Rumbo al cosmos (41 page)

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Authors: Javier Casado

BOOK: Rumbo al cosmos
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A pesar de todo, las ambiciones espaciales de Brasil no terminan en el VLS-1. Otros planes que se han anunciado, aunque no es posible conocer en este momento la solidez de los mismos, incluyen el VLM, o
Veículo Lançador de Microssatélites
, un escalón por debajo del VLS-1, para cargas de hasta 100 kg; y el VLS-2, un desarrollo de lanzador medio capaz de llevar hasta 600 kg hasta una órbita de 1000 km de altura, y que posiblemente incluirá alguna etapa de propulsante líquido. Sobre este último existe constancia de que se está analizando una variante del VLS-1 en el que se sustituiría la primera etapa por otra impulsada por propulsante líquido, aunque la decisión para iniciar su desarrollo se espera que se tome durante 2011. Planes aún algo indefinidos pero ambiciosos, sin duda. Todo un reto para un país cuyo presupuesto espacial está en unos ínfimos 30 millones de dólares anuales, pero que está demostrando que es capaz de alcanzar el espacio por méritos propios.

El programa espacial japonés

Febrero 2006

Si todo sale según lo previsto, en 2010 Japón se convertirá en el tercer país del mundo en traer a la Tierra muestras de un cuerpo del Sistema Solar. Serán muestras de un asteroide tomadas por la sonda espacial Hayabusa.

La misión de esta pequeña sonda japonesa, anteriormente conocida como Muses-C, ha sido la exploración, aterrizaje y toma de muestras del asteroide Itokawa, una pequeña roca de 300 x 700 metros de tamaño que sigue una órbita muy próxima a la de la Tierra. Catalogado como NEO (
Near Earth Orbit
), debe su nombre al profesor Hideo Itokawa, considerado el padre de la astronáutica japonesa. Su máxima aproximación durante este siglo se dio el 26 de junio de 2004, cuando nos “rozó” a tan sólo 0,0137 UA, unos 2 millones de kilómetros (5 veces la distancia Tierra-Luna).

Hayabusa completó su aproximación a Itokawa en septiembre de 2005, dando comienzo posteriormente una etapa de detenida observación del asteroide que fue culminada con una lenta aproximación final y descenso sobre su superficie. La misión estuvo plagada de problemas en su fase final, pero se cree que consiguió su objetivo de capturar pequeñas muestras de suelo del asteroide, hallándose en la actualidad en ruta de retorno hacia la Tierra, donde tenía planeado llegar en junio de 2007. No obstante, problemas de control de actitud y propulsión en la pequeña nave han aconsejado seguir una estrategia de aproximación diferente, que la devolverá a las cercanías de nuestro planeta en junio de 2010. Entonces, si todo funciona correctamente, una pequeña cápsula de reentrada nos entregará las primeras muestras de material extraído de un cuerpo celeste distinto de la Tierra y la Luna.

Imagen: Sonda japonesa Hayabusa representada en su aproximación al asteroide Itokawa (
Imagen: JAXA
)

La misión de la sonda Hayabusa parece representar la madurez de un programa espacial, el japonés, que hasta hace unos años era visto como uno de los más dinámicos y avanzados del mundo. Sin embargo, en los últimos tiempos una serie de fallos consecutivos, unidos a la crisis económica atravesada por Japón, le han hecho perder protagonismo a favor de su vecino y eterno rival, China.

Naciendo de las cenizas

El nacimiento del programa espacial japonés podemos considerar que se remonta a 1955, con los primeros lanzamientos de un pequeño cohete desarrollado en la Universidad de Tokio por el profesor Itokawa. Aunque parece que durante la Segunda Guerra Mundial se lograron significativos avances en el área de la cohetería, el temor de ser acusados de crímenes de guerra llevó a los técnicos y científicos involucrados en estos programas a destruir toda la documentación e instrumentación relacionada con sus investigaciones. Así, en un país devastado por la guerra, la investigación en materia de cohetes debería empezar de nuevo desde cero.

También Itokawa tuvo que comenzar una nueva vida con el inicio de la posguerra. Ingeniero aeronáutico dedicado al diseño de aviones, Itokawa tuvo que reorientar su carrera toda vez que el tratado de Postdam prohibía a Japón la investigación, desarrollo y fabricación aeronáutica, entre otras áreas. Así, Itokawa desviaría sus esfuerzos hacia temas tan diversos como la tecnología médica o la acústica, incluyendo investigación... ¡sobre violines!

