Una campaña civil (38 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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—Todavía no tengo una redactora —suspiró Miles—. Gregor no me ha dado trabajo suficiente para justificar una.

—Como el trabajo del Auditor se basa en crisis imprevisibles por todo el Imperio, no puedo desearte suerte —dijo el conde—. Pero sin duda las cosas se animarán después de la boda. Que tendrá una crisis menos gracias al buen trabajo que hiciste en Komarr, he de añadir.

Alzó la mirada y su padre le dirigió un gesto de comprensión: sí, los Virreyes de Sergyar estaban decididamente al tanto de los últimos acontecimientos en Komarr. Gregor sin duda había enviado una copia del informe confidencial de Miles para que el Virrey lo leyera.

—Bueno… sí. Como poco, si los conspiradores hubieran mantenido el plan original, ese día habrían muerto varios miles de personas inocentes. Creo que eso habría enturbiado los festejos.

—Entonces te has ganado un poco de tiempo libre.

La condesa pareció reflexionar durante un momento.

—¿Y qué se ha ganado la señora Vorsoisson? Su tía nos describió los hechos. Parece que fue una experiencia aterradora.

—La gratitud pública del Imperio es lo que debería haberse ganado —dijo Miles, con recordado agravio—. En cambio, ha quedado enterrada bajo las medidas de SegImp. Nadie lo sabrá nunca. Todo su valor, todos sus movimientos fríos y astutos, todo su maldito
heroísmo
, maldición, fueron hechos… desaparecer. No es justo.

—En una crisis uno hace lo que tiene que hacer —dijo la condesa.

—No —Miles la miró—. Algunos lo hacen. Otros sólo se pliegan. Los he visto. Conozco la diferencia. Ekaterin… nunca se plegará. Puede recorrer la distancia, puede tomar la velocidad adecuada. Ella… ella lo hará.

—Dejando aparte de si estamos hablando de una mujer o de un caballo —dijo la condesa.
Maldición, Mark había dicho prácticamente lo mismo
, ¿qué pasaba con todos los familiares más íntimos de Miles?—, todo el mundo tiene su punto débil, Miles. Su vulnerabilidad mortal. Algunos lo tienen en un sitio particular, sin embargo.

Los condes se dirigieron otra de esas Miradas Telepáticas. Era enormemente molesto. Miles se rebulló, envidioso.

Recuperó los fragmentos dispersos de dignidad que le quedaban y se levantó.

—Disculpadme. Tengo que… regar una planta.

Pasó treinta minutos dando vueltas por el jardín pelado, con la mano temblorosa y el cubo goteándole en los dedos, hasta encontrar la maldita planta. En su maceta, el skellytum parecía fuerte, pero allí fuera tenía un aspecto de desamparo: un fragmento de vida del tamaño de su pulgar en medio de un acre de esterilidad. También parecía preocupantemente flácido. ¿Estaba marchito? Vació la regadera. El agua creó una mancha oscura en el suelo rojizo, que empezó a evaporarse y desaparecer demasiado rápido.

Trató de imaginar la planta plenamente crecida, de cinco metros de altura, con el tronco central del tamaño y la forma de un luchador de sumo, sus ramas como tentáculos extendiéndose con sus claras curvas enroscadas. Luego trató de imaginarse a sí mismo con cuarenta y cinco o cincuenta años, que era la edad a la que tendría que llegar para ver esa imagen. ¿Sería un solterón solitario y retorcido, excéntrico, encogido, inválido, asistido sólo por sus aburridos soldados? ¿O un orgulloso, aunque estresado, padre de familia con una mujer morena, serena y elegante del brazo y media docena de hijos hiperactivos detrás? Tal vez… tal vez la hiperactividad pudiera eliminarse con la limpieza genética, aunque estaba seguro de que sus padres lo acusarían de hacer trampa…

Discúlpate
.

Regresó a su estudio de la mansión Vorkosigan, donde se sentó para redactar, a través de una docena de borradores, la mejor maldita
disculpa
que nadie hubiera escuchado jamás.

