Una campaña civil (40 page)

Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
4.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bien, ¿cómo está el gordo?


Lord Mark
—respondió Pym con ligero énfasis—, al haber escapado a duras penas de los daños en su intento por consumir… —se detuvo, abrió la boca, mientras cambiaba de rumbo a mitad de la frase—, aunque estaba visiblemente deprimido por el desafortunado giro de los acontecimientos de hace dos noches, ha estado muy ocupado ayudando al doctor Borgos en la recuperación de sus bichos.

Kareen decodificó «visiblemente deprimido» sin dificultad.
Glotón ha aparecido. Probablemente, Aullido también
. Oh, demonios, y Mark que estaba controlando tan bien a la Banda Negra…

—Creo que hablo en nombre de todos los miembros del servicio Vorkosigan —continuó Pym—, si digo que todos deseamos que la señorita Kareen pueda regresar lo antes posible y restaurar el orden. Como carece de información acerca de lo que pasa en la familia del comodoro, lord Mark no ha sabido cómo actuar, pero eso debería poder remediarse ahora —sus párpados temblaron en una especie de guiño fantasma a Kareen. Ah, sí, Pym había sido miembro de SegImp y estaba orgulloso de ello: pensar en dos direcciones a la vez no era ningún misterio para él. Saltar a abrazarle las botas y gritar
¡Ayuda, ayuda! ¡Dile a Tante Cordelia que los locos de mis padres me tienen prisionera!
Sería completamente redundante, advirtió con satisfacción. La inteligencia tenía que correr.

—También —añadió Pym con el mismo tono neutro—, los montones de frascos de manteca de cucaracha del pasillo del sótano empiezan a ser un problema. Se le cayeron encima a una doncella ayer. La joven se molestó mucho.

Incluso la silenciosa Ekaterin abrió un poco los ojos al enterarse. Martya hizo una mueca. Kareen reprimió un gruñido.

Martya miró de reojo a Ekaterin, y añadió, un poco atrevida:

—¿Y cómo está el flaco?

Pym vaciló, siguió su mirada y, finalmente, respondió:

—Me temo que la crisis de las tuberías animó su vida sólo de manera temporal.

Esbozó una reverencia ante las tres damas, dejando que imaginaran la negrura estigia de un alma que podía considerar que cincuenta kilos de manteca de cucaracha en la tubería principal eran una mejora para su sombrío mundo.

—Señorita Martya, señorita Kareen, espero que podamos ver pronto a todos los Koudelka en la mansión Vorkosigan. Señora Vorsoisson, permítame retirarme, y disculpe cualquier inconveniente que haya podido causarle. Hablando sólo por mi propia casa, y por Arthur, ¿puedo preguntarle si Nikki tiene permiso para visitarnos?

—Sí, por supuesto —dijo Ekaterin débilmente.

—Buenas noches, entonces.

Se llevó la mano a la frente, y salió por la verja del jardín para perderse en el estrecho espacio entre las casas.

Martya sacudió la cabeza, asombrada.

—¿Dónde encuentran los Vorkosigan a su gente?

Kareen se encogió de hombros.

—Supongo que consiguen a la flor y nata del Imperio.

—Igual que un montón de Altos Vor, pero no tienen a ningún Pym. Ni a una Ma Kosti. Ni a…

—He oído que Pym vino recomendado personalmente por Simon Illyan, cuando era jefe de SegImp —dijo Kareen.

—Oh, ya veo. Hacen trampa. Eso lo explica.

Ekaterin extendió la mano para tocar su chaquetilla, debajo de la cual permanecía oculto aquel fascinante sobre color crema, pero para gran decepción de Kareen no lo sacó ni lo abrió. Sin duda no lo iría a leer delante de sus invitadas. Era, por tanto, hora de marcharse.

Kareen se puso en pie.

—Ekaterin, muchísimas gracias. Me has ayudado más que nadie…


de mi propia familia
, consiguió no decir. No tenía sentido molestar deliberadamente a Martya, cuando había accedido a aquella alianza parcial y a regañadientes contra la oposición paterna.

