«No lo sé. Nadie me ha dado nunca un libro de instrucciones sobre cómo ser humano» (FR)
Frase amuleto. Sirve para muchas situaciones.
Mystery lo usa como excusa, tras iniciar su campaña de Secuestro Mental, en R1 o R2. Sirve para hacer ver que no se esperaba sentirse tan atraído y que no sabe cómo explicarlo.
En principio, podemos considerar Rutinas de Romance a todas aquellas que nos permitan generar Confort, Confianza y Conexiones Emocionales, o mostrar Caballerosidad o explotar el elemento de Predestinación.
Como ya hemos apuntado varias veces, en la práctica muchas de ellas son intercambiables con las Rutinas de Valor. A menudo la diferencia solo consiste en cuándo, a quién y cómo se aplican. Si la usamos frente a todo el Set en lugar de hacerlo a solas con el Objetivo, una Rutina de Romance puede convertirse en otra de Valor. Y viceversa.
Por ello, no te obsesiones con las categorías. Usa unas y otras cuando tu Calibraje te muestre que es un buen momento para hacerlo.
Los Kinoescaladores son una subclase de las Rutinas de Romance que merece nombre propio. Básicamente, su función es ayudarnos a llevar las cosas a un terreno físico desde el principio. La idea es que el Objetivo se acostumbre y vaya sintiendo cómoda con el contacto con nosotros. Esto servirá para generar Romance de por sí y, además, evitará que nos encasille en una categoría equivocada.
Las Rutinas de Vulnerabilidad también forman parte de la Campaña de Romance. Normalmente se usan cuando ya hemos proyectado bastante Valor, para mostrar al Objetivo que tenemos un lado humano. Además, puede que si no lo hiciéramos el resto no resultase creíble.
Otra subclase más son las Rutinas anti-RUM, las cuales van encaminadas a prevenir la RUM o Resistencia del Último Momento, que puede aparecer durante la Campaña de Seducción.
Paso a ofrecerte algunas de estas rutinas.
KINOESCALADORES (RK+R)
Los Kinoescaladores son todas aquellas acciones que deben o suelen darse para que la Kinoescalada tenga lugar. Te conviene conocer tantos como puedas aun cuando no te sirvas siempre de todos ellos, ya que hacerlo ampliará enormemente tu abanico de recursos aptos para llevar la interacción a un nivel físico.
Como es lógico, muchos de estos Kinoescaladores suelen usarse combinados con otras rutinas. A veces, sin embargo, pueden usarse aisladamente.
A continuación, ofrezco una lista de los Kinoescaladores más frecuentes. Ten presente que en la realidad no se aplican siempre en este orden, que no se dan necesariamente todos y que puede haber otros que no estén incluidos en la lista.
Podemos, por ejemplo, hacer un claro amago de besarla y, justo cuando la expectación se encuentra en máximos, detenernos de golpe. Otro recurso poderoso es simular que te estás intentando controlar. Vamos, hacer ver que el Objetivo despierta en ti ese lado ultra salvaje que estás intentando reprimir. Se trata de transmitir de alguna manera un mensaje similar a este:
«Quiero, me vuelves loco. Pero voy a ser bueno y reprimirme, así que ni siquiera me mires».
KINOTESTS (RK+R)
Al aplicar estos recursos, nos conviene observar sus reacciones para que estas guíen nuestra Kinoescalada.
Hay muchas señales susceptibles de indicarnos si las cosas están maduras para proseguir con nuestro avance o si, por el contrario, debemos esperar, cambiar de estrategia, continuar con otras rutinas, etcétera.
Podemos observar, por ejemplo, si mientras la olemos se eriza el vello de alguna parte de su cuerpo o se endurecen sus pezones. Al hacerlo estaríamos aplicando lo que se conoce por un Kinotest. Si en este caso concreto se le pone la carne de gallina, querría decir que el resultado del Kinotest es positivo y que podemos avanzar.
