Cuando sepa por qué, sabré quién
.
—Es cierto, puede que no sea nada personal. En cuanto el crimen fue descubierto… si es un crimen. El, el… no puedo llamarlo asesino, supongo…
Haroche esbozó una semisonrisa, no demasiado contento.
—Nos falta el cadáver, para empezar.
Illyan, a pesar de su vaguedad, no era ni mucho menos un zombi. Pero Miles recordó aquella ronca voz desvalida, suplicándole ansiosamente una muerte limpia…
—El asesino —continuó— necesitaba un chivo expiatorio para quitarse las sospechas de encima. Porque éste es un caso que no puede cerrarse hasta que sea resuelto. Esta vez no habrá nada de «Pendiente de nuevos datos» hasta que se olvide y se cubra de polvo. Tenía que saber que SegImp no descansaría nunca.
—Tiene toda la razón —gruñó Haroche.
—Esa mierda de abajo fue cuidadosamente colocada para ser encontrada, porque era inevitable. Una vez iniciada la caza, existían demasiados registros en demasiados lugares para hacerla desaparecer sin más. Todo lo que he hecho… —Miles bajó la voz—, ha sido alterar el calendario.
—Tres días —sonrió Haroche—. Recorrió usted SegImp en sólo tres días.
—No todo SegImp, sólo el edificio del cuartel general. Y fueron más bien cuatro días. Con todo… alguien debe estar rebulléndose. Espero. Si pretendían enganchar al ex teniente Vorkosigan, y en cambio encontraron al Lord Auditor Vorkosigan… ha debido ser como tirar el anzuelo para una trucha y que pique un tiburón. Puede que haya llegado justo a tiempo, después de todo. Dadas las semanas de ventaja que esperaba tener, nuestro asesino quizás haya pensado entrar de nuevo en la Sala de Pruebas e intentar otra cosa. Dios, me encantaría saberlo.
¿Quién me odia y trabaja aquí?
¿Habría descubierto el teniente Vorberg quién era realmente el almirante Naismith…? Vorberg no podía ser tan retorcido como para destruir a Illyan sólo por destruir a Miles, ¿no?
Seguro que fui un objetivo secundario
. Tenía que ser un objetivo secundario. La alternativa era demasiado horrible para ser siquiera tenida en cuenta.
—De todas formas, ha hecho usted progresos extraordinarios, Lord Vorkosigan —dijo Haroche—. He conocido casos que empezaron con muchos menos datos de los que usted ha descubierto. Es un trabajo bueno, sólido.
Miles trató de no sentirse demasiado satisfecho por los medidos halagos de Haroche, aunque sintió que su rostro se caldeaba de todas maneras. Haroche era un hombre tan contenido que lo poco que decía hacía que cualquier hombre se esforzara por vencer. Sin duda que no era deslealtad hacia Illyan esperar que su sucesor pudiera mejorar para ocupar su puesto, no de la misma forma, pero igual de bien.
—Es una lástima que tantos hombres del cuartel general de SegImp sean a prueba de pentarrápida —suspiró Haroche.
—Es demasiado pronto para empezar a pensar en arrancar las uñas de la gente —dijo Miles, mordisqueando una de las suyas—. Por tentador que sea. Supongo… que ahora debemos esperar los informes de su equipo de análisis de sistemas. Supongo… —otro bostezo asomó a su cara— que bien podría irme a casa y dormir un poco mientras espero. Llámeme en cuanto tengan algo sobre lo que informar, por favor.
—Sí, milord Auditor.
—Oh, demonios, ¿quiere llamarme Miles? Todo el mundo lo hace. Este asunto del Lord Auditor sólo es divertido durante los primeros veinte minutos, después es únicamente trabajo.
No era del todo cierto, pero…
Cuando se marchó, Haroche le dirigió un gesto que casi era un saludo de analista.
Martin devolvió a Miles a la puerta principal de la Residencia Vorkosigan a media mañana. Seductoras visiones de su blanca cama invadían su cabeza. Diligente, fue primero a ver a su madre y darle los buenos días, o las buenas noches.
Dos o tres indicaciones contradictorias de los sirvientes lo llevaron a una de las habitaciones del ala este, en el piso de abajo, llena de una inusitada luz matinal para esta fría mañana de invierno. La condesa bebía café y hojeaba un antiguo volumen encuadernado en cuero que Miles creyó reconocer de la misión de la historia de las bodas imperiales que le había encomendado Lady Vorpatril y él se había quitado de encima.
Mejor ella que yo
.
—Hola, querido —respondió la condesa a su saludo. Plantó un beso maternal sobre su frente; él le robó un sorbo de café—. Has estado fuera hasta muy tarde. ¿Algún progreso en tu caso?
—Eso creo. El primer paso, al menos.
Miles decidió no perturbar su mañana explicándole que el primer paso consistía en haber descubierto que le habían involucrado en el crimen.
—Ah. No estaba segura de si la expresión abstraída se debía a eso o a la falta de sueño.
—Las dos cosas. Voy camino de la cama, pero quiero hablar con Illyan primero. ¿Sabes si se ha levantado ya?
