Una campaña civil (36 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Era consciente de que estaba pegajoso, y le picaba todo, y necesitaba orinar y lavarse. Y tenía la acuciante obligación de ayudar a Enrique a buscar su reina perdida, antes de que ella y sus retoños construyeran un nido en las paredes y empezaran a crear
más
cucarachas mantequeras Vorkosigan. Pero saltó hacia su comuconsola, se sentó torpemente y pulsó el código de la residencia Koudelka.

Preparó rápidamente cuatro planteamientos distintos para usar dependiendo de si el comodoro, la señora Koudelka, Kareen o una de sus hermanas respondían al vid. Kareen no lo había llamado aquella mañana: ¿estaba dormida, cabreada, castigada? ¿La habían encerrado sus padres en casa? O peor, ¿la habían echado a la calle? Espera, no, eso sería lo mejor: podría venirse a vivir aquí…

Sus ensayos subvocalizados fueron en vano.
Llamada no aceptada
parpadeó en malignas letras rojas, como una mancha de sangre que reptara sobre la placa vid. El programa de reconocimiento de voz lo había eliminado.

Ekaterin tenía un terrible dolor de cabeza.

Era por todo el vino de la noche anterior, decidió. Lo habían servido en cantidades sorprendentes, desde el espumoso en la biblioteca a los distintos vinos que acompañaban cada uno de los cuatro platos de la cena. No tenía idea de cuánto había bebido exactamente. Pym había llenado su copa sistemáticamente cada vez que el nivel bajaba de los dos tercios. Más de cinco vasos, al menos. ¿Siete? ¿Diez? Su límite habitual eran dos.

Era increíble que hubiera podido marcharse de aquel comedor caluroso sin desplomarse: pero claro, de haber estado sobria, ¿habría tenido el valor —o los malos modales —de hacerlo?
Valiente deshonra, ¿eh?

Se pasó las manos por el pelo, se frotó el cuello, abrió los ojos y apartó la frente de la fría superficie de la comuconsola de su tía. Todos los planos y notas para el jardín barrayarés de lord Vorkosigan estaban ahora organizados de manera clara y lógica, reseñados en un índice. Cualquiera (bueno, cualquier jardinero que supiera lo que estaba haciendo) podría seguirlos y completar el trabajo. La suma final de todos los gastos se incluía al final. La cuenta de crédito en funcionamiento había sido equilibrada, cerrada y anulada. Sólo tenía que pulsar «Enviar» en la comuconsola para que todo quedara borrado de su vida para siempre.

Buscó el exquisito modelo de Barrayar en su cadena de oro, amontonado junto a la placa de vid, y lo dejó girar ante sus ojos. Se echó atrás en la silla y lo contempló, junto a todos los recuerdos a él unidos como cadenas invisibles. Oro y plomo, esperanza y temor, triunfo y dolor… Entrecerró los ojos y todo se volvió un borrón.

Recordó el día en que Miles lo compró, en su absurdo viaje a la cúpula komarresa en que acabó mojado, el rostro iluminado de regocijo. Recordó el día en que se lo regaló, en la habitación de hospital de la estación de tránsito, después de la derrota de los conspiradores. El
Premio del lord Auditor Vorkosigan por hacer su trabajo más fácil
, lo había bautizado él, con sus ojos grises haciéndole chiribitas. Pidió disculpas porque no era la medalla de verdad que cualquier soldado hubiese ganado por hacer menos de lo que ella había hecho en aquella horrible noche-ciclo. No era un regalo. O si lo era, ella se había equivocado al aceptarlo, porque era demasiado caro. Aunque él sonreía como un loco, y tía Vorthys no parpadeó siquiera. Era, por tanto, un premio. Ella se lo había ganado, y había pagado por ello con magulladuras y terror y actos movidos por el pánico.

