Sexpedida de soltera (17 page)

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Authors: Pandora Rebato

Tags: #Erótico, relato

BOOK: Sexpedida de soltera
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A la señora le hizo mucha gracia que en la hoja verde de inmigración indicara que estaba prohibido entrar en el país con «objetos obscenos», y llamó la atención del tripulante al respecto.

—¿Se refiere este punto, por ejemplo, al vibrador que tengo en la maleta? ¿O a las revistas eróticas que he visto comprarse a aquel señor de la tercera fila? Puede que en América les parezca obsceno el conjunto de ropa interior de gasa transparente que llevo… ¿Cree que me pueden detener o deportar por eso?

Pero aquello fue sólo un ensayo para lo que la muy libertina organizó años después, cuando viajó con destino a Miami con Elena, e intentó cruzar el arco de seguridad del embarque de la T4 con unas bolas chinas puestas. Pero es que mi Carmen no gasta cualquier cosa, no… Para la ocasión decidió ponerse unas bolas
vintage
¡metálicas!, y con ellas, tan ricamente, se fue al aeropuerto.

Os podéis imaginar la cara del tipo de seguridad cuando, una vez se quitó los zapatos, el cinturón, los anillos, los pendientes, el reloj y todo lo demás, el dichoso arco montaba tanto escándalo cuando pasaba como si intentara salir del país con un alijo de uranio empobrecido.

Al final, ante el bochorno de la pobre Elena, vinieron dos policías nacionales (uno de ellos, mujer), y se la llevaron a una sala para proceder al cacheo. Allí, antes de que la agente le metiera mano, Carmen se sacó las bolas, ante el rostro estupefacto de la uniformada. Cuando salieron del cubículo, Elena no sabía cuál de las dos estaba más colorada.

No contenta con aquello, Carmen estaba decidida a probar la eficacia de la policía estadounidense y, mientras esperaban pasar por el mostrador de inmigración del JFK, le pasó a Elena un objeto envuelto en una toalla de manos.

—Oye, ¿puedes llevarme esto en tu bolso?

—¿Qué es?

Y Elena casi se cae al suelo al entrever el glande de plástico de un dildo color violeta.

—¿Tú estás loca? ¿Pasaste el bolso por el escáner en Madrid con esto dentro? ¡Llévalo tú, que es tuyo!

—A ti no te van a mirar nada pero a mí, si ya me han abierto la maleta y han encontrado los otros dos cachivaches que llevo allí, me detienen seguro si me encuentran éste.

Finalmente la excursión acabó sin consecuencias, pero Carmen me prometió que, la próxima vez que cogiera un vuelo transoceánico, pensaba probar si su vibrador con mando a distancia interfería en los instrumentos de navegación del aparato.

Mi último pensamiento inquietante antes de dormirme es que ninguna de las demás hemos controlado esta peligrosa eventualidad.

No noto que Marta se levanta para sentarse en el brazo del asiento de Patricia, al otro lado del pasillo. Como lleva varias semanas deshojando la margarita del «EEUU sí, EEUU no», no se ha enterado de nada. Rápidamente, las otras la ponen al día de mi anuncio de boda en el blog, la airada reacción de Javier ante la cena en mi casa, el retraso
sine die
de la fecha del enlace y la contraoferta de venirse a vivir a mi casa.

Hasta ahí, ni a Marta ni a Patricia les parece nada excesivamente extraño, si no fuera por la conversación que Marta tuvo con Lucas Tenorio sobre la actriz porno que asegura conocer a Javier.

Elena y Carmen explican que sus pesquisas en ese sentido todavía no han dado fruto, ya que Lucas está momentáneamente desaparecido, previsiblemente sumido en una de sus crisis de identidad habituales tras un festival erótico. De hecho, le han dejado a Juan Carlos el encargo de localizar a Tenorio y apremiarle en la búsqueda de la actriz.