11

Kareen se apoyó en la barandilla del porche de la casa del lord Auditor Vorthys y contempló preocupada las cortinas echadas tras los cristales de la gran puerta principal.

—Tal vez no hay nadie en casa.

—Ya te dije que tendríamos que haber llamado antes de venir —le reprochó Martya. Pero entonces oyeron un rápido rumor de pasos dentro (sin duda no de la profesora) y la puerta se abrió de golpe.

—Oh, hola, Kareen —dijo Nikki—. Hola, Martya.

—Hola, Nikki —dijo Martya—. ¿Está tu mamá en casa?

—Sí, por favor. Si no está demasiado ocupada.

—No, sólo está entretenida con el jardín. Seguid todo recto —señaló en dirección al fondo de la casa, y volvió a subir las escaleras.

Tratando de no parecer una intrusa, Kareen condujo a su hermana a través del pasillo y la cocina hasta la puerta trasera. Ekaterin estaba de rodillas junto a un lecho de flores, recortando hierbajos. Las plantas que iba eliminando se amontonaban junto a ella, con raíces y todo, en filas que parecían de prisioneros ejecutados. Se marchitaban bajo el sol poniente. Colocó otro cadáver verde al final de la hilera. Parecía terapéutico. Kareen deseó tener algo que matar también. Además de a Martya.

Ekaterin alzó la cabeza al oír sus pasos y el fantasma de una sonrisa iluminó su pálido rostro. Clavó la pala en la tierra y se puso en pie.

—Oh, hola.

—Hola, Ekaterin. —Como no quería saltar demasiado pronto al tema de su visita, Kareen añadió, agitando la mano—: Qué bonito.

Árboles y paredes cubiertas de enredaderas convertían al pequeño jardín en un refugio privado en mitad de la ciudad.

Ekaterin siguió su mirada.

—Era mi afición cuando estuve de estudiante, hace años. La tía Vorthys lo ha cuidado, más o menos. Hay unas cuantas cosas que haría de manera diferente ahora… Bueno —indicó las bonitas sillas de hiero forjado y la mesa—, ¿no queréis sentaros?

Martya aprovechó la invitación y se sentó, y apoyó la barbilla en sus manos con un suspiro de alivio.

—¿Os apetece beber algo? ¿Té?

—Gracias —dijo Kareen, sentándose también—. Nada de beber, gracias.

En aquella casa no había sirvientes para encargarse de esas cosas; Ekaterin tendría que salir y rebuscar en la cocina con sus propias manos para atender a sus invitadas. Y las hermanas tendrían que preguntarse si había que seguir las normas de la gente corriente y correr a ayudarla, o cumplir las normas de los Altos Vor pobres y quedarse sentadas y esperar y fingir que no se daban cuenta de que no había ningún criado. Además, acababan de comer, y la cena todavía pesaba como una piedra en el estómago de Kareen, aunque apenas había probado bocado.

Kareen esperó hasta que Ekaterin estuvo sentada para iniciar con cautela la conversación:

—Me he pasado por aquí para averiguar… quiero decir, me preguntaba si sabías algo de… ¿de la mansión Vorkosigan?

Ekaterin se envaró.

—No. ¿Tendría que saber algo?

—Oh.

¿Qué, el monomaníaco Miles no se había presentado ante ella ya? Kareen lo había imaginado ante la puerta de Ekaterin a la mañana siguiente, lanzando propaganda de control de daños como un loco. No es que Miles fuera tan irresistible (ella, por ejemplo, siempre lo había encontrado bastante resistible, al menos en el sentido romántico, aunque él nunca le había prestado demasiada atención), pero era sin duda el ser humano más
implacable
que había conocido. ¿Qué estaba haciendo todo aquel tiempo? Su ansiedad creció.

—Pensé… esperaba… estoy horriblemente preocupada por Mark, verás. Han pasado casi dos días. Esperaba que tú hubieras… oído algo.

