Los Pilares de la Tierra (161 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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—Incluso el prior de Kingsbridge tiene que responder ante el sheriff —afirmó William.

—No en estos términos. Saca a tus hombres del recinto. Dejad vuestras armas en las cuadras. Cuando estés preparado para comportarte en la casa de Dios como un humilde pecador, podrás entrar en el priorato. Y sólo entonces el prior contestará a tus preguntas.

Philip entró de nuevo y cerró la puerta de golpe.

Los constructores le vitorearon.

Aliena quedó sorprendida al ver que también le estaba vitoreando.

Durante toda su vida, William había sido una figura poderosa y temida y se sentía reconfortada al verle dominado por el prior Philip.

Pero William todavía seguía negándose a admitir la derrota. Desmontó del caballo. Se desabrochó despacio el cinto del que pendía la espada y se lo entregó a uno de sus hombres. Dirigió a éstos unas breves palabras y retrocedieron a través del recinto del monasterio llevándose su espada. William estuvo observándolos hasta que llegaron a la puerta y luego se volvió de nuevo hacia la puerta de la cocina.

—¡Abrid al sheriff! —gritó.

Tras una pausa, se abrió la puerta y Philip volvió a salir. Miró de arriba abajo a William que se encontraba en pie y desarmado.

Luego, observó a los hombres de armas arracimados frente a la puerta en el extremo más alejado del recinto. Por fin, se encaró con William.

—¿Qué quieres?

—Estáis dando cobijo en el priorato a un asesino. Entregádmelo.

—En Kingsbridge no ha habido asesinato alguno —aseguró Philip.

—Hace cuatro días el conde de Shiring asesinó a Alfred Builder.

—Estás en un error —afirmó Philip—. Richard mató a Alfred; pero no fue asesinato. Sorprendió a Alfred in fraganti intentando perpetrar una violación.

Aliena se estremeció.

—¿Violación? —repitió William—. ¿A quién intentaba violar?

—A Aliena.

—¡Pero si es su mujer! —exclamó triunfante William—. ¿Cómo es posible que un hombre viole a su mujer?

Aliena comprendió la orientación que William estaba dando a sus argumentos y se sintió embargada por una ira casi irreprimible.

—Ese matrimonio jamás fue consumado, y Aliena ha solicitado una anulación —alegó Philip.

—Que nunca se le ha concedido. Se casaron ante la Iglesia. Y de acuerdo con la ley, todavía siguen casados. No hubo violación. Por el contrario —William se volvió de súbito y señaló con el dedo a Aliena—, esa mujer ha estado durante años queriendo librarse de su marido y acabó convenciendo a su hermano para que lo quitara de en medio. ¡Apuñalándolo hasta morir con la daga de ella!

Aliena sintió que una mano glacial la oprimía el corazón. La historia que William había contado era una afrentosa mentira. Sin embargo, para alguien que no hubiera visto lo ocurrido respondía tan bien a las conveniencias que la tomaría por real. Richard se encontraba en apuros.

—Un sheriff no puede detener a un conde —aseguró Philip.

Aliena se acordó de que eso era así. Lo había olvidado.

William sacó un pergamino.

—Tengo una orden real. Lo estoy arrestando en nombre del rey.

Aliena se sintió desolada. William había pensado en todo.

—¿Cómo ha logrado eso William? —murmuró.

—Actuó con gran rapidez —le contestó Jack—. Tan pronto como supo las noticias cabalgó hasta Winchester para ver a Stephen.

Philip alargó la mano.

—Enséñame la orden.

William la retuvo. Les separaban varias yardas. Habían llegado a un punto muerto en el que ninguno de los dos estaba dispuesto a moverse. William cedió al fin, recorrió la distancia y entregó la orden a Philip.

El prior la leyó y se la devolvió.

—Esto no te da derecho a atacar un monasterio.

—Me da derecho a detener a Richard.

—Se ha acogido a sagrado.

—¡Ah!

William no pareció sorprendido. Asintió como si acabara de escuchar la confirmación de algo inevitable y retrocedió dos o tres pasos.

Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz muy alta para ser oído con claridad por todos:

—Decidle que será detenido en el preciso momento en que abandone el priorato. Mis comisarios montarán guardia en la ciudad y en los alrededores de su castillo. Recordad... —Miró en derredor a todos los allí presentes—. Recordad que quien quiera que ataque a un comisario del sheriff, estará atacando a un servidor del rey. —Se volvió hacia Philip—. Decidle que puede acogerse a sagrado tanto tiempo como quiera, pero que, si desea salir, habrá de habérselas con la justicia.

Se hizo el silencio. William bajó despacio los peldaños y atravesó el patio de la cocina. A Aliena sus palabras le habían sonado como una sentencia de prisión. El gentío se dividió para dejarle paso. Al llegar donde estaba Aliena le dirigió una mirada altiva. Todos contemplaban cómo se dirigía a la puerta y montaba en su caballo. Dio una orden y se alejó al trote, dejando a dos de sus hombres en pie, junto a la puerta, vigilando el interior.