—Eso creo. Pym acaba de llevarle el desayuno.
—Desayuno en la cama casi a mediodía. Vaya vida.
—Creo que se lo ha ganado, ¿no?
—Por la tremenda.
Bebió un poco más del café de ella, y se levantó para ir arriba.
—Oh. Llama primero —le aconsejó la condesa mientras pasaba la puerta.
—¿Por qué?
—Está desayunando con Alys.
Eso explicaba que el libro estuviera allí; Lady Alys lo había traído. Se preguntó qué parte de la historia Vor le estaba haciendo leer al pobre Illyan.
Según lo aconsejado, llamó amablemente a la puerta de la suite de invitados de la primera planta. No hubo respuesta: volvió a llamar. Parecía que Pym no se había apresurado a servir el desayuno, porque en vez de ser el criado quien la abriera, fue la voz de Illyan la que flotó finalmente a través de la madera.
—¿Quién es?
—Miles. Tengo que hablar contigo.
—Un minuto.
El minuto se convirtió en tres o cuatro. Mientras, Miles se apoyó en el marco de la puerta y se limpió las botas en la alfombra. Volvió a llamar.
—Vamos, Simon, déjame entrar.
—No seas tan impaciente, Miles —le reprendió firmemente la voz de su tía—. Es un poco rudo.
Miles cerró los dientes para no replicar, y arrastró los pies en la alfombra un poco más, y acarició su cadena de Auditor, y mientras estaba en ello se aflojó el cuello alto de su túnica marrón y plata. Algunos ruidos y chasquidos en el interior, y una risita baja. Por fin, los ligeros pasos de Lady Alys se acercaron a la puerta; un chasquido, mientras descorría el cerrojo, y se hacía a un lado.
—Buenos días, tía Alys —dijo secamente.
—Buenos días, Miles —respondió ella, mucho más jovial de lo que esperaba. Le condujo al salón. La bandeja del desayuno reposaba en una mesita en el balconcito que daba al jardín. Sólo quedaban migajas, ay. Lady Alys iba vestida de un modo extraño y muy formal para esa hora del día, pensó Miles, con un traje más adecuado para cenar que para desayunar, y al parecer estaba experimentando con su peinado; llevaba el pelo suelto, cepillado en ondas negras y plateadas que caían por su espalda.
Illyan salió del cuarto de baño, poniéndose una túnica sobre la camisa y los pantalones, todavía en zapatillas.
—Buenos días, Miles —imitó a Lady Alys incluso en el repelente trino madrugador de su voz. Su sonrisa desapareció al ver el aspecto agotado de Miles. Su alegre tono se quebró—. ¿Qué ocurre?
—Anoche encontré unas cuantas cosas muy interesantes en SegImp.
—¿Progresos?
—Dos pasitos adelante, tres para el lado. Um… —Frunció el ceño ante su tía, preguntándose cómo echarla de allí amablemente. Ella no captó la indirecta, y se sentó en el pequeño sofá junto a la mesa y le miró con interés evidente. Illyan se sentó junto a ella. Miles decidió por cobardía que Illyan se encargara del trabajo sucio—. Esto es alto secreto, o va a serlo.
Esperó un segundo, mientras los dos lo miraban.
—¿Crees que realmente es adecuado para los oídos de Lady Alys? —añadió.
Mala elección de palabras. Illyan simplemente repuso:
—Desde luego. Adelante, Miles, no nos tengas en vilo.
Bueno, si Illyan lo consideraba adecuado… Miles tomó aliento, y empezó una rápida descripción de su investigación en SegImp. Ninguno de sus oyentes lo interrumpió, aunque Lady Alys murmuró «Bien por Ivan» cuando llegó a la descripción de su hallazgo de la aguja en el pajar de Armas IV.
El aire jovial de Illyan se había desvanecido por completo; permaneció sentado, tenso. Lady Alys observó preocupada su perfil, y le cogió la mano; él le apretó las suyas a su vez.
—Lo que necesito saber —terminó Miles—, es si recuerdas algo, cualquier cosa, sobre la época en que se encontró esa muestra, durante la eliminación de aquella última resistencia komarresa.
Illyan se frotó la frente.
—Es… muy difícil. Recuerdo el plan de Ser Galen, por supuesto, y aquel alboroto inicial tras descubrir la existencia de Lord Mark. La condesa estaba muy alterada, muy en su estilo betano. Volvió loco a tu padre. Recuerdo tu informe desde la Tierra. Una obra maestra de su género. Esa aventura en el Sector Cuatro donde te aplastaste los dos brazos fue… justo después de eso, ¿no?
—Sí. Pero sin duda alguien debe haberte informado acerca del procariota. Comprendo que no te arriesgaras a inspeccionarlo en persona.
—Estoy seguro de que alguien lo hizo. —La mano derecha de Illyan soltó la de Lady Alys y se convirtió en un puño—. Sin duda me dieron todos los detalles. Y sin duda yo los puse donde siempre ponía los detalles. Pero ahora no queda nada.
Lady Alys frunció el ceño, irritada con Miles, como si aquello fuera, de algún modo, culpa suya.
