¿Sabes que te quiero? (18 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—Sí. Lo es.

—Pues pórtate bien este fin de semana. Tienes posibilidades. Al menos, más de las que tengo yo.

—¿Tú crees?

—Hasta tú con Mario tienes más posibilidades que yo con..., ya sabes.

El francés suelta una carcajada. Cris sonríe tímidamente. Así, en las distancias cortas, gana. No parece tan mal chico.

—Hola, ¿de qué os reís? —pregunta Paula, que llega hasta ellos envuelta en una toalla.

—Cris me estaba contando un chiste muy bueno.

—¿Sí? ¿Tú contando chistes? ¿Desde cuándo?

La Sugus de limón se sonroja y mira hacia otro lado.

—Ya te lo contará. Es realmente bueno. Ahora llevemos las cervezas a la nevera, que se calientan.

—Está bien.

Las dos chicas cogen tres bolsas cada una y Alan cuatro. Cargados, entran en la casa.

—¿Cuántas cervezas habéis comprado?

—Noventa botellines.

—¿Noventa? ¡Madre mía! ¿Y quién se va a tomar toda esta cerveza? ¡Solo somos siete! —exclama Paula, a la que las asas de las bolsas empiezan a hacerle daño.

—Tú tienes un historial detrás que invitaba a que compráramos incluso más.

—Qué capullo. No te doy un buen tortazo porque tengo las manos ocupadas.

—No te preocupes. Ahora podrás darme cuando sueltes las bolsas, la cocina está ahí —indica Alan, sonriente.

Los tres entran en la inmensa cocina.

—Vaya. Es enorme... —comenta Cris, que pone las bolsas sobre la encimera.

—Y qué bien huele. ¿Es bizcocho de chocolate? —pregunta Paula, que también ha dejado las cervezas encima de la encimera.

—Puede ser. María es una gran repostera. Luego comeremos si queréis, ahora hay que guardar esto.

Los chicos van sacando los botellines de las bolsas y los van metiendo en una nevera utilizada exclusivamente para bebidas.

—Por cierto, ¿dónde están Mario y Diana? No los he visto en la piscina cuando hemos llegado —comenta Cris.

—No lo sé. Desaparecieron hace un rato.

—Estarán revolcándose en alguna habitación —indica Alan.

Paula sonríe. Tampoco ella acaba de creerse que esos dos estén juntos. Forman una pareja curiosa. Solo espera que no se hagan daño, pues a ambos los quiere mucho. Pero la relación de Mario y Diana está a punto de entrar en un momento crítico, y Paula será el principal desencadenante.

Unos minutos antes, en la casa de los tíos de Alan.

¿Cuánto hace que está ahí dentro? Ni idea. Mario no lleva ni el reloj ni tiene el móvil consigo, así que ha perdido la noción del tiempo. Diana se ha encerrado en el cuarto de baño hace más de diez minutos.

Ha intentado escuchar a través de la puerta varias veces y solo se oye caer agua. ¿Se está duchando? No suena como el agua de la ducha sino como el grifo del lavabo. Es muy extraño. Empieza a alarmarse.

—Diana, ¿estás bien? —pregunta preocupado.

No obtiene respuesta. Solo se escucha el chorro de agua. ¿Y si se ha mareado como antes y está inconsciente en el suelo?

—¡Voy a entrar! —grita.

Gira el pomo y comprueba que, o no está el cerrojo echado o, simplemente, es una puerta que no tiene cerrojo. Abre un poco, sin mirar en el interior, y vuelve a anunciar que entra. No quiere ver algo que no debería ver. Además del chorro de agua, le parece escuchar algo parecido a alguien con arcadas. Mario no lo resiste más y abre la puerta completamente. Y entonces, asustado, corre hacia el fondo del cuarto cuando la ve. Diana se encuentra de rodillas frente al retrete. Está vomitando, con las manos apoyadas en el estómago. Retorciéndose.

—Pero ¿qué te pasa?

La chica, con el ruido del grifo, no se había percatado de que Mario había entrado en el cuarto de baño y lo mira con sorpresa. Luego sonríe. Tiene la comisura de los labios manchada y le tiemblan los brazos.

—El pastel... de chocolate —señala, con voz temblorosa.

Mario se agacha junto a ella y la mira a los ojos. Están rojos, como inyectados en sangre, y llorosos.

—¿Te ha sentado mal?

—Eso parece. Me han querido envenenar —responde irónica—. Pero ya estoy bien.

Con dificultad, sujetándose a la pared, se pone de pie y tira de la cadena. También el chico se incorpora. Continúa muy preocupado, no se cree que esté totalmente recuperada.

—Pero ya estabas mal antes. Te mareaste en el camino. ¿Seguro que no estás enferma?

—No. Estoy bien. Debe de ser que tengo el estómago algo sensible.

—¿Te ha pasado más veces?

—No. De verdad, Mario. No te preocupes. Estoy bien.

