¡Tienes que probar esto!

Ivan hizo una mueca, vacilante, pero amablemente se llevó la cucharilla a la boca. Su expresión cambió.

—Guau, ¿qué le habéis echado a esto? Tiene fuerza —resistió el intento de Kareen por recuperar la taza.

—Hidromiel de arce —dijo Kareen, feliz—. Fue una inspiración de Ma Kosti. ¡Funciona de verdad!

Ivan tragó saliva, e hizo una pausa.

—¿Hidromiel de arce? ¿La bebida más repulsiva jamás creada por el hombre, destructora de tripas, propia de las guerrillas al ataque?

—Hace falta acostumbrarse —murmuró Miles.

Ivan dio otro bocadito.

—Combinada con el producto alimenticio más repugnante jamás inventado… ¿Cómo ha conseguido producir una cosa
así
?

Rebañó hasta el final de la suave pasta dorada, y miró la taza como si estuviera pensando darle un lametón.

—Impresionantemente eficaz, por cierto. Te sacias y te emborrachas, al mismo tiempo… ¡no me extraña que hagan cola!

Mark, sonriendo satisfecho, intervino.

—Acabo de tener una conversación privada con lord Vorsmythe. Sin entrar en detalles, puedo decir que nuestra escasez inicial de dinero parece resuelta de un modo u otro. ¡Ekaterin! Ahora estoy en posición de pagarte las acciones que te di a cambio del diseño de los bichos. ¿Qué te parece una oferta por el doble de su valor?

Ekaterin pareció entusiasmada.

—¡Eso es maravilloso, Mark! Y muy oportuno. Es más de lo que esperaba…

—Lo que quieres decir —interrumpió Kareen firmemente—, es
no, gracias
. ¡Conserva esas acciones, Ekaterin! Lo que tienes que hacer si necesitas dinero es ponerlas como garantía de un préstamo. Entonces, el año que viene, cuando el stock se haya multiplicado no sé cuántas veces, vende
algunas
de las acciones, zanja el préstamo, y quédate con el resto como inversión. Para cuando Nikki esté preparado, tal vez puedas costearle con eso la escuela de pilotos de salto.

—No tienes que hacerlo de esa forma… —empezó a decir Mark.

—Es lo que yo voy a hacer con mis acciones. ¡Voy a pagarme el regreso a la Colonia Beta!

No iba a tener que pedirles a sus padres ni un solo décimo de marco, una noticia que les había parecido un poco más sorprendente que halagadora. Luego intentaron ofrecerle una asignación de por vida, sólo para recuperar el equilibrio, pensaba Kareen, o posiblemente la ventaja. Ella había sentido un placer enorme al rechazarla dulcemente.

—Le dije a Ma Kosti que no vendiera tampoco.

Los ojos de Ekaterin chispearon.

—Comprendo, Kareen. En ese caso… gracias, lord Mark. Me pensaré tu oferta durante una temporadita.

Fastidiado, Mark gruñó entre dientes, pero, con la sardónica mirada de su hermano encima, no continuó su intento de acoso.

Kareen regresó a la mesa, donde Ma Kosti estaba abriendo otro barril de cinco litros de ambrosía de arce.

—¿Cómo vamos? —preguntó.

—A este ritmo, van a dejarnos sin nada dentro de una hora —informó la cocinera. Llevaba un delantal de encaje sobre su mejor vestido. Un gran y exquisito collar de orquídeas frescas, que le había regalado Miles, luchaba por espacio en su pecho junto a su placa de Personal. Había más de una manera de asistir a la boda del Emperador, por Júpiter…

—La manteca de cucaracha con hidromiel de arce ha sido una gran idea para aplacar a Miles —le dijo Kareen—. Es una de las pocas personas que conozco que bebe ese brebaje.