—¿Quién debería haberte dado ese informe? —continuó Miles.
—El general Diamant, supongo. Era jefe de Asuntos Komarreses antes que Allegre, ¿lo recuerdas? Murió cuando le faltaban dos años para retirarse, pobre hombre. Miles, realmente no puedo… ¡Sin duda lo habría recordado antes si estuviera aquí dentro!
Se agarró la cabeza, frustrado. Lady Alys volvió a capturarle la mano, y la acarició suavemente.
—¿Tiene alguna idea tu amigo el capitán Galeni? —continuó Illyan, más calmado—. Quizá tenga alguna pista. Era el plan de su padre, después de todo.
Miles sonrió con tristeza.
Los ojos de Illyan se estrecharon.
—Sabes que acabará por aparecer en tu lista corta, en cuanto la elabores.
—Sí.
—¿Se lo dijiste a Haroche?
—No.
—¿Por qué no?
—Habría sido redundante. Duv será comprobado como todos los demás. Y… le he jugado bastantes malas pasadas últimamente.
—¿No estás… prejuzgando según tus datos, milord Auditor?
—Conoces a Galeni.
—No tan bien como tú.
—Es igual. No estoy juzgando según ningún dato. Estoy juzgando el carácter del hombre. Las motivaciones, si quieres.
—Mm —dijo Illyan—. Cuida tus propias motivaciones, hijo mío.
—Sí, sí, lo sé. No sólo tengo que ser imparcial, tengo que parecerlo. Tú me enseñaste eso —añadió, algo cortante—. De un modo que no es probable que olvide.
—¿Yo lo hice? ¿Cuándo?
—No importa. —Se frotó el puente de la nariz. No estaba sólo agotado, sino que empezaba a sentir un lacerante dolor de cabeza. Era hora de descansar, o no podría enfrentarse adecuadamente al siguiente asalto.
—Muy bien —suspiró—. Para acabar. ¿Recuerdas si en algún momento de los últimos cuatro meses alguien te dio una pequeña cápsula marrón para que la tragaras?
—No.
—Faltan dos. Puede que él mismo se tomara la otra, contigo.
Quienquiera que él fuese.
—No. —Illyan parecía más seguro que de costumbre—. No he tomado ninguna medicación en los últimos treinta años excepto lo que mi médico personal me da con sus propias manos.
Miles recordó la teoría de Haroche sobre la participación de más de un hombre.
—Puede que incluso haya sido tu propio médico. Es la pequeña cápsula marrón lo que intento seguir.
Illyan sacudió la cabeza.
Miles se levantó, se despidió amablemente y se marchó tambaleándose a la cama.
Despertó a media tarde, y se pasó media hora tratando de volver a dormir inútilmente, mientras daba vueltas a sus nuevos problemas. Lo dejó por imposible, se levantó, y llamó a Haroche por la comuconsola; el equipo de análisis de sistemas no había ofrecido aún su informe. De una llamada a Weddell en el laboratorio clínico de SegImp obtuvo principalmente quejas por la interrupción, pero también una promesa de más información pronto. Pronto, pero no todavía.
Su inquieto deambular por la habitación fue interrumpido por una llamada del agotado Ivan. Le informó de que la caja biocontenedora original había sido examinada y entregada por los forenses, y preguntó si podía por el amor de Dios confiársela a alguien y terminar el servicio e irse a la cama de una vez. Miles se sintió algo culpable, y se alegró de que Ivan no pudiera detectar el sueño en su aliento a través de la comuconsola. Le ordenó que entregara la caja a los guardianes de la Sala de Pruebas y que se tomara el resto del día libre.
Se estaba metiendo en el baño cuando la comuconsola volvió a trinar.
Esta vez era el doctor Chenko, de la clínica de veteranos del Hospital Militar Imperial.
—Lord Vorkosigan. —Chenko agitó la cabeza en un alegre saludo—. Mis disculpas por haber tardado tanto. Estos retos de microingeniería siempre resultan ser un poco más complejos en su ejecución que en su planteamiento. Pero hemos fabricado un artilugio lo suficientemente pequeño para insertarlo bajo su cráneo y provocar, esperamos que con plena seguridad, sus ataques, y finalmente estamos listos para probarlo con usted. Si funciona bien, podemos proceder a las calibraciones finales y planificar la operación para instalarlo.
—Oh —dijo Miles—. Buen trabajo.
Mal momento
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—¿Cuándo va a venir? ¿Mañana?
Haroche podía llamar con el informe del equipo de sistemas en cualquier momento, y cuando eso sucediera, Miles sospechaba que las cosas empezarían a moverse a toda velocidad. Y… en algún lugar de Vorbarr Sultana había un hombre muy listo entrenado por SegImp que había convertido a Miles en su objetivo especial. ¿Contenía el artilugio experimental de Chenko algún circuito de proteínas? Y, ¿qué había pasado con aquella cápsula perdida? En aquellos momentos, la idea de que gente que no conocía le instalara en el cerebro aparatos que no comprendía le producía escalofríos.
—Yo… probablemente mañana no. Tendré que esperar a ponerme en contacto con usted, doctor.