Elena aporta una novedad que las otras desconocen: ayer la llamó Julia para contarle lo que yo le había confesado 24 horas antes a ella, que Javier recibió una llamada intempestiva el domingo por la noche, que contestó en inglés y que al otro lado del teléfono se escuchaba la voz terriblemente enfadada de una mujer mayor.

Después se inventó un problema en Huesca para marcharse.

Las otras tres abren los ojos como platos.

—No sé lo que vosotras pensáis, pero esto a mí me requema. ¿Y decís que Pandora no le dijo nada a ese boludo? ¿Ni le preguntó? Está claro que hay que hacer algo con ella o por ella.

La reflexión de Patricia allana el camino para el golpe sorpresa de las conspiradoras.

—Ya estamos haciendo algo —empieza Carmen.

—Marta, ¿te acuerdas de Juan Carlos, aquel corresponsal de guerra con el que estuvo liada Pandora el primer año de carrera? —pregunta Elena.

—Sí, aquel cabrón. ¿Y qué?

—Pues que es quien está detrás de todo, de la operación.

Después de soltar la bomba, Carmen y Elena observan el efecto que la noticia provoca en las otras dos.

—¿Operación? ¿Qué operación? ¿De qué habláis? —pregunta Patricia exasperada.

—Hay que averiguar todo lo que podamos de Javier, porque está claro que oculta algo y se la va a jugar a Pandora. Coincidimos todas en que está desconocida y que no es dueña de sí ahora mismo, ¿no?

Marta se atraganta con el argumento de Elena:

—¿Estáis locas? ¿Y vais a buscar al primer tipo que le partió el alma? ¿Qué creéis que va a decir si se entera? ¡El puto corresponsal! Elena, ¿es que no te acuerdas de lo mal que lo pasó?

—Tssss. Calla, que la vas a despertar. —Carmen trata de bajarle decibelios a la indignación de Marta—. No le hemos ido a buscar nosotras. Él leyó el post de Pandora y se presentó en el periódico a hablar con Julia. Ha sido él quien nos ha buscado a nosotras y, si quieres que te diga la verdad, creo que es su manera de expiar sus culpas.

—¡El tipo que la burló hace quince años regresa para evitar que otro se lo vuelva a hacer! ¡Qué lindo!, ¿no? No sé si llorar o llamar a la policía…

La ironía de Patricia exaspera a Carmen.

—Pues a lo mejor a ti te hace mucha gracia, pero es lo más digno que le he visto hacer a un hombre por una mujer a la que él mismo ha engañado previamente. Y, desde luego, independientemente de quién sea, si me voy a estrellar con un hombre y todo el mundo lo ve menos yo, espero que alguien venga a advertírmelo. Aunque sea un antiguo canalla.

—Patri, además es un hombre de acción con mucho tiempo libre y un plan… —interviene Elena.

—… Que espero que no incluya enrollarse otra vez con Pandora —corta Marta.

Elena suspira, mira a las demás con un gesto cansado y se decide a compartir el resto de la información que nadie más conoce.

—No está buscando eso, Marta. Juan Carlos tiene cáncer. Me lo dijo ayer Julia. Se lo sonsacó a Fernando, su jefe, que es muy amigo de Juan Carlos. Es una cosa jodida, así que está de baja. Por eso está en Madrid y no por ahí en alguna guerra. El tratamiento no le permite llevar él mismo y por su cuenta toda la investigación sobre Javier, por eso vino a buscarnos y reclutó a Pepe, por cierto, para que haga los desplazamientos que él no puede hacer.

El silencio se instala como quinto en discordia de la tertulia y, durante un rato, lleva la voz cantante. Marta se gira y todas me observan un segundo, pero yo no me he movido, profundamente dormida como estoy. Patricia es la primera en reaccionar.