El rostro de Ekaterin se suavizó.

—Oh, Mark. Por supuesto. No. Lo siento.

Nadie se preocupaba lo suficiente por Mark. Las fragilidades y flaquezas de su personalidad tan duramente ganada eran invisibles para todos ellos. Lo habían cargado con presiones y exigencias imposibles como si fuera, bueno, como si fuera Miles, y daban por supuesto que nunca se quebraría…

—Mis padres me han prohibido llamar a nadie de la mansión Vorkosigan, o acudir allí y eso —explicó Kareen, tensa—. Insistieron en que les diera mi palabra antes de dejarme salir de casa. Y luego me cargaron con una carabina —hizo un gesto con la cabeza para indicar a Martya, que parecía casi tan amargada como ella.

—No ha sido idea mía hacerte de guardaespaldas —protestó Martya—. ¿He tenido voto? No.

—Papá y mamá, sobre todo papá, han vuelto a la Era del Aislamiento en este tema. Es una locura. Se pasan el tiempo diciéndote que crezcas, y cuando lo haces intentan detenerte. Y que encojas. Es como si quisieran criocongelarme a la edad de doce años para siempre. O volver a meterme en el replicador y cerrar la tapa —Kareen se mordió el labio—. Y ya no quepo allí, gracias.

—Bueno —dijo Ekaterin, con cierto humor compasivo—, al menos allí estarías a salvo. Puedo comprender la tentación paternal de esa medida.

—Estás empeorando las cosas, sabes —le dijo Martya a Kareen, con aire de crítica fraternal—. Si no te hubieras comportado como una loca al encerrarte en el desván, apuesto a que no se habrían puesto tan severos.

Kareen le enseñó los dientes.

—En eso hay algo que funciona en ambas direcciones —dijo Ekaterin suavemente—. No hay mejor garantía para alguien que empiece a actuar como un niño que tratarlo como si lo fuera. Es irritante. Tardé muchísimo tiempo en descubrir cómo no caer en esa trampa.

—Sí, exactamente —dijo Kareen, ansiosa—. ¡Lo comprendes! Entonces… ¿cómo los hiciste parar?

—No se puede, en realidad… sean quienes sean —dijo Ekaterin lentamente—. Ser adulto no es un premio que te dan por ser buena chica. Puedes malgastar… años, intentando que alguien te tenga respeto, como si fuera una especie de ascenso o de aumento de sueldo. Sólo si haces lo suficiente, si eres lo
bastante buena
. No. Tienes simplemente que… tomarlo. Dártelo a ti misma, supongo. Di,
lamento que pienses así
, y márchate. Pero es difícil.

Ekaterin levantó la mirada de su regazo, donde sus manos habían empezado a frotar ausentes la tierra del patio que las manchaba, y se acordó de sonreír. Kareen sintió un extraño escalofrío. No era sólo su reserva lo que hacía que en ocasiones Ekaterin fuera misteriosa. La mujer se hundía y se hundía, como un pozo hacia el centro del mundo. Kareen apostó a que ni siquiera Miles podría hacerla bailar a su voluntad y capricho.

¿Es muy difícil marcharse?

—Están a esto —separó el pulgar y el índice apenas unos milímetros —de decirme que tengo que elegir entre mi familia y mi amante. Y eso me da miedo, y me pone furiosa. ¿Por qué no puedo tener a ambos? ¿Sería demasiado pedir? Dejando aparte que sería una culpa horrible que echarle encima al pobre Mark: él sabe cuánto significa mi familia para mí. Una familia es algo que él no tuvo, mientras crecía, y tiene una idea romántica acerca del asunto.

Sus manos dieron un golpe sobre el mantel.

—Todo se reduce al maldito dinero. Si yo fuera una adulta de verdad, tendría mis propios ingresos. Y podría marcharme, y ellos sabrían que puedo, y tendrían que retractarse. Creen que me tienen atrapada.