La chica coloca la boca bajo el chorro de agua fría y se limpia. A continuación, se unta un poco de pasta de dientes en un dedo y se frota la boca, sonriendo a Mario por el espejo.

—Si quieres, nos vamos. O podemos ir al médico a que te examinen por si has incubado un virus.

—No. Estoy bien. Nada de médicos.

Se enjuaga la boca y escupe.

—Es mejor que vayamos a que te miren y...

—¡Déjame ya! ¡Estoy bien! —grita, interrumpiéndole.

Mario no espera esa reacción y se echa hacia atrás.

—Perdona. No quería molestarte.

La chica se arrepiente enseguida de haberle gritado y se acerca a abrazarlo.

—Perdóname tú. Pero estoy bien. No necesito un médico. Lo que quiero es seguir pasándolo bien aquí contigo y con los demás.

Pasa los brazos alrededor de su cuello y lo besa. Sabe a menta.

—Estoy preocupado por ti —dice Mario después del beso.

—Pues no te preocupes tanto. Y bésame otra vez.

De nuevo se besan. Esta vez con más pasión. Más tiempo. Segundos que hacen olvidar todo. Las manos de la chica se cuelan en el bañador mojado de Mario, que suspira profundamente cuando las siente y aprieta todavía más su boca contra la de ella.

—Diana...

—No quiero parar... —murmura.

Sin apartar los labios de los suyos, lo arrastra hacia el suelo y lo tumba boca arriba. Se sienta sobre él y le ayuda a quitarse la camiseta. Luego ella se desabrocha la parte de arriba del bikini, que termina deslizándose por su cuerpo hasta el pecho desnudo de Mario.

—¿Estás segura? Nos pueden oír.

—Qué más da.

—Pero no tenemos protección —señala antes de que Diana lo vuelva a besar.

—No te preocupes, que yo tomo medidas.

—Pero...

Y sin permitir que Mario diga ni una sola palabra más, le tapa la boca con un nuevo beso y se desliza sobre su cuerpo, dejándose llevar.

Capítulo 30

Esa misma mañana de finales de junio, en otro lugar a las afueras de la ciudad.

Levanta los pies y los apoya en el sillón que ha sacado fuera para tomar el sol mientras lee. Katia no es una fanática de la lectura pero Alex le ha dejado el original de
Tras la pared
y le está encantando:

Subí hasta el tercer piso. Caminé hasta el fondo del pasillo y llamé al timbre del tercero B. Sonaba de una manera peculiar. Musical. Un ruido demasiado empalagoso. En ese instante oí un «Voy» lejano y unos pasos que se acercaban a la puerta a toda velocidad. Abrieron y delante de mí apareció una chica de unos veinticinco años, con unas gafas de pasta roja y el pelo cortito, estilo Chenoa cuando participó en Operación Triunfo. No era demasiado guapa pero tenía cierto atractivo. Llevaba puesto un vestido rosa y negro de tendencia oriental que se le ajustaba a sus anchas caderas. Su expresión al verme fue de una sorpresa total.

—¡No! —gritó, y se puso las manos en la cabeza.

—¿No?

—No. No puede ser.

—¿Qué es lo que no puede ser!

—Tú.

—¿Yo? ¿Yo no puedo ser?

—Eres tú...

—Claro que soy yo.

—No puede ser.

—¿Qué es lo que no puede ser?

—Que seas tú.

—¿Y quién iba a ser si no?

—No sé. Pero eres tú.

Hablaba muy deprisa. Estaba muy nerviosa y yo comencé a ponerme nervioso también. La conversación con aquella chica se había convertido en un auténtico galimatías, así que traté de serenarme y buscarle sentido a aquella situación.

—No digas nada más.

—¿Qué?

—Que no digas nada más.

—Bien.

—Te he dicho que no digas nada más.

—Vale.

Parecía imposible lograr con aquella chica lo que los especialistas denominan «comunicación fluida». Pero había que intentarlo.

—Empecemos de nuevo.

—Mmm...

Bien. Por fin lo había comprendido.

—Ahora, cuando te salude, tú me saludas tranquilamente y comenzamos una conversación de dos personas que hablan el mismo idioma. ¿Has entendido?

La «japonesa» peinada a lo Chenoa asintió con la cabeza. Sus piernas temblaban y se tenía que acomodar constantemente las gafas porque se le caían.

—Hola —le dije, respirando hondo antes—. Me llamo Julián.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque tengo tu libro.

—¿Qué?

—Que tengo tu libro. Es el mejor libro que he leído. El mejor libro de la historia. El mejor libro del planeta Tierra y de la vía Láctea. Y cuando descubramos que existen más galaxias y que también escriben libros en otros mundos, seguirá siento el mejor libro. Al menos hasta que saques el siguiente.

Empezaba a comprender. Aquella chica era fan de mi libro. ¿Había quedado claro?

—Me alegro de que te guste.

—¿Gustarme? —Fingió que se desmayaba, aunque sin caerse al suelo—. Espera.