—Entonces… el tipo está enfermo y quiere lavar su conciencia por si se tiene que marchar antes de tiempo al otro barrio… ¿Ves? Ahora ya lo entiendo más. También lo hará para no aburrirse demasiado durante el tratamiento, supongo.

—Joder, eso lo cambia todo… ¿no? Quiero decir, sois vosotras quienes vais a estar allí y a comeros el marrón. Así es que, si vosotras confiáis en él…, supongo que yo no tengo nada más que decir —apoya Marta.

Tras unos segundos de reflexión, Patricia pide que la pongan al día de las pesquisas.

—Por ahora no hay gran cosa. Pero Juan Carlos está haciendo lo lógico en estos casos: intenta averiguar por teléfono si Javier es el enólogo de las bodegas esas para las que dice que trabaja, lo de su madre en Toledo y todo lo básico. Laurita está rebuscando en Internet en busca de más información, cualquier cosa que sirva, y de esa Red Angel. Pero como es un asunto delicado, es algo que le dejamos a Lucas Tenorio, para cuando quiera dar señales de vida. Ya aparecerá. Como no nos enteramos a tiempo de que Javier se iba a Huesca, Pepe… ¿os acordáis de Pepe, el camarero de las rastas? No ha podido ponerse en marcha. Mientras tanto, está en plan
perroflauta
, sentado frente al portal donde vive Javier, por si vuelve antes de tiempo.

Elena se echa a reír ante la explicación de Carmen.

—Es un camuflaje perfecto para el piojoso ese. Qué buen tipo es, por cierto… Y Julia está movilizando fuentes periodísticas para averiguar lo clásico: si Javier se llama como se llama, si tiene cuentas pendientes con la Justicia, si le han puesto multas de tráfico, de quién es la casa donde vive… Y mientras le organiza viajes de trabajo a Pandora para que pase cuanto menos tiempo en Madrid mejor. Así evitamos que se precipite esa mudanza y nosotras podemos ir haciendo algo.

—Hay que joderse. —La mejor virtud de Marta no es precisamente su vocabulario—. Para una vez que hay una aventura interesante, me voy y me la pierdo. ¿Qué coño puedo hacer yo desde Nueva York?

Las demás piensan unos segundos y es Patricia quien toma la palabra:

—Prepara una habitación en tu nueva casa por si quiere esconderse. Es lo que yo haría, desde luego. Desaparecer una temporadita contigo. Y además estará Eugenio, a quien Pandora adora…

—Tampoco es para tanto. Se llevará un disgusto y, cinco minutos después, nos llamará para salir de marcha, ¿no? —Carmen quiere quitarle hierro al asunto sin mucho éxito.

—Ojalá —suspira Elena.

Cuando aterrizamos en el JFK, mi teléfono móvil empieza a pasarme mensajes como un loco. Parece que Julia tenga la insana intención de arruinarme a base de ponerme al día de sus aburridos contratiempos en el periódico. Pero se me olvidan todos los resquemores cuando en el segundo mensaje me hace saber que Esther ha estado tentando a Fernando con la propuesta de un nuevo blog, diseñado demasiado a imagen y semejanza del mío, pero escrito por ella y preparado para tomar el relevo en cuanto yo decida terminar con
La cama
, «o incluso antes».

Julia es muy clara en el cuarto sms: «Pásatelo bien, pero aprovecha para pensar qué quieres hacer con tu vida, porque no sé si voy a poder mantener el
statu quo
mucho tiempo».

Le hago caso y estoy un rato pensativa, dándole vueltas a lo que mi jefa me sugiere, cuando me doy cuenta de que Carmen lleva un buen rato timándose con un grupo de cuatro chicos que hacen cola algo detrás de nosotras a los que, sin querer ni darme cuenta, yo he provocado mirando fijamente en su dirección, pero sin verlos.

En vista de que Carmen se ha lanzado al ataque y de que Elena se hace la distraída atusándose la melena pero sin perder comba de lo que allí sucede, me concentro algo más en ellos y les observo, ahora ya sí, con todo el descaro que puedo.

