Una campaña civil (28 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Una campaña civil
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Una mujer cuarentona, de pelo oscuro, asomó en la entrada y sonrió. Ekaterin le devolvió sorprendida el saludo y se levantó para salir a recibirla. Era en efecto Rosalie Vorvayne, la esposa del hermano mayor de Ekaterin, a quien no veía desde el funeral de Tien. Llevaba ropa de diario: falda y chaqueta verde bronce que resaltaba su piel olivácea, aunque el corte era un poco palurdo y provinciano. Traía consigo a su hija Edie, a la que dijo:

—Sube corriendo y busca a tu primo Nikki. Tengo que hablar un rato con tu tía Kat.

Edie no se había convertido todavía en una adolescente protestona, así que obedeció sin poner pegas.

—¿Qué te trae a la capital a esta hora? —preguntó la tía Vorthys.

—¿Están Hugo y todos los demás bien? —añadió Ekaterin.

—Oh, sí, todos estamos bien —les aseguró Rosalie—. Hugo no podía dejar el trabajo, así que he venido yo. Pienso ir con Edie de compras más tarde, pero conseguí tomar el monorraíl de la mañana; ha sido toda una hazaña, creedme.

Hugo Vorvayne tenía un puesto en la Oficina Imperial de Minas, en la zona norte del Distrito Vordarian, a dos horas de Vorbarr Sultana en exprés. Rosalie debía haberse levantado antes del amanecer. Sus dos hijos mayores, crecidos ya, al parecer se habían quedado a su aire durante casi todo el día.

—¿Has desayunado, Rosalie? —preguntó la tía Vorthys—. ¿Quieres té o café?

—Hemos comido en el monorraíl, pero un té me vendrá bien, gracias, tía Vorthys.

Rosalie y Ekaterin siguieron a su tía a la cocina para ayudarla, y como resultado todas acabaron sentadas alrededor de la mesa con sus humeantes tazas. Rosalie las puso al día sobre la salud de su marido, las cosas de la casa y los logros de sus hijos desde el funeral de Tien. Sus ojos se entornaron llenos de buen humor y se inclinó hacia delante para confesar:

—Pero respondiendo a tu pregunta, lo que me trae aquí eres tú, Kat.

—¿Yo?

—¿No puedes imaginar por qué?

Ekaterin se preguntó si sería una grosería responder
No, ¿cómo podría imaginarlo?
Hizo un gesto neutro y alzó las cejas.

—Tu padre recibió una visita hace un par de días.

El tono de Rosalie invitaba a imaginar nombres, pero Ekaterin sólo pudo pensar en cuándo podría terminar con las gentilezas sociales y escapar a su lugar de trabajo. Continuó sonriendo tenuemente.

Rosalie sacudió la cabeza con divertida exasperación, se inclinó hacia delante y dio un golpecito con el dedo sobre la mesa, junto a la taza.

—Tú, querida, tienes una oferta muy tentadora.

—¿Oferta de qué? —No era probable que Rosalie le trajera un nuevo contrato para diseñar jardines. Pero sin duda no querría decir…

—De matrimonio, ¿de qué si no? Y de un adecuado caballero Vor, por cierto, me alegra añadir. Tan anticuado es, que envió a una Baba de Vorbarr Sultana a ver a tu padre al Continente Sur… El viejo casi se muere de gusto. Tu padre llamó a Hugo para concretar los detalles. Decidimos que, después de todo ese jaleo con la Baba, era mejor que en vez de usar la comuconsola alguien viniera a darte la buena noticia en persona. Todos estamos muy contentos de que puedas situarte otra vez pronto.

La tía Vorthys se levantó, considerablemente apurada. Se llevó un dedo a los labios.

Un caballero Vor de la capital, anticuado y consciente de la etiqueta, papá babeando, quién si no podría ser… El corazón de Ekaterin pareció detenerse, luego explotar.
¿Lord Vorkosigan? ¡Miles, rata, cómo has podido hacer esto sin preguntarme primero!
Abrió la boca en una mareante mezcla de furia y satisfacción.

