Una campaña civil (32 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Miles se retractó inmediatamente.

—Lady Donna nunca fue de las que soportan ninguna tontería.

—¿De veras? —Ekaterin, con una expresión extraña en los ojos, se dirigió al corrillo.

Antes de que él pudiera seguirla, Ivan apareció a su lado, con un vaso de vino medio vacío ya en la mano. Miles no quería hablar con él. Quería hablar con
Ekaterin
. De todas formas, murmuró:

—Menuda pareja que has traído. Nunca hubiera sospechado que tenías esa amplitud de gustos tan betana, Ivan.

Ivan lo miró con mala cara.

—Tendría que haber sabido que no te haría ninguna gracia.

—Fue toda una conmoción, ¿no?

—Casi me desmayé allí mismo, en el espaciopuerto. Byerly Vorrutyer me la tenía preparada, el cabroncete.

—¿By lo sabía?

—Claro que sí. Supongo que estaba en el ajo desde el principio.

Duv Galeni también se acercó, a tiempo para oírlo; al ver a Duv separado por fin de Delia, su futuro suegro, el comodoro Koudelka, y el profesor se reunieron con ellos. Miles dejó que Ivan explicara quién era el recién llegado, con sus propias palabras. Como Miles suponía, Ivan no tenía ni idea cuando le pidió permiso para traer a Donna a la cena y planeaba su campaña de bienvenida para aprovecharse de, bueno, no de su virtud; ¡ah, quién hubiera estado presente de manera invisible en el momento en que Ivan descubrió el cambio…!

—¿También ha pillado a SegImp por sorpresa? —le preguntó el comodoro Koudelka al comodoro Galeni.

—No lo sé. No es mi departamento. —Galeni tomó un sorbo de vino—. Es problema de Asuntos Domésticos.

Ambos oficiales se volvieron al oír una carcajada en el otro extremo de la sala: era la risa de la señora Koudelka. Una cascada de risitas se apagó rápidamente, en tono conspirador, y Olivia Koudelka miró a los varones por encima del hombro.

—¿De qué se están riendo? —dijo Galeni, dubitativo.

—De nosotros, probablemente —gruñó Ivan, y se fue a buscar más vino para su vaso vacío.

Koudelka contempló la sala, y sacudió la cabeza.

—Donna Vorrutyer, santo Dios.

Todas las mujeres del grupo, incluida lady Alys, estaban ahora congregadas con evidente satisfacción alrededor de lord Dono, quien gesticulaba y hablaba en voz baja. Enrique picoteaba los aperitivos y miraba a Ekaterin con embeleso bovino. Illyan, abandonado por Alys, hojeaba ausente un libro, uno de los tratados de botánica ilustrados que Miles había sacado antes.

Miles decidió firmemente que era hora de servir la cena. Para que Ivan y lord Dono quedaran aislados tras una muralla de damas mayores y casadas y sus esposos. Se hizo a un lado para hablar con Pym, quien se marchó a dar la orden abajo y regresó poco después para anunciar formalmente la comida.

Las parejas se reagruparon y salieron de la gran biblioteca para cruzar la antesala, el pasillo y las cámaras intermedias. Miles, que encabezaba la marcha con Ekaterin del brazo encontró a Mark e Ivan que salían conspiratoriamente del comedor. Se dieron la vuelta y se unieron al grupo. La súbita sospecha de Miles quedó horriblemente confirmada cuando miró por el rabillo del ojo la mesa: la hora que había pasado planeando estratégicamente las tarjetas acababa de ser destrozada.

Todas las conversaciones previas y cuidadosamente preparadas eran con gente que ahora estaba en el otro extremo de la mesa. Los asientos se habían asignado completamente al azar… no, al azar no. Los habían cambiado siguiendo una nueva prioridad. El objetivo de Ivan había sido claramente alejar a lord Dono lo más posible: Ivan ocupaba ahora una silla al fondo de la mesa, junto a Mark, mientras que lord Dono estaba sentado en el lugar que Miles había previsto para René Vorbretten. Duv, Drou, y Kou habían emigrado de algún modo hacia el lado de Miles, más lejos de Mark, que seguía teniendo a Kareen a su derecha, pero Ekaterin había sido movida al otro lado de la mesa, más allá de Illyan, que seguía estando a la izquierda inmediata de Miles. Parecía que nadie se había atrevido a tocar la tarjeta de Illyan. Miles tendría que hablar ahora por encima de Illyan para conversar con ella, sin ninguna observación
sotto voce
posible.

La tía Alys, un poco confusa, se sentó a la derecha de Miles, directamente frente a Illyan. Había advertido los cambios, pero quemó la última esperanza de Miles al no decir nada y alzar simplemente las cejas. Duv Galeni encontró a su futura suegra Drou sentada entre Delia y él. Illyan miró las tarjetas y se sentó entre Ekaterin y Duv, y el
accompli
fue
fait
.

Miles no dejó de sonreír; Mark, diez asientos más allá, estaba demasiado lejos para captar el tono de
ya-me-las-pagarás-luego
. Tal vez era lo mejor.