Pero en 1953, durante una visita a los Estados Unidos, Itokawa quedaría fascinado por lo que leyó sobre últimos avances en materia de cohetes y su potencial uso para la exploración del espacio. A su vuelta a Japón, sus actividades en la Universidad de Tokio se encaminarían hacia este objetivo: la investigación en cohetes y la exploración espacial.

Al igual que sucedería en los EE.UU. y en la URSS, la declaración de Año Geofísico Internacional (IGY) para el periodo 1957-1958 sería el detonante para el comienzo de actividades espaciales serias en Japón. El estudio de la alta atmósfera por medio de los nuevos cohetes sería uno de los temas principales del año geofísico. Así, mientras norteamericanos y rusos declaraban que pondrían en órbita un satélite científico durante ese periodo (lo que culminaría con el lanzamiento del Sputnik), Japón se decidía a desarrollar internamente un cohete sonda capaz de alcanzar la altura mínima requerida de entre 60 y 100 km. En la reunión preparatoria de Roma de 1954, la delegación de Estados Unidos ofreció su ayuda a Japón a través de la posibilidad de utilizar cohetes sonda norteamericanos que les permitieran participar en las actividades propuestas, pero la delegación japonesa eludió dar una respuesta concluyente: sus miras estaban puestas en los trabajos de Itokawa.

La arriesgada apuesta tendría éxito y, a pesar de múltiples problemas en su desarrollo, en junio de 1958 Japón conseguía participar en el IGY con el lanzamiento de 20 kg de instrumentos hasta 60 km de altura para el estudio de vientos, temperaturas y rayos cósmicos. El primer paso hacia la conquista japonesa del espacio ya estaba dado.

Unos pescadores con fuerza

El desarrollo de cohetes de sondeo de cada vez mayores prestaciones seguiría avanzando sin pausa en los años siguientes. En 1962 se comenzaba la construcción del Centro Espacial de Kagoshima, y en 1964 se fundaba el ISAS, Instituto para las Ciencias Aeronáuticas y Espaciales. Entretanto, las prestaciones de los cohetes sonda japoneses, de varias etapas e impulsados por propulsante sólido, comenzaban a permitir pensar en un siguiente paso: la puesta en órbita del primer satélite japonés.

Pero con el desarrollo del programa espacial aparecería un inesperado problema que condicionaría seriamente las actividades del país oriental en esta área hasta nuestros días: las protestas de los pescadores. Con el aumento de los lanzamientos hacia 1963, el influyente colectivo pesquero japonés inició una serie de protestas alegando la influencia que las actividades espaciales tenían en sus capturas. El problema llegó a ser tan serio que los lanzamientos se paralizaron completamente durante los años 1967 y 1968, alcanzándose posteriormente un acuerdo enormemente restrictivo para el potenciamiento del programa espacial nipón: desde entonces, los lanzamientos espaciales y de cohetes sonda desde Japón están restringidos a 90 días anuales repartidos entre los meses de enero, febrero, agosto y septiembre. Combinados con las ventanas de lanzamiento de algunas determinadas misiones, este acuerdo supone un severo estrangulamiento de la capacidad espacial japonesa, que le impide, entre otros, una seria actividad comercial.

El programa de lanzadores

En 1969, el programa espacial japonés recibiría un fuerte impulso. Ese año se fundaba la NASDA, Agencia Nacional para el Desarrollo Espacial, con el objetivo principal de potenciar las capacidades en materia de satélites de servicios y vehículos lanzadores en el país oriental. Su funcionamiento sería paralelo al del ISAS, que mantendría su actividad, como hasta ahora, en un ámbito universitario, centrado en cohetes de sondeo y lanzadores derivados para el envío de satélites y sondas de carácter puramente científico. Coincidiendo con el nacimiento de la NASDA se firmaría también un acuerdo con los Estados Unidos para la transferencia de tecnología de lanzadores, aunque con una importante restricción: Japón no podría utilizar esta transferencia de tecnología para llevar a cabo ninguna actividad de índole internacional. Es decir, todos los desarrollos derivados de este acuerdo serían para uso exclusivamente interno, impidiendo la comercialización de los lanzadores resultantes.