Aliena, al darse la vuelta, se encontró a Philip en pie junto a ella y a Jack.

—Venid a mi casa —les dijo con tono tranquilo—. Hemos de discutir esto.

Entró de nuevo en la cocina.

Aliena tuvo la impresión de que Philip estaba secretamente complacido con algo.

Se recuperó la calma. Los constructores volvieron a su trabajo charlando animados. Ellen se encaminó a la casa para estar con sus nietos. Aliena y Jack atravesaron el cementerio, bordeando el enclave en construcción y entraron en la vivienda de Philip. El prior aún no había llegado. Se sentaron en un banco a esperar. Jack adivinó la inquietud de Aliena por su hermano y la abrazó para animarla.

Al mirar en derredor Aliena descubrió que, año tras año, la casa de Philip había ido haciéndose más confortable. Todavía parecía desnuda, en comparación con las habitaciones privadas de un conde en un castillo, pero no era tan austera como un día lo había sido. Delante del altarcito colocado en un rincón, había una alfombra pequeña a fin de proteger las rodillas del prior durante las largas noches de oración. Y en la pared, detrás del altar, colgaba un crucifijo de plata con piedras preciosas incrustadas que seguramente era un costoso regalo.

No le vendría mal a Philip mostrarse más indulgente consigo mismo a medida que se hace mayor
, se dijo Aliena.
Tal vez así se mostrara también más indulgente con los demás.

Momentos después entró el prior. Richard iba tras él. Se hallaba muy agitado y empezó a hablar de inmediato.

—William no puede hacer esto. ¡Es una locura! Encontré a Alfred intentando violar a mi hermana. Tenía una daga en la mano. ¡Estuvo a punto de matarme!

—Cálmate —le aconsejó Philip—. Hablemos de ello y examinemos con detenimiento cuáles son los peligros, si es que los hay. ¿Por qué no nos sentamos?

Richard se sentó pero siguió hablando.

—¿Peligros? ¡No hay peligro alguno! Un sheriff no puede encarcelar a un conde por motivo alguno. Ni siquiera por asesinato.

—Lo va a intentar —le aseguró Philip—. Tendrá hombres apostados alrededor del priorato.

Richard hizo un ademán quitándole importancia.

—Puedo eludir a los hombres de William con los ojos cerrados. No presentan problemas. Jack puede esperarme fuera de los muros de la ciudad con un caballo.

—¿Y cuando llegues a Earlcastle?

—Lo mismo. Puedo burlar a los hombres. O hacer que mi propia guardia salga a recibirme.

—Eso parece posible —reconoció Philip—. ¿Y luego qué?

—Luego nada —contestó Richard—. ¿Qué puede hacer William?

—Bien, todavía tiene en su poder una orden real que ordena que respondas a una acusación de asesinato. Intentará detenerte cada vez que abandones el castillo.

—Iré a todas partes con escolta.

—¿Y cuando celebres juicios en Shiring y otros lugares?

—Lo mismo.

—¿Crees que acatarán tus decisiones sabiendo que tú mismo eres un fugitivo de la justicia?

—Más les valdrá —respondió Richard con expresión torva—. Deberán recordar cómo hacía William acatar sus decisiones cuando era conde.

—Es posible que no estén tan asustados de ti como lo estaban de William. Acaso no te crean una sanguijuela diabólica como a él. Sólo espero que estén en lo cierto.

Aliena frunció el entrecejo. No era propio de Philip mostrarse tan pesimista, a menos que tuviera un verdadero motivo. Sospechaba que estaba estableciendo las bases de algún plan que guardaba en la manga.
Apostaría dinero a que la cantera tiene algo que ver con esto
, dijo para sí.

—Mi preocupación principal es el rey —explicó Philip—. Al negarte a responder ante la justicia, estás desafiando a la corona. Hace un año te hubiera dicho que adelante, que la desafiaras. Pero ahora que la guerra ha terminado no será tan fácil para los condes hacer cuanto quieran.

—Parece que no tienes otra salida, Richard —le dijo Jack.

—No puede hacerlo —intervino Aliena—. No tiene la menor posibilidad de que le hagan justicia.

—Aliena lleva razón —la apoyó Philip—. El caso sería presentado ante el tribunal real. Los hechos ya son conocidos. Alfred intentó forzar a Aliena, llegó Richard, lucharon y Richard mató a Alfred. Todo depende de la interpretación. Al presentar la querella William, leal partidario del rey Stephen, y siendo Richard uno de los principales aliados del duque Henry, con toda probabilidad el veredicto sería de culpabilidad. ¿Por qué firmó la orden el rey Stephen? Es de suponer que porque ha decidido vengarse de Richard por luchar contra él. La muerte de Alfred le proporciona una excusa excelente.

—Tenemos que recurrir al duque Henry para que intervenga —dijo Aliena.