—Y hablo completamente en serio en lo de rediseñar las cucarachas. Llámame en cuanto tengas algo preparado.

—Tendré algo mañana, te lo prometo. —Ekaterin acompañó a las hermanas hasta la puerta y la cerró tras ellas.

Al fondo de la manzana, fueron más o menos emboscadas por Pym, que esperaba apoyado contra el vehículo blindado.

—¿La ha leído? —preguntó ansiosamente.

Kareen dio un codazo a Martya.

—No delante de nosotras, Pym —dijo Martya, poniendo los ojos en blanco.

—Uf. Maldición. —Pym contempló la fachada de la casa de lord Vorthys, medio oculta por los árboles—. Esperaba… maldición.

—¿Cómo está Miles, de verdad? —preguntó Martya, siguiendo su mirada. Ladeó la cabeza.

Pym se rascó ausente la nuca.

—Bueno, ha superado los vómitos y los gemidos. Ahora le ha dado por vagabundear por la casa murmurando para sí, cuando no hay nada que lo distraiga. Se muere por entrar en acción, diría yo. La manera en que se enfrentó al problema de las tubería fue aterradora. Desde mi punto de vista, compréndanme.

Kareen lo comprendía. Después de todo, dondequiera que Miles se lanzara, Pym se vería obligado a seguirlo. No era extraño que todo el personal de Miles observara el cortejo conteniendo el aliento. Imaginó las conversaciones en las habitaciones del servicio:
Por el amor de Dios, ¿no puede alguien tendérsela en la cama, antes de que nos vuelva locos a todos?
Bueno, no, casi todos los hombres de Miles estaban hechizados por él y, probablemente, no lo dirían en términos tan burdos. Pero apostaba a que el significado era ése.

Pym abandonó su futil vigilancia de la casa de la señora Vorsoisson y se ofreció a llevar a las hermanas; Martya, posiblemente previendo que tendría que dar explicaciones a sus padres, declinó amablemente la oferta. Pym se marchó. Escoltada por su carabina personal, Kareen se marchó en la dirección contraria.

Ekaterin regresó despacio a la mesa de la cocina y se sentó de nuevo. Sacó el sobre del bolsillo y le dio la vuelta para mirarlo. El papel de color crema tenía un grosor y un peso impresionantes. La solapa trasera tenía grabado el sello de los Vorkosigan, un poco apartado del centro. No era impreso. Alguien lo había puesto a mano. Él. Una mancha de pigmento rojizo, como un pulgar, llenaba los tramados y resaltaba el dibujo, siguiendo el estilo de los altos Vor, más formal que un sello de cera. Ekaterin se llevó el sobre a la nariz, pero, si quedaba algún olor de él, era demasiado débil para captarlo.

Suspiró, llena de cansancio anticipado, y abrió la carta con cuidado. Como la dirección, la hoja de dentro estaba escrita a mano.

»Querida señora Vorsoisson —empezaba—. Lo siento.

»Éste es el undécimo borrador de esta carta. Todos han empezado con esas dos palabras, incluso la horrible versión rimada, así que supongo que sirven.

La mente de Ekaterin se detuvo. Por un momento, sólo pudo preguntarse quién vaciaba sus papeleras y si sería sobornable. Pym, probablemente, y seguro que no. Apartó la visión de su mente y continuó leyendo.

»Una vez me pidió usted que no le mintiera nunca. Muy bien. Le diré la verdad ahora, aunque no sea lo más inteligente, ni lo más apropiado.

