Tarzán en el centro de la Tierra (22 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

BOOK: Tarzán en el centro de la Tierra
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En la enorme cornisa, que vendría a tener unos dos acres, se hallaban reunidos al menos un centenar de hombres, mujeres y niños.

Todos los ojos se volvieron hacia los recién llegados. Al ver a Tarzán los guerreros se levantaron con rapidez, empuñando cuchillos y lanzas. Las mujeres gritaron llamando a sus hijos y corriendo rápidamente hacia la entrada de la caverna.

—¡No temáis! —gritó Ovan desde lejos—. Es Ovan el que llega, y viene con un amigo.

—¡Matadlo! —gritaron a la vez varios guerreros.

—¿Dónde está Avan? —preguntó el muchacho. 

—¡Aquí está Avan, el jefe! —exclamó una voz ronca y fuerte, que Tarzán vio que pertenecía a un bronceado gigante que salía de la entrada de la caverna.

—¿A quién traes contigo, Ovan? —preguntó el jefe—. Si ese hombre es un prisionero de guerra, lo primero que tenías que haber hecho era desarmarlo.

—No es un prisionero de guerra —contestó Ovan—. Es extranjero en Pellucidar, y viene aquí como amigo y no como enemigo.

—¡De todas formas, sigue siendo un extranjero y tú debías haberlo matado! —gritó Avan—. Ahora conoce el camino que conduce a la caverna de Clovi, y si no le matamos, volverá a su pueblo y conducirá a su gente contra nosotros.

—Este hombre no tiene pueblo, ni sabe cómo volver a su país —dijo el muchacho.

—En tal caso, miente —repuso Avan—, porque eso es imposible. No hay ningún hombre que no sepa el camino para regresar a su pueblo. ¡Ven aquí, Ovan! ¡Apártate de su lado, porque voy a matarle!

El muchacho, al oír estas palabras, se irguió al lado de Tarzán.

—¡El que quiera matar a un amigo de Ovan tendrá que matar primero a Ovan!

Un guerrero alto y fornido que estaba junto al jefe, le puso a éste su mano sobre el brazo.

—Ovan siempre ha sido un buen muchacho —dijo—. Ninguno de los muchachos de Clovi tiene tanta inteligencia ni prudencia como él. Sus palabras suelen tener sabiduría. Si él dice que este extranjero es su amigo, y no quiere que lo matemos, debe tener alguna razón, y hemos de escucharle antes de dar muerte a este hombre.

—De acuerdo —falló el jefe—. Tal vez tengas razón, Ulan. Lo comprobaremos. Habla muchacho, y dinos por qué no debemos de dar muerte a este extranjero.

—Porque arriesgó su vida para salvar la mía —contestó Ovan—. Luchó frente a frente con un enorme ryth, de cuyas garras yo no habría podido escapar de no ser por su ayuda. Después no quiso hacerme daño alguno, ¿y qué enemigo de Clovi, incluso entre los habitantes de Zoram o de Daroz, que son de nuestra misma sangre, no habría querido dar muerte a un muchacho que pronto se convertirá en guerrero? Este hombre, además, es muy valiente y un gran cazador. Estoy seguro de que será un gran bien para la tribu de Clovi, si se queda a vivir junto a nosotros como aliado.

Avan movió la cabeza pensativamente.

—Cuando regrese Carb celebraremos un consejo —dijo al fin—, y entonces decidiremos lo que hemos de hacer. Mientras tanto, el extranjero puede quedarse aquí como prisionero.

—No me quedaré aquí como prisionero —dijo entonces Tarzán—. He venido como amigo, y me quedaré como amigo o me marcharé.

—Déjale quedarse como amigo nuestro —intervino de nuevo Ulan—. Ha venido con Ovan, y no le ha hecho daño alguno al muchacho. Además, ¿por qué hemos de temerle, cuando él es sólo un hombre, y nosotros muchos?

—Tal vez haya venido a robar una mujer —dijo Avan.

