Una campaña civil (33 page)

Read Una campaña civil Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
13.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bien, Miles, hablando de Komarr, ¿crees que el tema de las reparaciones solares va a salir en el Consejo?

Oh, perfecto. Miles le dirigió a su antiguo mentor una breve sonrisa de gratitud.

—Sí, lo creo. Gregor está apoyando el tema, como esperaba.

—Bien —dijo Galeni juiciosamente—. Eso ayudará a todas las partes —dirigió a Ekaterin un leve gesto de perdón.

El momento difícil pasó; en la pausa, mientras la gente dejaba de hablar de política para buscar otro tema, la alegre voz de Enrique Borgos flotó sobre la mesa, desastrosamente clara:

—… tendremos tantos beneficios, Kareen, que tú y Mark podréis compraros otro de esos maravillosos viajes al Orbe cuando volváis a Beta. Tantos como queráis, en realidad —suspiró envidioso—. Ojalá tuviera yo alguien con quien ir.

El Orbe de las Delicias Celestiales era una de las cúpulas de placer más famosas, o notorias, de la Colonia Beta; tenía reputación galáctica. Si tus gustos no eran lo bastante viles para dirigirte a Jackson’s Whole, la gama de placeres permitidos y con supervisión médica que podían adquirirse en el Orbe era suficiente para sorprender a cualquiera. Miles deseó de todo corazón que los padres de Kareen nunca hubieran oído hablar del lugar. Mark podía fingir que era un museo betano de ciencias, cualquier cosa menos…

El comodoro Koudelka acababa de tomar un sorbo de vino para acompañar su último bocado de salmón. Un chorro atomizado voló directamente hacia Delia, sentada frente a su padre. Atragantarse con vino para un hombre de esa edad ya era bastante alarmante en cualquier caso; Olivia le dio palmaditas en la espalda, preocupada mientras él enterraba la cara enrojecida en la servilleta y boqueaba. Drou echó un poco atrás la silla, como vacilando entre rodear la mesa para auxiliar a su marido o, posiblemente, dirigirse al otro lado para estrangular a Mark. Mark no supo hacer nada: el terror de la culpa vació sus mejilla de sangre, lo que le dio un aspecto seboso nada agradable.

Kou recuperó suficiente aire para jadearle a Mark:

—¿Llevaste a
mi
hija al
Orbe
?

Kareen, llena de pánico, replicó:

—¡Era parte de su terapia!

Mark, con más pánico todavía, añadió con desesperado tono de excusa:

—Tenemos un descuento en la Clínica…

Miles había pensado a menudo que quería estar delante para ver la cara de Duv Galeni cuando se enterase de que Mark era su cuñado en potencia. Ahora retiró el deseo, pero demasiado tarde. Había visto a Galeni petrificado antes, pero nunca con aspecto de estar tan…
disecado
. Kou volvía a respirar, cosa que habría sido tranquilizadora a no ser por la leve hiperventilación. Olivia reprimió una risita nerviosa. Los ojos de lord Dono brillaban: sin duda lo sabía todo sobre el Orbe, posiblemente en sus dos encarnaciones sexuales, la anterior y la presente. La profesora, sentada junto a Enrique, se inclinó hacia delante para mirar con curiosidad a un lado y a otro de la mesa.

Ekaterin parecía terriblemente preocupada, pero no, advirtió Miles, sorprendida. ¿Le había confesado Mark algo que no había sido capaz de contar a su propio hermano? ¿O había intimado ya lo suficiente con Kareen para compartir secretos, una de esas cosas de mujeres? Y si era así, ¿qué le había confiado Ekaterin a Kareen a cambio respecto a
él
, y había algún modo de averiguar…?

Drou, tras notables vacilaciones, se hundió en su asiento. Se produjo un ominoso silencio que indicaba ya-lo-discutiremos-más-tarde.

Lady Alys estaba preparada para cada contingencia; su autocontrol social era tal que sólo Miles e Illyan, que estaban a su lado, pudieron detectar su respingo. Bien capacitada para adoptar un tono que nadie se atrevía a ignorar, intervino por fin diciendo:

—La presentación de la reparación del espejo como regalo de bodas ha demostrado ser muy popular con… Miles, ¿qué tiene ese animal en la boca?