Entonces fue cuando Richard se mostró dubitativo.

—No quisiera tener que depender de él. Está en Normandía. Puede escribir una carta de protesta. ¿Pero qué más puede hacer? Si cruzara el canal con un ejército, rompería el tratado de paz, y no creo que arriesgara eso por mí.

Aliena parecía angustiada y asustada.

—Dios mío, Richard, estás en un callejón sin salida, y todo por salvarme.

Richard le sonrió con cariño.

—Y desde luego volvería a hacerlo, Alie.

—Lo sé.

Era sincero. Y valiente. Pese a todos sus defectos. Parecía injusto que hubiera de encararse a problema tan espinoso nada más haber recuperado su Condado. Como conde había sido una decepción para Aliena, una terrible decepción. Pero de ningún modo se merecía aquello.

—Menuda elección —dijo Richard—. Puedo quedarme en el priorato hasta que el duque Henry sea rey o que me ahorquen por asesinato. Me haría monje si no comieran tanto pescado.

—Puede que haya otra salida —sugirió Philip.

Aliena lo miró ansioso. Sospechaba que había estado tramando algo y le quedaría agradecidísimo si pudiera resolver el problema que Richard tenía ante sí.

—Puedes hacer penitencia por esa muerte —prosiguió Philip.

—¿Tendría que comer pescado? —preguntó Richard locuaz.

—Estoy pensando en Tierra Santa.

Se hizo el silencio. Palestina estaba gobernada por el rey de Jerusalén, Balduino III, un cristiano de origen francés. Sufría ataques constantes de los países musulmanes vecinos, en especial de Egipto por el Sur y de Damasco por el Este. Un viaje hasta allí, que duraba de seis meses a un año, y unirse a los ejércitos que luchaban en defensa del reino cristiano, era desde luego el tipo de penitencia que podía hacer un hombre para purgar una muerte. Aliena sintió cierta inquietud. No todos los que iban a Tierra Santa regresaban. Pero, durante años, había estado preocupada por Richard luchando en las batallas. Tierra Santa no sería más peligrosa que Inglaterra. Le resultaría angustioso; pero ya estaba acostumbrada a ello.

—El rey de Jerusalén siempre necesita hombres —dijo Richard. Cada tantos años, el Papa solía enviar emisarios a recorrer el país intentando encontrar hombres jóvenes que quisieran ir a luchar a Tierra Santa.

—Pero acabo de recuperar mi Condado —alegó—. ¿Quién se encargaría de mis tierras mientras estuviese fuera?

—Aliena —respondió Philip.

Aliena se quedó de repente sin aliento. Philip estaba proponiendo que ella ocupara el lugar del conde y gobernara como su padre lo había hecho. Por un instante, aquella proposición la dejó estupefacta. Pero tan pronto como recobró el sentido supo que era la adecuada. Cuando un hombre se iba a Tierra Santa, era su mujer la que se ocupaba de administrar sus propiedades. No había razón que impidiera a una hermana llevar a cabo el mismo cometido por su hermano que carecía de esposa. Y gobernaría el Condado de la manera que siempre supo que había que gobernarlo, con justicia, previsión e imaginación. Podría hacer todas aquellas cosas que Richard, por desgracia, no había sabido hacer. El corazón le latía con fuerza mientras iba madurando la idea. Pondría a prueba las nuevas técnicas. Araría con caballos en lugar de bueyes y plantaría cosechas de primavera de avena y guisantes en tierras de barbecho. Desbrozaría terrenos para plantar, establecería nuevos mercados y, al cabo de tanto tiempo, abriría a Philip la cantera...

Era indudable que el prior había pensado en ello. De todos los planes inteligentes que Philip había concedido al paso de los años, ése era con toda probabilidad el más ingenioso. Resolvía tres problemas de una sola vez. Sacaba a Richard de su difícil situación, ponía a una persona competente a cargo del Condado y recuperaba, al fin, su cantera.

—No me cabe la menor duda de que el rey Balduino te recibirá con los brazos abiertos. Sobre todo si vas con aquellos caballeros y hombres que deseen unirse a ti. Será tu propia cruzada a escala menor —argumentó Philip.

Calló un momento para dejar que calase la idea.

—Ni que decirse tiene que allí William no podrá hacer nada contra ti —siguió diciendo—. Y volverás convertido en héroe. Entonces ya nadie se atrevería a intentar ahorcarte.

—Tierra Santa —exclamó Richard con la mirada transfigurada.

Es perfecto para él
, se dijo Aliena.
Carece de facultades para gobernar el Condado. Es un soldado y ansía luchar.
En el rostro de su hermano vio aquella expresión soñadora. En su imaginación, ya se encontraba allí defendiendo un arenoso reducto, empuñando la espada y con una roja cruz en su escudo, luchando contra una horda pagana bajo el sol abrasador.

Y era feliz.

4

Toda la ciudad acudió a la boda.

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