Los Kinotests son, pues, Tests de Predisposición relacionados con algo físico que llevamos a cabo para ver si podemos proceder con la Kinoescalada y con el Paso de Nivel en general. Básicamente, nos dicen si nuestros Kinoescaladores funcionan. Nos servirán también para decidir si debemos premiar o castigar según nos convenga, contribuyendo así a generar una Inercia Favorable.
A continuación te ofrezco algunos de los Kinotests más frecuentes, seguidos de la clase de respuesta que ella debe dar para que esta pueda interpretarse como un IDI.
TAMBIÉN ME HAN HERIDO (RVUL)
«Por supuesto que sé lo que es llevarse calabazas. Por supuesto que me han herido y que sé lo que es sufrir por otra persona.
»De hecho, no hace mucho tiempo sentí algo realmente especial por una persona. Y, cuando más colgado estaba, cuando empezaba a necesitar el olor y el tacto de su piel más que el aire que respiro, la tía tuvo que volver a Australia».
A veces me han preguntado si me he llevado calabazas. A menudo, me baso en esta rutina para responder.
HISTORIAS DE KIPPER (RVUL+R)
A veces, me gusta mostrar mi lado vulnerable hablando del perro con el que crecí, Kipper.
La cosa da mucho de sí porque realmente Kipper era como un miembro más de la familia y, cuando me acuerdo de él, suspiro, me brillan los ojos y resulta evidente que me enternezco y que me afecta de una forma casi patológica.
Irónicamente, Kipper era bastante mujeriego —o perruniego, si te suena mejor—, por lo que sé que allá donde se encuentre creo que aprobaría la forma en que estoy explotando su recuerdo.
Realmente, Kipper era tan especial que solo con él podría llenar un libro de rutinas. Desde su nombre —que significa «arenque ahumado»— pasando por su aspecto, las fotos que conservo de él, las muchas aventuras que vivimos juntos, sus extraños hábitos, hasta el día en que murió en trágicas circunstancias, todo en él es material de leyenda.
Así que no voy escribir literalmente las rutinas sobre Kipper, pues sería demasiado largo.
Solo te diré que era un perro amarillo con el hocico rojo, aunque cuando lo pelábamos en verano tomaba un tono asalmonado claro como el de la pantera rosa. Comía fruta, hasta el punto de pelarse las naranjas él solo o de encaramarse a coger albaricoques de los árboles. Además, le encantaba el agua. Tanto, que en la familia pensábamos que alguno de sus ancestros debió ser una nutria. Lo cierto es que no podía ver un lago, río o playa sin zambullirse en él de inmediato. Y, cuando los amigos nos bañábamos en las piscinas de nuestros respectivos chalets, Kipper era uno más. Además, siempre nos lo disputábamos como valioso miembro de cualquier equipo.
Si lo tumbabas boca arriba y le rascabas la tripa, hacía la bicicleta. O el Induráin, como lo llamábamos nosotros. Los bailes de pareja, en cambio, ya no le gustaban tanto, porque siempre le tocaba hacer de chica y llamarse Kipperina. Sin embargo, como entonces éramos prácticamente de la misma estatura, a mí me gustaba cogerlo, y marcarme un vals o un tango con «mi rubia».
Otra cosa que Kipper odiaba eran las garrapatas. Aunque estaba empleado como transportista para Garrapatón S.A., llevándolas de un lugar a otro y ofreciéndoles servicio gratuito del pueblo a la ciudad, creo que no le entusiasmaba demasiado su trabajo. La prueba de ello era que, cuando le quitabas alguna de la oreja, la cabeza o alguna otra parte de su cuerpo, siempre te seguía para ver lo que hacías con ella. Si se la mostrabas, cogiéndola entre el índice y el pulgar, se lanzaba heroicamente a acabar con ella mordisqueándola con sus pequeños incisivos. Y, mientras lo hacía, ponía cara de asco.