La confusa pregunta de Miles de
¿Qué animal?
fue respondida, antes de que pudiera articularla, por el golpeteo de múltiples patitas sobre el pulido suelo del salón. El gatito blanco y negro, medio crecido ya, estaba siendo perseguido por su compañero negro; para tratarse de un gato que tenía la boca llena, consiguió emitir un miauu de posesión sorprendentemente fuerte. Cruzó los ancho tablones de roble y luego ganó tracción sobre la antiquísima alfombra tejida a mano, hasta que se le enganchó una zarpa y dio una voltereta. Su rival le saltó encima al momento, pero no consiguió obligarlo a soltar la presa. Un par de patas insectoides asomaron entre los temblorosos bigotes blancos, y un caparazón marrón y plata con alas se estremeció de muerte.

—¡Mi cucaracha mantequera! —chilló horrorizado Enrique. Echó hacia atrás la silla y saltó, de manera bastante efectiva, sobre el felino culpable—. ¡Soltadla, asesinos!

Recuperó el bicho triturado de las fauces de la muerte. El gato negro se encaramó por su pierna y agitó una frenética pata:
¡A mí, a mí, dame una también!

¡Excelente!
, pensó Miles, sonriendo afectuosamente a los gatitos.
¡Las cucarachas vomitonas tienen un depredador natural, después de todo!
Estaba desarrollando un rápido plan para llenar de gatos guardianes la mansión Vorkosigan cuando su cerebro cayó en la cuenta. El gatito tenía ya la cucaracha mantequera en la boca cuando entró en el comedor. Por tanto…

—Doctor Borgos, ¿dónde ha encontrado el gato ese bicho? —preguntó Miles—. Creía que los tenía a todos encerrados. De hecho —miró a Mark al otro lado de la mesa—, me prometieron que así sería.

—Ah… —dijo Enrique. Miles no sabía qué cadena de pensamientos desarrollaba el escobariano, pero pudo ver la sacudida cuando llegó al final—. Oh. Discúlpenme. Hay algo que tengo que comprobar en el laboratorio.

Enrique sonrió nervioso, soltó al gatito en su silla vacía, giró sobre sus talones y salió corriendo del comedor, en dirección a las escaleras de atrás.

—Creo que será mejor que vaya con él —dijo Mark rápidamente, y lo siguió.

Lleno de malos presagios, Miles soltó su servilleta y murmuró tranquilamente:

—Tía Alys, Simon, encargaos por mí, ¿queréis?

Se unió al desfile, deteniéndose sólo lo suficiente para indicar a Pym que sirviera más vino. Mucho más. Inmediatamente.

Miles alcanzó a Enrique y a Mark en la puerta del lavadero-convertido-en-laboratorio justo a tiempo para oír gritar
¡Oh, no!
al escobariano. Se abrió paso y encontró a Enrique arrodillado junto a una gran bandeja, una de las casas de las cucarachas mantequeras, que ahora yacía en ángulo entre la cama donde estaba encaramada y el suelo. La tapa estaba abierta. Dentro, una única cucaracha mantequera con librea Vorkosigan, a la que le faltaban dos patas de un lado, daba vueltas y más vueltas, incapaz de escapar.

—¿Qué ha pasado? —le preguntó Miles a Enrique.

—Se han ido —repuso Enrique, y empezó a arrastrarse por el suelo, buscando—. Esos malditos gatos deben de haber volcado la bandeja. La había sacado para seleccionar los insectos que le presenté. Quería los más grandes y mejores. Todo estaba tan bien cuando lo dejé…

—¿
Cuántas
cucarachas había en esta bandeja?

—Todas ellas, el grupo genético entero. Unos doscientos individuos.