—No —repuso enérgicamente Ovan—. Nada de eso. Dejadle que se quede, y yo respondo con mi vida de que no hará daño a nadie.

—¡Déjalo quedarse! —dijeron entonces algunos guerreros, pues Ovan siempre había sido el favorito de la tribu, al que todos mimaban y cuyas palabras eran escuchadas.

—De acuerdo, que se quede —decidió finalmente Avan—. Pero Ovan y Ulan serán responsables de su conducta.

No obstante, pocos de los miembros de la tribu aceptaron sin desconfianza a Tarzán de los Monos, aunque entre los que le trataron desde un principio de forma amistosa se encontraba Maral, la madre de Ovan, y Rela, su hermana. Las dos mujeres le aceptaron con naturalidad, en vista de que así lo hacía Ovan. Ulan también recibió amistosamente a Tarzán, lo que significaba mucho, ya que Ulan era tenido por un hombre muy inteligente, hábil y valeroso, y su opinión pesaba mucho en el consejo de Clovi.

Tarzán, acostumbrado a la vida de las tribus salvajes de los pueblos primitivos, se acomodó pronto a aquellas gentes, no prestando atención a aquellos que tampoco se la prestaban a él, observando escrupulosamente la ética de la tribu y respetando en todo instante las costumbres de Clovi. A Tarzán le gustaba conversar con Maral, a causa de su carácter alegre y risueño y de su inteligencia. La mujer le contó que ella procedía de Zoram, y que había sido robada por Avan cuando éste era un joven guerrero y decidió tomar compañera. Aquello explicaba a Tarzán la belleza de Maral, pues los clovis parecían aceptar sin vacilaciones la idea de que no había en todo Pellucidar mujeres más bellas que las de Zoram.

En cuanto a Ulan, Tarzán se sintió inclinado hacia él desde el principio, ya que había sido el primero en abogar por su causa. Además, Ulan se diferenciaba en muchos aspectos de sus compañeros de tribu. Parecía haber sido el primero entre las gentes de Clovi en descubrir que el cerebro servía para algo más que para asegurar y procurar las necesidades materiales de la existencia. Había aprendido a soñar, y gustaba de vagar con la imaginación por dulces caminos, deleitándose interiormente con fantásticas historias de su invención, o contándolas en voz alta a toda la tribu que las escuchaba absorta. Era, además, el creador de unas raras pinturas que exhibió a Tarzán con no poco orgullo. Llevó al hombre mono al interior de la gran caverna que era, al mismo tiempo, morada, almacén y fortaleza de la tribu, y encendió una antorcha, que iluminó su interior, mostrando las pinturas que cubrían los muros. Todas ellas constituían la obra de Ulan. Monstruos enormes, mamuts colosales, feroces tigres, osos de las cavernas, ciervos, chacales, reptiles voladores y otras bestias primitivas, muchas de las cuales eran completamente desconocidas para Tarzán, entre ellas un gran monstruo apocalíptico que Ulan le comentó que vivía en el país de Gyor, al otro lado de las Montañas de Thipdars.

Los dibujos, hechos de perfil, eran perfectos, aunque para los demás miembros de la tribu resultaban maravillosos, ya que Ulan era el primero que los había ejecutado y nadie se explicaba como lo había hecho. Tal vez, de haber sido Ulan un hombre débil, habría perdido estima entre las gentes de la tribu, pero como era, por añadidura, un gran cazador y un valiente y esforzado guerrero, sus talentos se añadían a estas otras cualidades, haciendo que aumentara el respeto y la estima en que todos le tenían.

De todas formas, aunque Ulan y algunos otros más miraban a Tarzán como un amigo, el resto de la tribu seguía mirándole con desconfianza. Ninguno recordaba que jamás un extranjero hubiera vivido entre ellos como un igual o como un amigo, y casi todos esperaban que cuando regresara Carb y los guerreros que le acompañaban, el consejo de la tribu condenara a Tarzán a muerte.