Es mío. No renunciaré a él
. Con el ceño fruncido, se pasó la cadena por encima de la cabeza y metió el planeta colgante por dentro de su blusa negra, tratando de no sentirse como una niña culpable que esconde una galleta robada.

Su ardiente deseo de regresar a la mansión Vorkosigan y arrancar su retoño de skellytum, tan cuidadosa y orgullosamente plantado hacía unas pocas horas, se había consumido poco después de la media noche. Para empezar habría tenido que burlar la seguridad de la mansión si entraba en medio de la oscuridad. Pym, o Roic, podrían dispararle, y menudo apuro, pobres tipos. Y luego la habrían llevado dentro, donde… la furia, los efectos del vino y su imaginación exaltada se habían agotado cerca del amanecer, convertido todo por fin en lágrimas secretas y apagadas contra su almohada cuando la casa ya llevaba largo rato en silencio y podía esperar un poquito de intimidad.

¿Por qué molestarse siquiera? A Miles no le importaba el skellytum… ni siquiera había salido a
mirarlo
la noche anterior. Ella llevaba quince años arrastrando de un lado a otro aquella fea cosa, de un modo u otro, desde que heredó el bonsai de setenta años de su tía abuela. Había sobrevivido a la muerte, el matrimonio, una docena de traslados, más muerte, otros cinco saltos de agujero de gusano y dos trasplantes. Tenía que estar tan agotado como ella. Que se quedara allí y se pudriera, o que se secara y se lo llevara el viento, fuera cual fuese su destino. Al menos lo había traído a Barrayar para que terminara de morir. Suficiente. Se había acabado para ella. Para siempre.

Recuperó en la comuconsola las instrucciones del jardín y añadió un apéndice sobre el complicado riego del skellytum después del trasplante y sus necesidades de abono.

—¡Mamá! —la voz aguda y excitada de Nikki le hizo dar un respingo.

—No… no
pises
tan fuerte, querido —se giró en la silla y le sonrió tristemente a su hijo. Estaba agradecida por no haberlo llevado a la velada de la debacle, aunque lo imaginaba ayudando entusiasmado al pobre Enrique en su caza de cucarachas mantequeras. Pero si Nikki hubiera estado presente, ella no se podría haber marchado, abandonándolo. Ni se lo podría haber llevado, en medio del postre y sin duda entre asombradas protestas. Habría tenido que quedarse clavada a la silla, como una buena madre, soportando el pesado tormento social que pudiera haberse desarrollado luego.

Él se situó a su lado y le preguntó entre saltitos:

—Anoche, ¿decidiste con lord Vorkosigan cuándo va a llevarme a Vorkosigan Surleau para aprender a montar a caballo? Dijiste que lo harías.

Había llevado a Nikki varias veces, cuando ninguno de sus tíos podía quedarse con él en casa. Lord Vorkosigan se había ofrecido generosamente a dejarle corretear por la mansión esos días, e incluso había traído al hijo menor de Pym, Arthur, para que sirviera de compañero de juegos. Ma Kosti había ganado el estómago, su corazón y su lealtad total en muy poco tiempo; el soldado Roic había jugado con él, y Kareen le había dejado ayudarla en el laboratorio. Ekaterin casi había olvidado aquella invitación casual que le había hecho lord Vorkosigan cuando le entregó a Nikki al final de un día de trabajo. Ella contestó con un ruidito amable, en esa ocasión. Miles le había asegurado que el caballo en cuestión era muy viejo y amable, aunque ése no era precisamente la duda que le preocupaba.

—Yo… —Ekaterin se frotó las sienes, lo que disparó un dolor lacerante por toda su cabeza. ¿
Generosidad
…? ¿O simplemente la sutil campaña de manipulación de Miles, ahora revelada?—. Creo que no deberíamos aprovecharnos de él de esa manera. Su Distrito está muy lejos. Si de verdad te interesan los caballos, estoy segura de que podremos encontrarte lecciones de equitación mucho más cerca de Vorbarr Sultana.