Por toda la mesa dieron comienzo las conversaciones, aunque no las que Miles había previsto, mientras Pym, Roic y Jankowsky, haciendo de mayordomo y criados, empezaban a servir. Miles observó a Ekaterin en busca de algún signo de incomodidad, atrapada como estaba entre dos formidables miembros de SegImp, pero su expresión permaneció tranquila y agradable mientras los soldados le servían el excelente vino y la comida.

Hasta que no llegó el segundo plato Miles no advirtió qué era lo que le molestaba de la comida. Había dejado confiadamente los detalles a Ma Kosti, pero aquél no era el menú que habían discutido. Ciertas cosas eran… diferentes. El consomé caliente era ahora una crema de frutas frías, decorada con flores comestibles. ¿En honor a Ekaterin, tal vez? La ensalada aliñada con hierbas y vinagre había sido sustituida por algo que tenía una pálida base cremosa. La salsa aromática que se repartía con el pan no tenía ninguna relación con la mantequilla.

Vómito de insecto. Han colado ese maldito vómito de insecto
.

Ekaterin se revolvió también, justo cuando Pym servía el pan: Miles se dio cuenta por su breve instante de vacilación, al mirar a Enrique y Mark, aunque siguió untando su pieza y dio un firme bocado. En nada más reveló que sabía qué estaba comiendo.

Miles trató de indicarle que no tenía que comerlo señalando subrepticiamente la ensalada de manteca de cucaracha y alzando desesperadamente las cejas: ella simplemente sonrió y se encogió de hombros.

—¿Mm? —murmuró Illyan con la boca llena, sentado entre ellos.

—Nada —dijo Miles rápidamente—. Nada en absoluto.

Ponerse de pie de un salto y gritar
¡Alto, alto, estáis comiendo unas cucarachas horribles!
a sus refinados invitados habría sido… enojoso. El vómito de bicho, después de todo, no era venenoso. Si no se lo decía a nadie, no lo sabrían nunca. Mordió el pan seco y lo engulló con un gran trago de vino.

Retiraron los platos de ensalada. Desde su posición, casi al otro lado de la mesa, Enrique hizo chocar el cuchillo contra su vaso de vino, se aclaró la garganta, y se levantó.

—Gracias por su atención… —se volvió a aclarar la garganta—. He disfrutado de la hospitalidad de la mansión Vorkosigan, como estoy seguro que estamos haciendo todos esta noche…

Murmullos de acuerdo se alzaron por toda la mesa; Enrique sonrió y continuó.

—Tengo un regalo de agradecimiento que me gustaría ofrecerle a lord… a Miles, lord Vorkosigan —sonrió ante el éxito de su precisión—, y me pareció que ahora sería un buen momento.

Miles estaba seguro de que, fuera lo que fuese, ahora sería un momento terrible. Miró a Mark como preguntándole:
¿Sabes de qué demonios va todo esto?
Mark se encogió de hombros, dando a entender
ni idea, lo siento
, y miró a Enrique con creciente preocupación.

Enrique sacó una cajita de su chaqueta y cruzó la habitación para colocarse entre Miles y lady Alys. Illyan y Galeni, al otro lado de la mesa, se tensaron llenos de paranoia típica de SegImp; la silla de Galeni retrocedió levemente. Miles quiso tranquilizarles diciendo que no era probable que fuese explosivo, pero con Enrique, ¿cómo podía estar seguro? Era más grande que la última caja que le había presentado el equipo de las cucarachas mantequeras. Miles rezó para que no fuera una de esas feas espuelas de complemento que habían estado de moda hacía un año, sobre todo entre los jóvenes que no habían montado a caballo en la vida, cualquier cosa sin importancia…

Enrique alzó orgullosamente la tapa. No era una cucaracha mantequera más grande: eran tres. Tres cucarachas mantequeras cuyos caparazones resplandecían en marrón y plata mientras se amontonaban una sobre otra, los tentáculos palpando… Lady Alys retrocedió y reprimió un alarido; Illyan se enderezó alarmado por ella. Lord Dono se inclinó hacia delante, curioso, y alzó las negras cejas.

Miles, con la boca levemente entreabierta, se inclinó para quedarse mirando, paralizado por la fascinación. Sí, en cada una de aquellas repulsivas espaldas marrones aparecía el blasón Vorkosigan; un entramado de plata contorneaba las alas atrofiadas en exacta imitación del decorado de las mangas de los uniformes de sus soldados. La réplica de los colores de su Casa era exacta. Se podía distinguir de lejos el famoso blasón. Probablemente incluso a dos metros de distancia. El servicio de la cena se interrumpió cuando Pym, Jankowsky y Roic se detuvieron para mirar la caja por encima de su hombro.

Lord Dono alzó la cabeza para mirar la cara de Miles, y luego otra vez la caja.

—¿Son… son tal vez un arma? —aventuró, cauteloso.