No obstante, conforme más trataban a Tarzán, muchos de ellos iban siendo ganados por la causa del hombre mono, sobre todo cuando éste les acompañaba en las cacerías, en las que la habilidad y las hazañas de aquel extranjero ganaban su admiración; igualmente, las armas de Tarzán, que al principio todos habían mirado con gran desprecio, fueron también objeto de admiración y respeto.

Así, cuanto más se dilataba la ausencia de Carb y sus compañeros, mayores iban siendo las posibilidades de que Tarzán fuera aceptado como un miembro más de la tribu, lo que para él suponía un motivo de alegría, desde el momento en que ello implicaba mayores probabilidades de encontrar a sus compañeros del dirigible.

Tarzán confiaba en que Jason Gridley, si todavía vivía, debía de hallarse perdido por alguno de los abruptos parajes de aquel espléndido país montañoso; y si lograba encontrarlo, los dos, con la ayuda de las gentes de Clovi, podrían descubrir el paradero del O-220.

El hombre mono había comido y dormido varias veces desde que llegara a la tribu, y también había acompañado a los guerreros clovis en numerosas cacerías. Y, sin embargo, el sol había lucido en su cénit cuando él llegó allí, y ahora continuaba del mismo modo, inmóvil en su cénit, sin ninguna variación. En consecuencia, era incapaz de saber si había transcurrido un mes o un día.

Tarzán se encontraba sentado en cuclillas cerca del fuego donde Maral preparaba la comida, hablando con la mujer y con Ulan, cuando a lo lejos, en la gran cañada, se escuchó el silbido que anunciaba la llegada de guerreros amigos. Un momento después, un joven apareció en el recodo del camino y llegó hasta la gran cornisa en la que se hallaba el poblado.

—Es Tomar —anunció Maral—. Seguramente trae noticias de Carb.

El guerrero llegó corriendo hasta situarse en el centro de la cornisa y se detuvo allí. Durante unos instantes permaneció en ese punto, dando a su actitud un toque dramático, con los brazos en alto, sonriendo y haciendo ademanes de silencio a todos.

—¡Carb vuelve! —dijo al fin a voz en grito—. ¡Los victoriosos guerreros clovis vuelven trayendo consigo a la más hermosa de las mujeres de Zoram! ¡Honor y gloria a Carb! ¡Grande es Carb! ¡Grandes son los guerreros de Clovi!

Los fuegos en los que se preparaban las comidas, y todas las ocupaciones domésticas y cotidianas de la tribu, fueron abandonados cuando todo el mundo corrió, en medio de un enorme griterío, a esperar el regreso de Carb y sus valerosos guerreros.

Finalmente, en el recodo del camino, apareció una partida de hombres armados: veinte guerreros, a cuyo frente venía Carb, y en cuyo centro aparecía una muchacha con sus muñecas fuertemente atadas a la espalda, y una correa atada al cuello de la que tiraba uno de los guerreros.

El interés de Tarzán se centró sobre todo en Carb, ya que, por la posición que éste ocupaba en la tribu, sus opiniones y consejos eran decisivos, y quizá iba a depender de aquel hombre la vida de Tarzán.

Como Tarzán había imaginado, Carb, en efecto, era un hombre de gran fuerza, enorme y corpulento. Sus facciones regulares daban a su rostro una expresión de gran belleza varonil, cosa bastante corriente entre las gentes de su pueblo, pero el gesto cruel y bárbaro de su boca y la dura mirada de sus ojos le restaban mucho atractivo y simpatía.

Los ojos de Tarzán se fijaron luego en la prisionera, y, en ese momento, una expresión de asombro cruzó el rostro del hombre mono, que se quedó absorto ante la belleza de la joven. Aquella muchacha, pensó Tarzán, podía efectivamente ser proclamada como la mujer más bella de Zoram, porque indudablemente ni en Pellucidar ni en el mundo exterior, se encontraría a una mujer más bella ni más perfecta que ella.