Daría comienzo así en 1970 el desarrollo del N-1, básicamente un lanzador norteamericano Delta fabricado bajo licencia. Ese mismo año, tras varios intentos fallidos, el ISAS ponía en órbita el primer satélite nipón de 24 kg Ohsumi, por medio de un lanzador L-4S de propulsante sólido y fabricación nacional. En 1975, el primer vuelo del pequeño N-1 se llevaba a cabo con éxito, y un año más tarde se iniciaba el desarrollo del más potente N-2, aún basado en tecnología norteamericana. Durante esos años, la recién nacida NASDA también daría comienzo a un programa nacional de satélites de servicios (de comunicaciones, meteorológicos, etc), pero también en este caso con un fuerte componente norteamericano en su fabricación.

Con el comienzo de la década de los 80, las autoridades niponas se propondrían comenzar a desarrollar una tecnología propia que les permitiera abandonar la dependencia de los Estados Unidos. Ante la escasa capacidad real del lanzador N-2 (sólo 715 kg en órbita de transferencia a geoestacionaria, o GTO) se decidiría dar comienzo al desarrollo del nuevo H-I, más potente y, lo que es más importante, incorporando tecnología japonesa. Compuesto por tres etapas, la primera seguía siendo de fabricación norteamericana, pero se le añadía una segunda etapa criogénica y una tercera de propulsante sólido, ambas ya de desarrollo propio. La capacidad aumentaba hasta 1100 kg puestos en GTO, pero aún limitados a satélites nacionales: al mantener la primera etapa norteamericana, el lanzador seguía sometido a las restricciones del acuerdo comercial de 1969, que le impedían competir en el mercado comercial.

El primer vuelo del H-I tendría lugar con éxito en 1986, abriendo el camino hacia la siguiente y lógica etapa: el desarrollo de un lanzador aún más potente y de desarrollo completamente autóctono, que permitiera finalmente a Japón acceder a la apetitosa tarta del mercado comercial mundial. Ese mismo año comenzaba el proyecto H-II.

El H-II es un lanzador medio-pesado de dos etapas criogénicas suplementadas con dos aceleradores laterales de propulsante sólido, capaz de poner hasta 4000 kg de carga en GTO. Pero lo más destacable de este nuevo lanzador son sus motores: mientras que la segunda etapa utiliza el motor LE-5 ya desarrollado para el H-I, el motor LE-7 de la primera etapa es uno de los más avanzados del mundo, empleando la tecnología de combustión escalonada para aumentar sus prestaciones, e incorporando el control de empuje. La misma tecnología utilizada por los motores norteamericanos SSME (del Space Shuttle) y rusos RD-0120 (del supercohete Energiya).

El fuerte desafío tecnológico supuesto por el H-II demoraría su primer lanzamiento hasta 1994. Le seguirían otros cuatro hasta 1997, todos sin problemas, para terminar con dos fracasos consecutivos en 1998 y 1999, por fallos una vez de la primera, y otra de la segunda etapa.

Imagen: Lanzador japonés H-II (
Foto: JAXA
)

Estos dos accidentes supusieron el inicio del declive, o al menos la deceleración, del programa espacial japonés. Ya en sus primeras misiones, el H-II había demostrado ser un lanzador no competitivo, con un elevado coste operativo que lo dejaba claramente fuera del mercado en el que aspiraba introducirse. Por ello se había decidido, en 1995, comenzar el desarrollo del nuevo H-IIA, orientado hacia un drástico recorte de los costes tanto de fabricación como de operación, dejándolos en algo menos de la mitad que los del H-I en un principio, con posibilidades de mayores reducciones en el futuro. Las perspectivas eran tan halagüeñas que, por primera vez, Japón consiguió 20 contratos de lanzamiento en 1996 para el nuevo lanzador, por parte de las empresas norteamericanas Hughes y Loral (10 cada una). Pero los dos accidentes sucesivos del H-II en 1998 y 1999 harían caer repentinamente la confianza en la fiabilidad de la tecnología espacial japonesa, y ambas compañías cancelarían sus pedidos en el año 2000.

Fue un duro golpe para el programa espacial nipón, afectado también por la recesión económica del país y por una serie de fallos más o menos sucesivos en satélites, sondas y lanzadores M-V del ISAS. Aún así, el H-IIA seguiría adelante, con un primer vuelo exitoso en 2001 seguido por otros tres, hasta repetirse un nuevo fallo con el quinto lanzamiento, en noviembre de 2003. A este fallo le seguiría una extensa investigación que paralizaría todos los vuelos hasta febrero de 2005, con la vuelta al servicio con éxito de este potente lanzador.

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