¡El arrogante bas…! Pero… elegirla a ella, para ser su lady Vorkosigan, castellana de aquella magnífica mansión y de su Distrito ancestral… había tanto que hacer en aquel precioso Distrito, tan hermoso y excitante… y el propio Miles, oh, cielos. ¿Aquel fascinante cuerpecito lleno de cicatrices, aquella ardiente intensidad, en su cama? Sus manos la habían tocado quizás un par de veces; bien podrían haber dejado quemaduras en su piel, tan claramente recordaba su cuerpo aquellas breves presiones. Ella no se había atrevido, no se había permitido pensar en esos términos, pero ahora su consciencia carnal de él se soltó de su cuidadosa represión y rugió. Aquellos simpáticos ojos grises, aquella boca alerta, móvil y besable con su extraordinaria gama de expresiones… podría ser suya, toda suya. Pero ¿cómo se atrevía a emboscarla así, delante de todos sus parientes?

—¿Estás contenta? —Rosalie, que observaba su rostro con atención, se echó hacia atrás y sonrió—. ¿O debo decir entusiasmada? ¡Bien! Debo decir que no me sorprende del todo.

—No… no del todo.

No lo puedo creer. No quise creerlo porque… porque lo habría estropeado todo

—Temimos que pudieras considerarlo demasiado pronto, después de lo de Tien y todo eso. Pero la Baba dijo que pretendía ganarle por la mano a todos sus rivales, según le dijo tu padre a Hugo.

—No tiene ningún rival —Ekaterin tragó saliva, sintiéndose decididamente mareada, pensando en el olor recordado de él. Pero ¿cómo podía imaginar que ella…?

—Tiene buenas esperanzas para su carrera posmilitar —continuó Rosalie.

—En efecto, eso dijo.

Todo es vanidad
, le había dicho Miles en una ocasión, describiendo su ambición de que su fama superara a la de su padre. Ella había supuesto que no pretendía que ese detalle lo detuviera lo más mínimo.

—Buenas conexiones familiares.

Ekaterin no pudo dejar de sonreír.

—Eso es recortarlas un poco, Rosalie.

—No es tan rico como otros de su rango, pero sí está bien situado, y no pensé que fueras de las que sólo se interesan por el dinero. Aunque siempre pensé que necesitabas mirar un poco más por tus propias necesidades, Kat.

Bueno, sí, Ekaterin se había dado cuenta de que los Vorkosigan no eran tan ricos como muchas otras familias de condes, pero Miles tenía suficientes riquezas para ahogarla según sus antiguos baremos. Ella nunca tendría que ahorrar y sacrificarse. Toda su energía, todos sus pensamientos, podrían ser libres para destinarlos a otros objetivos: Nikki tendría todas las oportunidades…

—¡Hay suficiente para mí, santo cielo!

Pero qué extraño era que él hubiese enviado una Baba hasta el Continente Sur para hablar con su padre… ¿tan tímido era? Ekaterin casi se sintió conmovida, pero entonces pensó que tal vez Miles no había pensado en cómo sus deseos incomodaban a los demás. ¿Tímido, o arrogante? ¿O las dos cosas a la vez? Podía ser un hombre de lo más ambiguo en ocasiones… encantador como… como nadie que ella hubiera conocido antes, pero elusivo como el agua.

No sólo elusivo: resbaladizo. Incluso tramposo. Un escalofrío la recorrió. ¿Su propuesta de jardín no había sido más que un truco, un plan para tenerla cerca? Todas las implicaciones empezaron a calar entonces. Tal vez él no admiraba su trabajo. Tal vez no le preocupaba su jardín en absoluto. Tal vez estaba simplemente manipulándola. Ella sabía que era horriblemente vulnerable al menor halago. Su ansia del más mínimo atisbo de interés o afecto era parte de lo que la había mantenido tanto tiempo prisionera en su matrimonio. Una especie de caja en forma de Tien pareció gravitar oscuramente sobre ella, como una trampa cebada con amor envenenado.