Me encanta provocar en los sitios abarrotados de gente y la sala de inmigración tiene pinta, desde luego, de ir a llenarse en breve con el incesante goteo de personas procedentes de todas partes del mundo.

Carmen y yo decidimos inmediatamente que los chicos son tan españoles como nosotras y, en dos vistazos más, me doy cuenta de que, además, la cara de uno de ellos me suena bastante, porque ha hecho cola detrás de mí en el baño del avión.

«Debo de estar perdiendo facultades. ¿Cómo no me he fijado antes en un tipo tan guapísimo?». Y me contesto a mí misma que, sólo quizá, el influjo de Javier se ha quedado dentro del último resquicio de territorio español que he pisado, y que Norteamérica se abre como una inmensa alfombra de bienvenida para mí y mis recién recuperados siete sentidos: los cinco habituales, más el sentido común y su gemelo oscuro: el sinsentido, que es el más divertido de todos ellos.

Me dejo arrastrar por este último y me acerco a ellos dejando a mis amigas plantadas con mi equipaje.

—Hola. ¿De vacaciones?

Los chicos responden con suficiencia, en plan «ya hemos ligao», y se atropellan para contestarme que sí, que están de vacaciones, que van a pasar una semana en Nueva York y que tienen pensado ir al baloncesto, al béisbol, al fútbol americano y a algún musical.

—¿Y a Manhattan? Porque si tenéis el alojamiento en Manhattan, podíamos compartir una
minivan
que al final sale más barata que cinco taxis.

Y aprovechando que Carmen se me ha acercado para no perderse ripio de lo que pacto con ellos, la dejo cerrando el trato y me vuelvo a nuestro lugar en la cola.

—Vale, ya tenemos transporte al hotel. Me pido al alto de las gafas, el que se parece a Clark Kent, los demás son todos vuestros —les espeto a Patricia, Marta y Elena, que me miran alucinadas como si fuera la primera vez que les resuelvo la papeleta del transporte o del ligoteo.

Consulto el reloj del aeropuerto y calculo cuánto tardaremos en llegar al mostrador de inmigración.

—Chicas, quedaos con mis maletas. Necesito una hora para escribir un relato. Estaré allí, apoyada contra la pared. Avisadme cuando nos toque.

Lo último que oigo mientras me doy la vuelta y rescato mi
notebook
de una de las valijas es la pregunta de Elena.

—¿Necesitas ayuda, Loris Lane? Si quieres te mando a Superman…

La ignoro y me siento a escribir una historia de la que me he acordado en la tesitura de hacer cola en semejante aglomeración.

SEVILLA BIEN VALE UNA BULLA

Sólo hay una cosa que me erotice más que un viaje: una cola (una fila, un caminito de personas, se entiende…). Y si es una cola mientras estoy de viaje, ni os cuento. Escribo esto desde la cola de inmigración del aeropuerto JFK de Nueva York y, aunque yo todavía no me he dejado tentar por el aburrimiento y la voluptuosidad, contemplo a mis amigas echando miraditas peligrosas a su alrededor. Es sorprendente que ocho horas de vuelo en clase turista no hayan acabado con las ganas de ligar del personal. Por lo menos por ahora.

Descubrí el poder erotizante de las largas esperas precisamente en la Expo de Sevilla, allá por el año 92, aquel verano olímpico cuando todo era miel sobre hojuelas y en la capital andaluza hasta las piedras del río disfrutaban del calor.

¿Fue en el pabellón de Japón o en el de Jordania? En realidad da lo mismo, porque en lugar de desesperarme y blasfemar en arameo, mi prima Lucía y yo empleábamos las horas muertas de la espera en la deliciosa labor de ligarnos a todo chico guapo que se nos antojaba. Es lo que tienen los 18 años, que te puedes permitir esas cosas.

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