Y se metió en el apartamento dejándome allí de pie.

—¿Por qué capítulo vas?

Alex sorprende a Katia, que estaba completamente inmersa en
Tras la pared
.

—Por el siete.

—¿Y qué tal? ¿Te gusta?

—Está genial. Me estoy riendo mucho. Eres un escritor magnífico. Además, hay mucho de ti en el protagonista. ¿Me equivoco?

—Bueno, es un libro de ficción, aunque no puedo negar que hay algo personal en la caracterización de los personajes, especialmente en Julián.

—Ya me he dado cuenta. Yo creo que Julián es una extensión tuya. Os parecéis mucho.

—Para alguien a quien le gusta escribir, lo más sencillo y lo que más le apetece, al menos a mí, es que el protagonista de su novela sea escritor.

—Es lógico.

—He disfrutado mucho escribiéndola. Y eso creo que se nota.

—A mí me está encantando, de verdad.

Alex sonríe. Cada día se siente más cómodo al lado de Katia. La chica vuelve a poner los pies en el suelo y estira la espalda y los brazos.

—Te invito a comer.

—¿Dónde?

—Aquí, en mi casa —responde el chico—. Irene ha quedado con alguien y no come en casa hoy.

—¿Qué vas a preparar?

—No lo sé. Si quieres vienes a la cocina, miramos a ver qué hay por ahí y lo preparamos juntos.

—Vale. Pero nada de pasta.

Alex se acaricia la barbilla pensativo y sonríe.

—Creo que solo hay pasta.

—¿Solo tienes pasta?

—¿Qué quieres? Soy un tipo muy ocupado que no tiene tiempo de ir a la compra. E Irene pasa mucho de ese tema. Además, al vivir aquí y no tener coche...

Katia suelta una carcajada y se pone de pie, volviéndose a estirar.

—Pues comeremos pasta.

—Espero que te gusten los macarrones.

—Sí, me gustan —comenta con una gran sonrisa.

—Menos mal.

Los dos entran en la casa, uno al lado del otro, sonrientes. Se conocieron el día que Paula cumplió diecisiete años, en aquella fiesta tan extraña en la que los dos fueron rechazados por la persona a la que amaban. Y desde entonces establecieron una amistad que con el paso de los días continúa creciendo.

—Esta tarde, si quieres, vamos en mi coche a hacer la compra. ¿Te parece?

—Muy bien.

Ya dentro de la cocina, Katia se pone un delantal que está colgado de un gancho en la pared y que tiene pinta de hacer mucho tiempo que no se usa.

—Se me ha ocurrido una idea que te quería proponer.

Alex la mira con curiosidad.

—¿Sobre qué? —pregunta, mientras saca una olla de un armario.

—Sobre tu libro y mi música —indica, al tiempo que abre el frigorífico—. ¡Ah, también tienes cebollas y tomates!

—Sí, eso parece. Los debió comprar Irene ayer para sus ensaladas.

—Pues haré la salsa con esto.

El chico llena la olla de agua y le echa un chorrito de aceite. Luego lo pone en el fuego. Katia coge un cuchillo y una tabla de madera y comienza a picar la cebolla.

—¿Mi libro y tu música? —pregunta retomando la conversación anterior—. ¿Qué has pensado?

—En hacer un disco cuya temática sea solo
Tras la pared
.

—¿En el que solo cantes tú?

—Sí y no. Yo cantaría en algunos temas y podría escribir el resto. Pero, para que no fuera muy monótono, podríamos pedir colaboraciones a otros cantantes, gente amiga que seguro que estaría encantada de participar.

—¡Eso sería genial! ¿Pero no será muy caro?

El chico abre el paquete de macarrones y los echa en el agua que comienza a hervir.

—Habría que hacer un presupuesto. Y buscar patrocinadores. Mi discogràfica seguro que se metería de lleno en el proyecto.

—¿Y la distribución?

—Eso habría que pensarlo bien. Por una parte, el disco se podría vender en las grandes superficies separado del libro en la sección de música, pero también se podrían incluir ambos en un solo lote y venderlo en la sección de literatura.

Alex remueve los macarrones en el agua caliente para que no se peguen. Katia ahora corta los tomates. Luego los echará en una sartén junto a las cebollas.

—Está muy bien pensado. Tendríamos que hablar con la editorial, con tu discogràfica, con otros cantantes, con Irene...

—Es solo una idea. Yo creo que podría ser muy bueno para los dos. Económicamente, nos podría salir muy rentable.

La chica del pelo rosa sonríe. El la mira a sus increíbles ojos celestes y también sonríe. La idea de Katia podría funcionar, y ser muy beneficiosa para ambos en el plano comercial, pero sobre todo en el personal, ya que tanto uno como otro estarían encantados de compartir esa experiencia en común y pasar aún más tiempo juntos. Porque, aunque todavía ninguno de los dos lo reconozca, aquella relación podría llegar a ser... algo más que una simple y bonita amistad.

Capítulo 31

Un día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

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