¿Se había traicionado otra vez a sí misma? Había deseado tanto que fuera cierto, quería dar sus primeros pasos hacia la independencia, tener la oportunidad de demostrar su valía. Había imaginado no sólo a Miles, sino a toda la gente de la ciudad, sorprendida y deleitada con su jardín, y nuevos pedidos llegando, el lanzamiento de una carrera…

No se puede estafar a un hombre sincero
, decía el refrán. Ni a una mujer. Si lord Vorkosigan la había manipulado, lo había hecho con su plena colaboración. Su acalorada ira se convirtió en fría vergüenza.

—¿Quieres contarle al teniente Vormoncrief la buena noticia tú misma, o deberíamos volver a su Baba? —parloteaba Rosalie.

Ekaterin parpadeó, tratando de concentrarse.

—¿Qué? Espera, ¿
quién
has dicho?

Rosalie se la quedó mirando.

—El teniente Vormoncrief. Alexi.

—¿
Ese
pesado? —exclamó Ekaterin, horrorizada—. ¡Rosalie, no me digas que has estado hablando de Alexi Vormoncrief todo el tiempo?

—Vaya, sí —dijo Rosalie, perpleja—. ¿Quién creías que era, Kat?

La profesora resopló y se sentó.

Ekaterin estaba tan trastornada que las palabras se le escaparon de la boca sin pensarlas.

—¡Creí que estabas hablando de Miles Vorkosigan!

La profesora alzó las cejas; ahora le tocó a Rosalie el turno de quedarse mirando.

—¿Quién? Oh, santo cielo, no te referirás al Auditor Imperial, ¿no? ¿Ese grotesco hombrecillo que vino al funeral de Tien y apenas habló con nadie? No me extraña que parecieras tan rara. No, no, no. —Se detuvo para mirar con más atención a su cuñada—. ¡No pretenderás decirme que te ha estado cortejando también! ¡Qué embarazoso!

Ekaterin tomó aliento.

—Al parecer no.

—Bueno, es un alivio.

—Um… sí.

—Quiero decir, es un muti, ¿no? Sea Alto Vor o no, la familia nunca te instaría a casarte con un muti sólo por dinero, Kat. Quítatelo de la cabeza. —Hizo una pausa, pensativa—. Con todo… no hay demasiadas oportunidades de ser condesa. Supongo que, con los replicadores uterinos que existen hoy en día, no tendrías que tener ningún contacto físico. Para tener niños, quiero decir. Y podrían tener los genes limpios. Esas tecnologías galácticas le dan un nuevo giro a las ideas de un matrimonio de conveniencia. Pero no es que estuvieras tan desesperada.

—No —reconoció Ekaterin, aturdida.
Sólo desesperadamente distraída
. Estaba tan furiosa con el hombre; ¿por qué la idea de no tener jamás contacto físico con él la hizo querer echarse a llorar? Espera, no… si Vorkosigan no era el hombre que había enviado a la Baba, todo el caso contra él, que había florecido tan violentamente en su mente hacía un instante, se desplomaba como un castillo de naipes. Era inocente. Ella estaba loca, o estaba condenada a estarlo.

—Quiero decir —Rosalie continuó, con renovados ánimos—, tenemos a Vormoncrief, por ejemplo.

—No tenemos a Vormoncrief —dijo Ekaterin firmemente, aferrándose a la única ancla de certeza en aquel remolino de confusión—. Absolutamente no. No has conocido a ese hombre, Rosalie, pero te aseguro que es un idiota redomado. Tía Vorthys, ¿tengo razón o no?

La profesora le sonrió cálidamente.

—Yo no lo diría tan claramente, querida, pero en realidad, Rosalie, digamos que creo que Ekaterin se merece algo mejor. Todavía hay tiempo de sobra.

—¿Eso crees? —preguntó Rosalie, vacilante, pero aceptó la autoridad de su tía—. Es cierto que Vormoncrief sólo es teniente, y descendiente de un hijo menor y todo eso. Oh, cielos. ¿Qué le vamos a decir al pobre hombre?