»Traté de robarla, de tender una emboscada y apresar lo que pensé que nunca podría ganar o que nunca se me entregaría. No era usted una nave que abordar, pero no se me ocurrió ningún otro plan más que el subterfugio y la sorpresa. Aunque no una sorpresa tan grande como la que sucedió en la cena. La revolución empezó antes de tiempo porque el idiota conspirador reveló su bombardeo sorpresa y encendió el cielo con sus intenciones. A veces esos accidentes acaban en nuevas naciones, pero con más frecuencia acaban mal, con ahorcamientos y decapitaciones. Y gente huyendo en la noche. No puedo lamentar haberle pedido que se case conmigo, porque ésa fue la parte auténtica de todo el humo y el fragor, pero me siento fatal por habérselo preguntado de tan mala manera.

»Aunque hubiera cumplido mi palabra con usted, al menos debería haber tenido el detalle de no decírselo a nadie, hasta que hubiera tenido usted el año de gracia y descanso que había pedido. Pero me aterró que eligiera primero a otro.»

¿Qué
otro
se imaginaba que iba a elegir, por el amor de Dios? Ella no quería a ninguno. Vormoncrief era imposible. Byerly Vorrutyer ni siquiera pretendía ser serio. ¿Enrique Borgos?
Puaff
. El mayor Zamori, bueno, Zamori parecía bastante agradable. Pero era aburrido.

Se preguntó cuándo no ser aburrido se había convertido en su primer criterio para seleccionar pareja. ¿Unos diez minutos después de conocer a Miles, tal vez? Maldito fuera, por estropear su gusto. Y su juicio. Y… y…

Siguió leyendo.

»Así que utilicé el jardín como señuelo para acercarme a usted. Deliberada y conscientemente, di forma a una trampa con el deseo de su corazón. Por esto lo siento muchísimo. Estoy avergonzado.

»Se había ganado usted la oportunidad de crecer. Me gustaría fingir que no veía que habría un conflicto de intereses por mi parte al ser yo quien le diera la oportunidad, pero sería otra mentira. Pero me volvía loco verla caminar a pasitos cortos, cuando podría hacerlo a saltos. Sólo hay un breve momento de apogeo para hacer eso, en la mayoría de las vidas.

»La amo. Pero anhelo y ansío mucho más que su cuerpo. Quería poseer el poder de sus ojos, la manera en que ven unas formas y una belleza que no estaban allí antes y las sacan de la nada para darle solidez. Quería poseer el honor de su corazón, imbatido por los viles horrores de aquellas horas espantosas en Komarr. Quería su valor y su voluntad, su cautela y serenidad. Quería, supongo, su alma, y eso era querer demasiado.»

Ella soltó la carta, aturdida. Después de tomar aire unas cuantas veces, la cogió de nuevo.

»Quería darle una victoria. Pero la naturaleza esencial del triunfo es que no puede regalarse. Hay que ganárselo, y cuanto peor sea la probabilidad y más feroz la resistencia, mayor es el honor. Las victorias no pueden ser regalos.

»Pero los regalos pueden ser victorias, ¿no? Es lo que usted dijo. El jardín podría haber sido su regalo, una dote de talento, habilidad y visión.

»Sé que ya es demasiado tarde, pero quería decir que habría sido usted una victoria digna de nuestra Casa.

»Siempre a sus órdenes, Miles Vorkosigan.

Ekaterin apoyó la frente contra su mano y cerró los ojos. Recuperó de nuevo el control de su respiración al cabo de un rato.

Se enderezó y releyó la carta a la luz mortecina. Dos veces. No pedía, ni exigía ni parecía esperar respuesta. Bien, porque ella dudaba de poder coordinar dos frases coherentes ahora mismo. El tono de la carta no era sólo sincero, era
desnudo
.

Con el dorso de la mano sucia, se limpió las lágrimas de los ojos para que se enfriaran y evaporaran en sus mejillas caldeadas. Le dio la vuelta al sobre y contempló de nuevo el sello. En la Era del Aislamiento, esos sellos grabados se manchaban con sangre, para indicar la expresión personal de lealtad de un lord. Después se habían inventado pigmentos para frotar las marcas, en una gama de colores de diversos significados a la moda. Rojo vino y púrpura eran populares para las cartas de amor, rosa y azul para los anuncios de nacimientos, negro para notificar las defunciones. Este sello era del color más conservador y tradicional, marrón rojizo.