Nikki frunció el ceño, claramente contrariado.

—No me importan los caballos. Pero dijo que me dejaría manejar el volador, de vuelta.

—Nikki, eres demasiado joven para pilotar un volador.

—Lord Vorkosigan dijo que su padre le dejaba pilotar cuando era más joven que yo. Dijo que su padre decía que necesitaba saber cómo hacerse con los controles en caso de emergencia. Dijo que lo sentaba sobre su regazo y dejaba que despegara y aterrizara él solo y todo.

—¡Eres demasiado grande para sentarte en el regazo de lord Vorkosigan!

También lo era ella, supuso. Pero si él y ella estuvieran…
basta
.

—Bien, es verdad, demasiado bajo —concedió Nikki—. Resultaría raro. ¡Pero el asiento de su volador es de mi medida! Pym me dejó sentarme cuando le ayudaba a pulir los coches. —Nikki dio unos cuantos saltitos más—. ¿Puedes preguntárselo a lord Vorkosigan cuando vayas al trabajo?

—No. No lo creo.

—¿Por qué no? —la miró, la frente arrugada levemente—. ¿Por qué no has ido hoy?

—Yo… no me encuentro muy bien.

—Oh. ¿Mañana entonces? Vamos, mamá, por favor —se colgó de su brazo y puso carita de niño bueno, sonriendo.

Ella apoyó su dolorida frente en la mano.

—No, Nikki. No lo creo.

—Ah, ¿por qué no? Lo dijiste. Vamos, será magnífico. No tienes que venir si no quieres, supongo. ¿Por qué no, por qué no, por qué no? ¿Mañana, mañana, mañana?

—No voy a ir mañana tampoco.

—¿Tan enferma estás? No lo pareces —la miró preocupado.

—No —se apresuró a aclarar ella, antes de que empezara a elaborar extrañas teorías médicas. Había perdido a su padre aquel año—. Es que… no voy a volver a la casa de lord Vorkosigan. He dimitido.

—¿Eh? —Ahora su mirada era de completo asombro—. ¿
Por qué
? Creía que te gustaba hacer ese jardín.

—Me gustaba.

—Entonces, ¿por qué has dimitido?

—Lord Vorkosigan y yo… tuvimos un desacuerdo. Por… por una cuestión ética.

—¿Qué? ¿Qué cuestión? —su voz estaba cargada de confusión e incredulidad. Se inclinó hacia el otro lado.

—He descubierto que… que él me mintió sobre algo.

Prometió que nunca me mentiría
. Había fingido que estaba muy interesado en los jardines. Le había planificado la vida con subterfugios… y luego se lo dijo a todo el mundo en Vorbarr Sultana. Había fingido que no la amaba. Había prometido que nunca le pediría que se casara con él. Había
mentido
. Trata de explicarle
eso
a un niño de nueve años. O a cualquier otro ser humano racional de cualquier edad o sexo, añadió su sinceridad amargamente.
¿Estoy loca?
La verdad era que Miles no había llegado a decir que no la amaba, sólo lo… había dado a entender. Evitaba tratar el tema, de hecho. Prevaricación por omisión.

—Oh —dijo Nikki, los ojos como platos, aturdido.

La bendita voz de la profesora llegó desde la puerta.

—Vamos, Nikki, no le des la lata a tu madre. Tiene una resaca muy mala.

—¿
Resaca
? —Nikki tenía claramente problemas para asociar las palabras
madre
y
resaca
en el mismo espacio conceptual—. Dice que está enferma.

—Espera a ser mayor, querido. Sin duda descubrirás la diferencia, o la falta de diferencia, por ti mismo. Ahora a correr. —Su sonriente tía abuela se lo llevó—. Fuera, fuera. Ve a ver qué está haciendo tu tío Vorthys. He oído unos ruiditos muy raros hace un rato.

Nikki se dejó expulsar, lanzando una preocupada mirada por encima del hombro.