—La diplomacia es el trabajo de la Baba —recalcó Ekaterin—. Lo único que tenemos que hacer es darle un no rotundo. Ella trabajará a partir de ahí.

—Es verdad —concedió Rosalie, aliviada—. Una de las ventajas del viejo sistema, supongo. Bueno… si Vormoncrief no es el adecuado, no lo es. Eres lo bastante mayor para saber lo que quieres. Con todo, Kat, creo que no deberías ser demasiado quisquillosa, ni esperar demasiado una vez termine tu luto. Nikki necesita un padre. Y tú no te estás haciendo más joven. No querrás acabar como una de esas ancianas que se pasan la vida en el ático de sus parientes.

Tu ático se librará de mí bajo cualquier circunstancia, Rosalie
. Ekaterin sonrió un poco forzada, pero no lo dijo en voz alta.

—No, sólo en el segundo piso.

Los ojos de la profesora la miraron, reprendiéndola, y Ekaterin se ruborizó. No era desagradecida, de verdad que no. Era sólo… oh, demonios. Echó la silla hacia atrás.

—Disculpadme. Tengo que darme una ducha y vestirme. Debo ir a trabajar pronto.

—¿Trabajar? —dijo Rosalie—. ¿Tienes que ir? Esperaba poder sacarte a almorzar, e ir de compras. Para celebrarlo y buscar vestidos de novia, según el plan original, pero supongo que podríamos convertirlo en un día de consolación. ¿Qué dices, Kat? Creo que te vendría bien un poco de diversión. No has disfrutado mucho últimamente.

—Nada de compras —dijo Ekaterin. Recordó la última vez que fue de compras, en Komarr y con lord Vorkosigan en uno de sus estados de ánimo más lunáticos, antes de que la muerte de Tien volviera su vida del revés. No creía que un día con Rosalie pudiera igualarlo. Al ver la expresión apurada de su cuñada, suavizó su actitud. La mujer se había levantado antes del amanecer para darle aquel recado de locos, después de todo—. Pero supongo que Edie y tú podríais recogerme para almorzar, y luego llevarme de vuelta.

—Muy bien… ¿dónde? ¿Y qué estás haciendo últimamente, por cierto? ¿No hablabas de volver a estudiar? No te has comunicado demasiado con el resto de la familia últimamente, ya sabes.

—He estado ocupada. Tengo un encargo para diseñar un jardín para la casa de un conde —vaciló—. El Auditor Vorkosigan, por cierto. Te daré la dirección.

—¿Vorkosigan te ha empleado? —Rosalie parecía sorprendida, y luego, de pronto, militarmente sospechosa—. No habrá estado… ya sabes… insinuándose, ¿no? No me importa de quién sea hijo, no tiene ningún derecho sobre ti. Recuerda que tienes un hermano que te defenderá si lo necesitas.

Hizo una pausa, quizá para reflexionar sobre la idea del probable escaqueo de Hugo al ser nombrado voluntario para esta misión.

—O yo misma estaría dispuesta a hacerlo, si necesitas ayuda —asintió, pisando terreno más firme.

—Gracias —se atragantó Ekaterin, que empezaba a desarrollar planes para mantener a Rosalie y lord Vorkosigan lo más alejados posible—. Te tendré en cuenta, si alguna vez es necesario —y escapó escaleras arriba.

En la ducha, trató de recuperarse del caos que el malentendido de Rosalie había generado en su cerebro. Su atracción física hacia Miles —lord Vorkosigan—
Miles
, no era novedad, en realidad. Ella había sentido e ignorado el tirón antes. No era por su extraño cuerpo; su tamaño, sus cicatrices, su energía, sus
diferencias
la fascinaban por derecho propio. Se preguntaba si la gente la consideraría perversa, si supieran la extraña forma que empezaban a tomar sus gustos últimamente. Con firmeza, cambió la temperatura del agua a un frío intenso.

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