El motivo para eso, advirtió Ekaterin con un parpadeo confuso, era porque era sangre. ¿Algo melodramático que Miles había hecho conscientemente, o pura rutina, sin pensar? Ella no tenía la menor duda de que él era perfectamente capaz de vivir en melodrama. De hecho, empezaba a sospechar que se regodeaba en él, cuando tenía la oportunidad. Pero de pronto tuvo la horrible convicción, al mirar la mancha e imaginarlo pinchándose el pulgar y aplicándolo, que para él fue algo tan natural y original como respirar. Apostaba a que incluso tenía una de esas dagas con el sello oculto en la empuñadura para ese propósito, como solían llevar los altos señores. Se podían comprar imitaciones en las tiendas de antigüedades y recuerdos, con las hojas de metal blandas y romas porque nadie tenía ya que testificar con sangre. Las dagas con sello auténticas de la Era del Aislamiento, en las raras ocasiones en que aparecían en el mercado, debían de valer cientos de miles de marcos.

Miles probablemente usaba la suya como abrecartas, o para limpiarse las uñas.

¿Y cuándo había abordado alguna vez una nave? De pronto estuvo razonablemente segura de que no se había sacado esa comparación de la manga.

Una risita irresistible escapó de sus labios. Si alguna vez lo volvía a ver diría:
La gente que ha estado en Operaciones Encubiertas no debería escribir cartas bajo los efectos de la pentarrápida
.

Aunque si de verdad él sufría un virulento ataque de sinceridad, ¿qué había de esa parte que decía La amo? Le dio la vuelta a la carta, y leyó de nuevo esa parte. Cuatro veces. Las letras tensas, cuadradas y claras parecieron agitarse ante sus ojos.

Pero faltaba algo, advirtió mientras leía la carta una vez más. Había confesiones de sobra, pero en ningún sitio aparecía una súplica de perdón, absolución, penitencia, ni pedía visitarla o volverla a ver. Ninguna petición de que respondiera de alguna forma. Era muy extraño, ese cese. ¿Qué significaba? Si era algún tipo de extraño código de SegImp, bueno, ella no sabía descifrarlo.

Tal vez no pedía perdón porque no esperaba que fuese posible obtenerlo. Parecía una extraña forma de contentarse… ¿o era demasiado arrogante para suplicar? ¿Orgullo, o desesperación? ¿Qué? Aunque suponía que podían ser ambas cosas.
¡A la venta ahora!
, saltó su mente,
¡esta semana solamente, dos pecados por el precio de uno!
Eso… eso parecía muy típico de Miles, en cierto modo.

Recordó sus antiguas y amargas discusiones domésticas con Tien. Cómo odiaba aquel horrible baile entre la ruptura y la reconciliación; cuántas veces ella se había venido abajo. Si al final iban a acabar perdonándose, ¿por qué no hacerlo de inmediato y ahorrarse días de tensión y dolor de estómago? Directo del pecado al perdón, sin pasar por los pasos intermedios de arrepentimiento y restablecimiento… Sólo avanzar, sólo hacerlo. Pero no avanzaron mucho. Siempre parecían volver al punto de partida. Tal vez por eso el caos siempre parecía repetirse en un bucle infinito. Tal vez no habían aprendido lo suficiente, dejándose las partes difíciles.

Cuando cometías un error de verdad, ¿cómo continuabas? ¿Cómo salías directamente del bache en el que te encontrabas, y conseguías no volver jamás? Porque nunca se volvía atrás. El tiempo borraba las huellas de camino tras tu paso.

Other books

Perelandra by C. S. Lewis
Baby Be Mine by Paige Toon
Probation by Tom Mendicino
Tess and the Highlander by May McGoldrick
Say Goodbye by Lisa Gardner
Retreat by Liv James
Brotherly Love by Pete Dexter
Witness Protection by Barb Han