Enrique se echó a reír, y se lanzó a una entusiasta explicación de su nuevo modelo de cucarachas mantequeras, junto con la información completamente innecesaria de que eran la fuente de la mejorada mantequilla de insecto que había servido de base para la sopa, la ensalada y la salsa para el pan. La imagen mental de Miles, en la que veía a Enrique inclinado sobre una lupa con un diminuto pincel, se hizo añicos cuando éste explicó que los dibujos no eran, oh, no, por supuesto que no eran
aplicados
, sino más bien creados genéticamente, y que se reproducirían en cada nueva generación.

Pym miró los bichos, contempló la manga de su orgulloso uniforme, contempló de nuevo la letal parodia de su insignia que ahora llevaban las criaturas, y dirigió a Miles una mirada de absoluta desesperación, un grito silencioso que no tuvo problemas en interpretar como
Por favor, milord, por favor, ¿podemos sacarlo fuera y matarlo ya?

Desde el otro extremo de la mesa oyó la preocupada voz de Kareen que susurraba:

—¿Qué está pasando? ¿Por qué no dice nada? Mark, ve a mirar…

Miles se inclinó hacia atrás y dijo entre dientes a Pym, tan bajo como pudo:

—No pretendía que fuera un insulto.

Aunque eso parezca… ¡La insignia de mi padre, de mi abuelo, en esas cucarachas pestilentes…!

Pym le devolvió a Miles una sonrisa forzada mientras sus ojos ardían de furia. La tía Alys permaneció petrificada en su sitio. Duv Galeni había vuelto la cabeza a un lado, los ojos entornados y los labios entreabiertos en quién sabía qué reflexiones internas, y Miles no estaba dispuesto a preguntarlo tampoco. Lord Dono era aún peor: se había metido la servilleta en la boca, tenía la cara enrojecida y resoplaba por la nariz. Illyan observaba con un dedo en los labios y casi ninguna expresión, excepto un leve deleite en la mirada que hizo que Miles se rebullera por dentro. Mark llegó y se inclinó para mirar. Su cara palideció y miró de reojo a Miles, alarmado. Ekaterin se cubría la boca con la mano: sus ojos eran oscuros y enormes.

De todo su público, sólo le importaba una opinión.

Aquélla era la mujer cuyo difunto esposo tenía tendencia a… ¿qué explosiones de temperamento? ¿Qué furias públicas o privadas? Miles se tragó su opinión sobre Enrique, los escobarianos, la bioingeniería, las locas locuras empresariales de su hermano Mark, y las Cucarachas Vomitonas con Librea Vorkosigan, parpadeó, inspiró profundamente, y sonrió.

—Gracias, Enrique. Tu talento me deja sin habla. Pero tal vez deberías guardar a las chicas ahora. No querrás que se… cansen.

Amablemente, volvió a colocar la tapa en la caja y se la tendió al escobariano. Frente a él, Ekaterin suspiró suavemente. Lady Alys alzó las cejas, sorprendida. Enrique regresó feliz a su sitio. Allí se puso a explicar y enseñar sus cucarachas mantequeras Vorkosigan a todos los que se habían perdido el espectáculo por estar sentados demasiado lejos, incluidos los condes Vorbretten, situados frente a él. Era algo que acababa con toda conversación. Una desafortunada risita por parte de Ivan fue rápidamente ahogada por un brusco reproche de Martya.

Miles advirtió que la comida había dejado de llegar con la rapidez de antes. Indicó a Pym, todavía transfigurado, que se acercase, y murmuró:

—¿Quieres traer ya el siguiente plato, por favor?

Y añadió, sombrío:


Compruébalo
primero.

Pym, de nuevo centrado en sus obligaciones, murmuró a su vez:

—Sí, milord. Comprendo.

El siguiente plato resultó ser salmón macerado helado del Distrito Vorkosigan, sin salsa de cucaracha mantequera, sólo unas rodajas de limón cortadas a toda prisa. Bien. Miles suspiró, temporalmente aliviado.

Ekaterin consiguió por fin hacer acopio de valor para intentar conversar con sus compañeros de mesa. No se podía preguntar a un oficial de SegImp,
¿cómo fue el trabajo hoy?
, así que recurrió a un tema mucho más general.

—Es extraño encontrar a un komarrés en el Servicio Imperial —le dijo a Galeni—. ¿Apoya su familia su elección?

Los ojos de Galeni se ensancharon un poquito y se entornaron de nuevo mirando a Miles, quien advirtió demasiado tarde que su rápido repaso para Ekaterin, pensado para acentuar lo positivo, no había incluido el hecho de que la mayor parte de la familia de Galeni había muerto en diversas revueltas komarresas o debido a sus consecuencias. Y la peculiar relación entre Duv y Mark era algo que ni siquiera se había planteado contarle. Intentaba frenéticamente encontrar un modo de informar telepáticamente a Duv, cuando éste simplemente replicó:

—Mi nueva familia sí.

Delia, que se había erguido alarmada, se derritió en una sonrisa.

—Oh —al parecer quedó claro por la cara de Ekaterin que sabía que había metido la pata, pero no en qué. Miró a lady Alys, quien, quizás aturdida todavía por las cucarachas mantequeras, estudiaba divertida su plato y no captó la silenciosa llamada.

Siempre dispuesto a auxiliar a una damisela en peligro, el comodoro Koudelka intervino apasionadamente.

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