Miles contempló el laboratorio. Por ninguna parte se veían las cucarachas con librea Vorkosigan. Pensó en la estructura grande, vieja y agrietada que era en realidad la mansión Vorkosigan. Grietas en los suelos, grietas en las paredes, diminutas fisuras a las que acceder en todas partes; espacios bajo las tablas, tras los frisos, en los desvanes, dentro de las viejas paredes de escayola…

Las obreras
, había dicho Mark,
caminarían hasta morirse, fin de la historia
.

—Todavía tiene la reina, supongo. Puede, uh, recuperar su fuente genética, ¿no? —Miles empezó a caminar lentamente junto a las paredes, mirando hacia el suelo. Ningún destello marrón y plata captó su atención.

—Um —dijo Enrique.

Miles escogió sus palabras con mucho cuidado.

—Me aseguró usted que las reinas no podían moverse.

—Las reinas
maduras
no pueden moverse, eso es cierto —explicó Enrique, poniéndose en pie otra vez, y sacudiendo la cabeza—. Pero las reinas
inmaduras
, sin embargo, corretean como un rayo.

Miles lo vio todo en un décima de segundo. Cucarachas vomitonas con la librea Vorkosigan. Cucarachas vomitonas con la librea Vorkosigan
por toda Vorbarr Sultana
.

Había un truco de SegImp que consistía en agarrar a un tipo por el cuello y darle una especie de medio giro, y hacerle algo con los nudillos; aplicado correctamente, cortaba la circulación sanguínea y la respiración. Miles comprobó encantado que no había perdido la habilidad, a pesar de su nueva vocación civil. Acercó la mortecina cara de Enrique a la suya. Kareen, sin aliento, llegó a la puerta del laboratorio.

—Borgos. Harás que todas y cada una de esas malditas cucarachas vomitonas y
especialmente
su reina, sean recuperadas y encerradas al menos seis horas antes de que los condes Vorkosigan entren por esa puerta mañana por la tarde. Porque cinco horas y cincuenta y nueve minutos antes de que lleguen mis padres voy a llamar a un exterminador profesional para que se encargue de la plaga, y eso significa todas y cada una de las cucarachas vomitonas que queden, ¿entendido? Ninguna excepción, sin piedad.

—¡No, no! —consiguió gemir Enrique, a pesar de la falta de oxígeno—. No puede…

—¡Lord Vorkosigan! —la voz sorprendida de Ekaterin llegó desde la puerta. Tuvo un efecto sorpresa parecido a ser golpeado por un rayo aturdidor en una emboscada. Miles abrió la mano, sintiéndose culpable, y Enrique se enderezó, tambaleándose, mientras tomaba aire en un enorme hipido estrangulado.

—Por mí no te pares, Miles —dijo Kareen fríamente. Entró en el laboratorio, con Ekaterin tras ella—. ¡Enrique, idiota! ¿Cómo pudiste mencionar el Orbe delante de mis padres? ¿Es que no tienes sentido común?

—¿Lo conoces desde hace tiempo y todavía lo preguntas? —dijo Mark, sombrío.

—¿Y cómo se…? —su furiosa mirada se volvió hacia Mark—. ¿Cómo se enteró, Mark?

Mark retrocedió un poco.

—Mark nunca dijo que fuera un secreto… me pareció romántico. ¡Lord Vorkosigan, por favor! ¡No llame a un exterminador! ¡Recuperaré a todas las chicas, lo prometo! De algún modo…

Los ojos de Enrique se llenaron de lágrimas.

—¡Cálmate, Enrique! —lo tranquilizó Ekaterin—. Estoy segura —dirigió a Miles una mirada dudosa—, de que lord Vorkosigan no ordenará que maten a tus bichos. Los volverás a encontrar.

—Hay un límite de tiempo… —murmuró Miles entre dientes. Podía imaginar la escena, al día siguiente por la tarde o por la noche, cuando intentara explicar a los virreyes qué eran aquellos ruiditos de arcadas detrás de las paredes. Tal vez podría dejarle a Mark la tarea de informarles…

—Si quieres, Enrique, me quedaré aquí a ayudarte a buscarlas —se ofreció Ekaterin. Miró a Miles con el ceño fruncido.