Avan recibió a los guerreros recién llegados en el centro de la cornisa. Luego contempló larga y complacidamente la hermosa presa, escuchando con atención a Carb, que narraba con todo detalle los incidentes y las peripecias de la expedición.

—Bien —falló luego Avan—; vamos a celebrar inmediatamente un consejo para ver quién se queda con la prisionera, y, al mismo tiempo, trataremos otro asunto para el que hemos estado esperando el regreso de Carb y sus guerreros.

—¿De qué se trata? —preguntó Carb con viveza.

—Aquí hay un extranjero que quiere vivir con nosotros en la tribu —dijo Avan señalando a Tarzán. 

Carb volvió sus duros ojos hacia Tarzán, y su rostro se ensombreció.

—¿Por qué no lo habéis matado? —preguntó rudamente—. ¡Dejadme! ¡Matémoslo ahora mismo!

—Eso no eres tú el que ha de decidirlo —dijo el jefe, Avan—. Sólo el consejo de guerreros puede decidir lo que ha de hacerse.

Carb se encogió de hombros.

—Si el consejo no decide acabar con él, lo haré yo mismo —murmuró—. No quiero que ningún enemigo viva en el mismo sitio que yo.

—Que se reúna enseguida el consejo —dijo Ulan con sarcasmo—, porque si Carb es más fuerte y poderoso que el consejo, es algo que me interesa saber.

—Hemos caminado un largo trecho sin comer y sin dormir —dijo entonces Carb—. Tenemos que descansar antes de celebrar el consejo, que seguramente exigirá de ti y de nosotros una gran fortaleza.

Mientras decía estas palabras, miró significativamente a Ulan.

Los guerreros que habían acompañado a Carb en su expedición también querían comer y descansar antes de celebrar el consejo, así que Avan accedió a sus deseos.

La muchacha cautiva no había hablado desde que llegara al poblado de sus enemigos, y ahora miraba a Maral que daba órdenes para que le dieran de comer y la dejaran descansar. Le quitaron las ligaduras que sujetaban sus muñecas, y la permitieron acercarse junto al fuego de Maral, donde la muchacha se sentó con una expresión de profundo desdén en su hermoso rostro.

Ninguna de las mujeres de la tribu dio muestras de querer molestar o atormentar a la prisionera, lo que extrañó enormemente a Tarzán, acostumbrado a ver como las mujeres de las selvas africanas martirizaban horriblemente a las mujeres de otras tribus que caían en su poder. Maral, sobre todo, era la que más amable se mostraba con la cautiva.

—¿Y por qué íbamos a portarnos de otro modo? —le explicó a Tarzán—. Nuestras hijas o cualquiera de nosotras puede ser capturada en cualquier momento por los guerreros de otras tribus, y si fuéramos crueles con ellas, nos tratarían del mismo modo a nosotras. Además, las mujeres que son capturadas por nuestros guerreros han de vivir ya siempre con nosotras. Aquí no somos muchas y siempre estamos juntas. Si nos peleáramos o discutiéramos, seríamos menos dichosas de lo que lo somos. Desde que estás aquí, jamás habrás visto una disputa ni una pelea entre las mujeres de Clovi, ni las verás si te quedas junto a nosotros. Es cierto que a veces ha habido mujeres rebeldes y amantes de las disputas, pero del mismo modo que destruimos a los niños que nacen enfermizos o defectuosos, también matamos a esas mujeres. Todo se hace por el bien de la tribu.

Entonces se volvió hacia la prisionera.

—Siéntate —le dijo—. La comida está en el caldero. Come lo que quieras, y luego duerme y descansa. No temas mal alguno; estás entre amigos. Yo también soy de Zoram.

La cautiva la miró vivamente.

—¿Tú también eres de Zoram? —preguntó—. Entonces debes de sentir lo que yo siento: quiero volver inmediatamente a Zoram. Prefiero morir a vivir en otro sitio.

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