Su obsesión con las garrapatas era tal, que llegaba a verlas donde no las había. Por ejemplo, si te limitabas a rascar sus orejas como si las estuvieras rastreando, bastaba darle un pequeño pellizco y unir el índice al pulgar para que te siguiera. Entonces empezaba a darte pequeños mordisquitos en las uñas, convencido de que así estaba poniendo fin a la existencia del imaginario chupasangre.
En otras ocasiones, eso sí, el favor te lo hacía él a ti. Podías estar tumbado en el sofá viendo la tele o echado en una terraza tomando el sol. Entonces Kipper se te acercaba y, con mucha delicadeza, empezaba a mordisquearte alguna oreja o partes del cuero cabelludo. Al cabo de unos minutos, se marchaba con la satisfactoria convicción de haber dejado a su amo completamente limpio de garrapatas.
Otra cosa que Kipper hacía mejor que nadie era correr. Corría más y mejor que ninguno de nosotros con la bici. De hecho, bastaba llegar al camino rural que conducía al chalet, para que nos implorase que por todos los medios lo dejáramos salir del coche. No veía llegar el momento de mostrarnos el camino. Le encantaba tanto el campo, que la idea de que nos perdiéramos y no supiéramos cómo llegar le daba auténtico pánico.
Así que abríamos la puerta del coche y salía disparado. Se situaba delante de este y nos iba dirigiendo durante los pocos kilómetros que quedaban, a una velocidad crucero de cincuenta o sesenta kilómetros por hora. Cuando llegábamos a la casita le salían cataratas de espuma por la boca, pero podías leer en la complacencia sonriente de sus ojos que la carrera había valido la pena.
Pero, ante todo, corría porque era un amante de la velocidad. En la familia lo sabíamos de sobra: en otra vida, Kipper había sido piloto de carreras. O Superman. De hecho, solo había que ver su cara cuando conducíamos a grandes velocidades y sacaba la cabeza por la ventanilla. Yo siempre lo envidié por ello, pues era el único de la familia al que le estaba permitido hacerlo.
El caso es que sacaba la cabeza y, en cuanto nuestro coche superaba los cien kilómetros por hora, tenía lugar en él una singular transformación. Entornaba los ojos en una mueca sonriente, poniendo lo que nosotros llamábamos «cara de velocidad». Entonces, las orejas se le tensaban hacia atrás, vibrando como estelas. Una de ellas se golpeaba constantemente con la lengua, que también se agitaba y lanzaba, de forma intermitente, pequeños hilos de baba a cualquier persecutor potencial. Algo que hacía para protegernos de posibles espías. Porque, como en el fondo todos sabíamos, Kipper era en realidad un agente secreto.
En casa nadie decía nada, pero cada uno de nosotros lo sospechaba. Nos hacíamos los locos, más que nada, para que no se sintiera descubierto. Después de todo, Kipper era un perro muy sensible y no queríamos herirle el orgullo. Pero lo que está claro es que algo se tramaba. ¿Cómo, si no, podía explicarse su doble vida?
Por ejemplo, había días que lo bajaba a la calle bien temprano, aprovechando mi viaje a por el pan. Como conocía el barrio a la perfección, lo dejaba suelto para que se socializase un poco. A menudo se reunía con amigos —quizás otros agentes— que se ponían a seguir todos a la misma perrita. Y, entonces, cuando salía de la panadería, ya no estaba. Y ya no volvíamos a verlo durante días. Al cabo de un tiempo regresaba agotado y demacrado, como si volviese de llevar a cabo las misiones más extenuantes.
Otra explicación posible era que Kipper fuera simplemente un calavera, un juergas. Después de todo, él nunca negó ser un poco mujeriego —o perruniego—. Además, era presumido hasta la muerte. Juraría, incluso, que se lo tenía bastante creído. Solo había que ver cómo se paseaba el tío, pavoneándose hasta de su collar, y cómo levantaba la cola luciendo sus dos testiculitos rosas. Además, le encantaba que lo peinasen o acicalasen de cualquier forma. Llevaba a gusto toda clase de prendas, ya fueran camisetas, gafas de sol o incluso aquellas graduadas.