La sensación fue como si una flecha le atravesara el corazón,
Urk
. Eso sí que era una escena: Ekaterin y Enrique con las cabezas unidas heroicamente para salvar a los Pobres Bichos de las malvadas amenazas del villano lord Vorkosigan… A regañadientes, se echó atrás.

—Después de cenar —sugirió—. Todos volveremos después de cenar y ayudaremos.

Sí, si alguien iba a arrastrarse por el suelo buscando cucarachas junto a Ekaterin, sería él, maldición.

—Los soldados también —imaginó la alegría de Pym por la tarea, y dio un respingo interiormente—. Por ahora, tal vez será mejor que regresemos y entablemos conversaciones amables y todo eso —continuó Miles—. Excepto el doctor Borgos, que estará ocupado.

—Me quedaré a ayudarle —se ofreció animosamente Mark.

—¿Qué? —chilló Kareen—. ¿Y enviarme de vuelta con mis padres sola? Y mis hermanas… no dejarán de hacer comentarios a mi costa nunca…

Miles sacudió la cabeza, desesperado.

—¿Por qué demonios, en primer lugar se te ocurrió llevar a Kareen al Orbe, Mark?

Mark lo miró, incrédulo.

—¿Tú por qué crees?

—Bueno… sí… pero sin duda sabías que no era, que no era, um… adecuado para una joven barrayaresa…

—¡Miles, maldito hipócrita! —dijo Kareen, indignada—. Si la Gran’Tante Naismith nos dijo que tú mismo estuviste allí… ¡
varias
veces…!

—Eso fue por deber —dijo Miles, tan tranquilo—. Es sorprendente cómo el espionaje industrial y los ejércitos interestelares se filtran a través del Orbe. Será mejor que creas que la seguridad betana lo controla todo.

—¿Ah, sí? —dijo Mark—. ¿Y también se supone que tenemos que creer que no probaste nunca los servicios mientras esperabas a tus contactos?

Miles sabía reconocer cuándo era el momento de iniciar una retirada estratégica.

—Creo que todos deberíamos ir a cenar. O se quemará o se secará o lo que sea, y Ma Kosti se enfadará mucho con nosotros por estropear su presentación. Y se irá a trabajar con la tía Alys, y todos tendremos que volver a comer de sobre.

Esta horrible amenaza alcanzó a Mark y Kareen. Sí, ¿y quién había inspirado a su cocinera a ofrecer todas aquellas sabrosas recetas con manteca de cucaracha? Sin duda que a Ma Kosti no se le habían ocurrido a ella sola. Apestaba a conspiración.

Resopló y le ofreció el brazo a Ekaterin. Después de un momento de vacilación, y tras dirigir una mirada preocupada a Enrique, ella lo aceptó, y Miles consiguió que todos salieran del laboratorio y subieran las escaleras de regreso al comedor sin que ninguno se perdiera.

—¿Todo bien abajo, milord? —preguntó Pym en voz baja y preocupada.

—Ya hablaremos luego —respondió Miles, igualmente
sotto voce
—. Sirve el siguiente plato. Y ofrece más vino.

—¿Debemos esperar al doctor Borgos?

—No. Estará ocupado.

Pym se estremeció, inquieto, pero se marchó a cumplir con su deber. La tía Alys, bendito fuera su sentido de la etiqueta, no pidió que la informaran, sino que condujo inmediatamente la conversación hacia temas neutrales; su mención de la boda del Emperador distrajo a casi todos de inmediato. Posiblemente a todos menos a Mark y al comodoro Koudelka, que se miraban el uno al otro en silencio. Miles se preguntó si debería advertir en privado a Kou de que sería mala idea clavarle el bastón a Mark, o si eso causaría más mal que bien. Pym llenó hasta arriba el vaso de vino de Miles antes de que pudiera explicarle que sus instrucciones no incluían que se lo sirviera a él. Qué demonios. Un poco de… aturdimiento, empezaba a parecer un estado atractivo.

Other books

Savage Courage by Cassie Edwards
Devil's Rock by Chris Speyer
Fair Game by Malek, Doreen Owens
Breakwater Beach by Carole Ann Moleti
Time Is Noon by Pearl S. Buck