—Oh, no fue idea mía, Kareen, cielo —le dijo Ma Kosti—. Fue de lord Vorkosigan. Es dueño de las bodegas de hidromiel, sabes… Ya tiene puesto el ojo en alguna forma de canalizar más dinero para esa pobre gente de las Montañas Dendarii, creo.

La sonrisa de Kareen se hizo más amplia.

—Ya veo.

Miró a Miles, que continuaba conversando con su dama del brazo, fingiendo indiferencia hacia el proyecto de su hermano clónico.

Al atardecer, pequeñas luces de colores empezaron a destellar por todos los jardines y los terrenos de la Residencia, brillantes y festivas. Dentro de su jaula, los Insectos Gloriosos empezaron a agitar los caparazones y a chispear como en respuesta.

Mark contempló a Kareen, tan rubia y marfileña y coloradita y enteramente comestible, que regresaba de la mesa donde se servía manteca de cucaracha, y suspiró lleno de placer. Sus manos se encontraron en sus bolsillos los granos de semilla que le había insistido en que guardara para ella cuando se rompiera el círculo de la boda. Se los despegó de los dedos y extendió la mano hacia ella, preguntando:

—¿Qué vamos a hacer con todas estas semillas de avena, Kareen? ¿Plantarlas o algo?

—Oh, no —dijo ella, mientras la atraía hacia sí—. Son sólo de recuerdo. La mayoría de la gente las guarda en saquitos, y tratan de ofrecérselas a sus nietos algún día.
Yo estuve en la boda del Viejo Emperador, ¿sabes?

—Es un grano milagroso, ¿sabes? —dijo Miles—. Se multiplica. Mañana, o incluso esta noche, la gente venderá bolsitas de semillas de la boda a todos los incrédulos de Vorbarr Sultana. Toneladas y toneladas.

—En realidad —reflexionó Mark—, se podría hacer un negocio legítimo, con un poco de ingenuidad. Toma un puñado de semillas de la boda, mézclalas con un kilo de semillas de relleno, empaquétalas… el cliente seguirá teniendo semillas de la boda imperial, en cierto modo, pero irían mucho más lejos…

—Kareen —dijo Miles—, hazme un favor. Regístrale los bolsillos antes de que salga de aquí esta noche, y confisca toda semilla que encuentres.

—¡No estaba diciendo que yo fuera a hacerlo! —exclamó Mark, indignado. Miles le sonrió, y advirtió que acababa de picar. Sonrió, demasiado feliz por los acontecimientos de aquella noche para albergar ninguna emoción que no fuera
placidez
.

Kareen alzó la cabeza y Mark siguió su mirada para ver al comodoro con su traje de gala rojo y azul, y a la señora Koudelka con un vestido verde y ondulante como la Reina del Verano, que se dirigían hacia ellos. El comodoro se apoyaba en su bastón con bastante gallardía, pero tenía un aspecto curiosamente introspectivo en el rostro. Kareen fue a traer más muestras de ambrosía para invitarlos.

—¿Cómo les va? —saludó Miles a la pareja.

El comodoro replicó en abstracto:

—Estoy un poco, um. Un poco… um…

Miles alzó una ceja.

—¿Un poco um?

—Olivia acaba de anunciar su compromiso —dijo la señora Koudelka.

—Ya sabía yo que esto era horriblemente contagioso —dijo Miles, mirando a Ekaterin.

Ekaterin le devolvió una cálida sonrisa, y entonces les preguntó a los Koudelka:

—Enhorabuena. ¿Quién es el afortunado?

—Esa… um acostumbrarme a esa parte va a costarme trabajo —suspiró el comodoro.

—El conde Dono Vorrutyer.

Kareen llegó cargada de tazas de ambrosía a tiempo para oírlo; dio un saltito y soltó un grito de placer. Mark miró de reojo a Ivan, quien simplemente sacudió la cabeza y tomó más ambrosía. De todo el grupo, la suya fue la única voz que no estalló en un murmullo de sorpresa. Parecía sombrío, sí. Pero no sorprendido.

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