—Ah —dijo Ekaterin débilmente—. Eso. Sí. Eso es muy real.

—Mamá me acusó de pensar sólo a corto plazo, ¡pero no es cierto! El proyecto de la manteca de cucaracha… es como ir al colegio otra vez, privarme a corto plazo para disfrutar a lo grande al final. He estudiado los análisis que Mark hizo con Tsipis. No es un plan para hacerse-rico-rápido. Es un plan para hacerse-rico-a-lo-grande. Papá y mamá no tienen ni idea de hasta qué punto. Creen que he pasado el tiempo jugueteando con Mark, pero me he estado partiendo la espalda, y sé exactamente por qué. Mientras tanto, tengo más de un mes de paga en acciones en el sótano de la mansión Vorkosigan,
¡y no sé qué está pasando allí!

Sus dedos se pusieron blancos cuando agarró el borde de la mesa, y tuvo que detenerse para respirar.

—Entonces ¿tampoco sabes nada del doctor Borgos? —le preguntó con cautela Martya a Ekaterin.

—Pues… no.

—Casi sentí lástima por él. Intentaba con tantas ganas agradar… Espero que Miles no haya matado de verdad todos sus bichos.

—Miles nunca amenazó con matarlos a todos —señaló Kareen—. Sólo los que escaparon. En cuanto a mí, ojalá lo hubiera estrangulado. Lamento que lo detuvieras, Ekaterin.

—¡Yo! —los labios de Ekaterin se torcieron, divertidos.

—Venga, Kareen —la reprendió Martya—, ¿sólo porque el hombre le reveló a todo el mundo que eras una heterosexual practicante? Creo que no jugaste bien, considerando todas las posibilidades betanas. Si te hubieras pasado las últimas semanas dando las pistas adecuadas, podrías haber hecho que papá y mamá cayeran de rodillas agradecidos de que sólo estuvieras liada con Mark. Aunque me sorprende tu gusto en hombres.

Lo que Martya no sepa sobre mi muestreo de las posibilidades betanas no me hará daño
, decidió Kareen firmemente.

—O entonces me habrían encerrado de verdad en el desván.

Martya no le hizo caso.

—El doctor Borgos estaba aterrorizado. Es injusto dejar caer a una persona normal en la mansión Vorkosigan con Stan y Oliver y esperar que sepa comportarse.

—¿Stan y Oliver? —inquirió Ekaterin.

Kareen, que había oído la broma antes, le dirigió la mueca que se merecía.

—Um —Martya tuvo el detalle de parecer cortada—. Era un chiste que corría por ahí. Me lo contó Ivan. —Como Ekaterin siguió mirándola, añadió, reacia—. Ya sabes… El Gordo y el Flaco.

—Oh —Ekaterin no se rió, aunque sonrió brevemente; parecía estar digiriendo aquel comentario como si no estuviera segura de si le agradaba el regusto.

—¿Crees que Enrique es normal? —le dijo Kareen a su hermana, arrugando la nariz.

—Bueno… al menos no es el típico teniente lord Vor-soy-el-regalo-de-Dios-para-las-mujeres que normalmente conocemos en Vorbarr Sultana. No te acorrala en un rincón y te habla interminablemente de historia y ordenanzas militares. Te acorrala en un rincón y te habla interminablemente de biología. ¿Quién sabe? Puede que sea un buen marido.

—Sí, si a su esposa no le importa disfrazarse de cucaracha mantequera para atraerlo a la cama —se burló Kareen. Hizo antenas con los dedos y los agitó ante Martya.

Martya hizo una mueca de desagrado, pero continuó diciendo:

—Creo que es de los que necesitan una esposa emprendedora, para que pueda trabajar catorce horas al día en su laboratorio.

Kareen bufó.

—Será mejor que ella tome el control de inmediato. Sí, Enrique tiene ideas biotécnicas igual que la gata
Zap
tiene gatitos, pero casi seguro que, sea cual sea el beneficio que obtiene de ellas, lo perderá.

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