Ekaterin volvió a apoyar la cabeza en la comuconsola y cerró los ojos.

Un golpecito junto a su cabeza la hizo volver a abrirlos. Su tía le ofrecía un gran vaso de agua fría y dos píldoras analgésicas.

—Ya me he tomado dos esta mañana —dijo Ekaterin, aturdida.

—Parece que el efecto ha pasado. Bébete toda el agua. Está claro que necesitas rehidratarte.

Diligentemente, Ekaterin así lo hizo. Soltó el vaso, y abrió y cerró los ojos unas cuantas veces.

—Eran de verdad el conde y la condesa, ¿no?

No era una pregunta, sino más bien una súplica para que lo negara. Después de casi salir de estampida en su desesperada huida, iba de camino a casa en el autotaxi cuando se dio cuenta demasiado tarde de su identidad. Los grandes y famosos virreyes de Sergyar. ¿Cómo era posible que tuvieran un aspecto de gente tan normal en un momento como ése?
Oh, oh, oh
.

—Sí. Nunca había hablado con ellos largo y tendido antes.

—¿Hablaste… largo y tendido anoche? —Sus tíos habían vuelto a casa casi una hora después que ella.

—Sí, tuvimos una agradable charla. Me quedé impresionada. La madre de Miles es una mujer muy sensata.

—Entonces por qué su hijo es un… no importa. —
Oh
—. Deben creer que soy una especie de histérica. ¿Cómo pude tener valor para levantarme y marcharme de una cena formal delante de todos esos… y lady
Alys
Vorpatril… y en la
mansión Vorkosigan
. No puedo creer que hiciera eso.

Tras un momento de reflexión, añadió:

—No puedo creer que él hiciera eso.

Tía Vorthys no preguntó
¿Qué?
, ni
¿Quién?
Frunció los labios y miró burlona a su sobrina.

—Bueno, supongo que no tuviste otra elección.

—No.

—Después de todo, si no te hubieras marchado, habrías tenido que contestar a la pregunta de lord Vorkosigan.

—Yo… ¿no? —Ekaterin parpadeó. ¿No habían sido sus acciones respuesta suficiente?—. ¿En esas circunstancias? ¿Estás loca?

—Él supo que era un error en el momento en que las palabras escaparon de su boca, a juzgar por la cara que puso. Se notaba que se quedó pálido como el papel. Extraordinario. Pero no puedo dejar de preguntarme, querida… si querías decir que no, ¿por qué no lo dijiste? Era la oportunidad perfecta para hacerlo.

—Yo… yo… —Ekaterin trató de poner en orden sus pensamientos, que parecían dispersos como ovejas—. No habría sido…
educado
.

Tras una pausa reflexiva, su tía murmuró:

—Podrías haber dicho, «No, gracias».

Ekaterin se frotó la cara abotargada.

—Tía Vorthys —suspiró—, te quiero mucho. Pero por favor, ahora márchate.

Su tía sonrió, la besó en la coronilla y se fue.

Ekaterin continuó con sus tristes meditaciones después de aquellas dos interrupciones. Advirtió que su tía tenía razón. No había contestado a la pregunta de Miles. Y ni siquiera se había dado cuenta.

Conocía bien aquel dolor de cabeza y el nudo en el estómago que lo acompañaba, y no tenía nada que ver con haber bebido demasiado vino. Sus discusiones con su difunto esposo Tien nunca habían implicado violencia física contra ella, aunque las paredes habían sufrido sus puñetazos más de una vez. Las broncas siempre se convertían en días de furia congelada y silenciosa, llenos de tensión insoportable y una especie de pesar; dos personas atrapadas juntas en el mismo espacio diminuto, evitándose. Ella casi siempre se venía abajo primero, se echaba atrás, pedía perdón, suplicaba, cualquier cosa por acabar con el dolor.
Descorazonamiento
, tal vez, era el nombre de aquella emoción.

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