Los Caballeros de Takhisis (4 page)

Read Los Caballeros de Takhisis Online

Authors: Margaret Weys & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

BOOK: Los Caballeros de Takhisis
12.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

»Su comandante, Ariakan, hijo del Señor del Dragón, Ariakas, posee el temple y la temeridad como para señalar a la Reina Oscura dónde está su punto débil. "El Mal se vuelve contra sí mismo." La Guerra de la Lanza se perdió debido a la ambición y egoísmo de los comandantes de la Reina Oscura. Ariakan, prisionero de los Caballeros de Solamnia durante la guerra y después de ella, se dio cuenta de que los solámnicos habían alcanzado la victoria mediante su buena disposición a hacer sacrificios por la causa; sacrificios que tuvieron su máximo exponente en la muerte del caballero Sturm Brightblade.

»Ariakan llevó sus ideas a la práctica y ahora ha formado un ejército de hombres y mujeres entregados en cuerpo y alma a la Reina Oscura y, lo más importante, a conquistar el mundo en su nombre. Renunciarán a cualquier cosa... riqueza, poder, sus propias vidas... con tal de alzarse con la victoria. Están vinculados por el honor y la sangre los unos con los otros. Son un enemigo indomable, sobre todo considerando que Ansalon está, una vez más, dividido y enfrentado.

»Los elfos están en guerra entre sí. Qualinesti tiene un nuevo líder, un muchacho, el hijo de Tanis el Semielfo y de la hija del último Orador de los Soles, Laurana. El muchacho fue inducido, con engaños primero y después obligado, a asumir el papel de rey. En realidad, es poco más que una marioneta cuyas cuerdas mueven algunos elfos partidarios del antiguo orden, que buscan el aislamiento de su raza y que odian a todo aquel que sea distinto de ellos. Eso incluye a sus propios primos de Silvanesti.

»Y, como esos elfos han reforzado su poder, los enanos de Thorbardin temen un ataque y están considerando la posibilidad de cerrar de nuevo su montaña. Los Caballeros de Solamnia están levantando y organizando sus defensas, no por temor a los caballeros negros, sino por miedo a los elfos. Los caballeros de Paladine han sido advertidos contra los oscuros paladines del Mal, pero rehúsan creer que el tigre pueda haber cambiado sus rayas, como reza el dicho. Los solámnicos todavía creen que el Mal se volverá contra sí mismo, como ocurrió en la Guerra de la Lanza, cuando la Señora del Dragón, Kitiara, acabó luchando contra su propio comandante, Ariakas, en tanto que el hechicero Túnica Negra, Raistlin Majere, los traicionaba a ambos. Eso no ocurrirá esta vez.

»La balanza se está inclinando de nuevo a favor de la Reina Oscura. —El Dictaminador echó una mirada a su alrededor, a su pueblo, y sus ojos fueron pasando de uno a otro hasta abarcarlos a todos—. Pero esta vez, amigos míos, creo que Takhisis va a ganar.

—¿Y qué pasa con Paladine? ¿Y Mishakal? Les rezamos ahora como hemos hecho en el pasado. Ellos nos protegerán. —Fue de nuevo el Protector quien habló, pero muchos otros asentían con la cabeza en señal de conformidad.

—¿Acaso nos protegió Paladine de los caballeros perversos? —preguntó el Dictaminador con tono áspero—. No. Permitió que desembarcaran en nuestra costa.

—Pero no nos hicieron daño alguno —hizo notar el Protector.

—Aun así —continuó el Dictaminador ominosamente—, los dioses del Bien, en cuya protección hemos confiado tanto tiempo, poco pueden hacer por nosotros. Este terrible incidente lo ha puesto de manifiesto. Nuestra magia, su magia, ha fallado. Es hora de que contemos con algo más poderoso.

—Es evidente que tienes una idea. Cuéntanos —instó el Protector con voz severa.

—Mi idea es ésta: que usemos el artilugio mágico más poderoso del mundo para protegernos, de una vez por todas, de los extranjeros. Sabéis el nombre del artilugio al que me refiero: la Gema Gris de Gargath.

—La Gema Gris no es nuestra —argumentó el Protector con actitud severa—. No nos pertenece. Pertenece a los pueblos del mundo.

—Ya no —comentó el Dictaminador—. Fuimos nosotros los que hallamos este artefacto. Lo cogimos y lo trajimos aquí para tenerlo guardado a salvo.

—Lo robamos —dijo el Protector—. Se lo quitamos al candido pescador que lo encontró en la orilla, arrastrado por la marea, y que se lo llevó a su casa y lo guardó por sus brillantes facetas y el placer de presumir de él ante sus vecinos. No hacía uso de él, no sabía nada de magia ni le interesaba la magia. Y así la Gema Gris no pudo utilizarlo. Quizás el propósito era que él fuera su guardián. Quizás, al quitársela, hemos frustrado involuntariamente los planes de los dioses. Quizás ése sea el motivo por el que han dejado de protegernos.

—Puede que algunos consideren un robo lo que hicimos. —El Dictaminador miró con dureza al Protector—. Pero mi opinión es que al recuperar la Gema Gris hicimos un favor al mundo. Este artilugio ha sido un problema durante mucho tiempo, sembrando el caos por dondequiera que pasara. Habría escapado de ese simplón como lo hizo de otros muchos con anterioridad. Pero ahora está inmovilizado por nuestra magia. Al conservarlo aquí, bajo nuestro control, estamos haciendo un gran beneficio a la humanidad.

—Recuerdo que nos dijiste, Dictaminador, que la magia de la Gema Gris nos protegería de incursiones del mundo exterior. Pero, al parecer, no ha sido así —intervino el Protector—. ¿Cómo puedes decirnos ahora que su magia nos escudará?

—He empleado largos años estudiando la Gema Gris y recientemente he hecho un importante descubrimiento —contestó el Dictaminador—. La fuerza que impulsa a la Gema Gris, que la hace deambular por el mundo, no es propia de la piedra en sí, sino que creo que está
oculta
en su interior. La piedra sólo es su recipiente, que contiene y constriñe el poder de dentro. Esta fuerza mágica, una vez liberada, sin duda resultará ser inmensamente poderosa. Propongo a la asamblea que rompamos la Gema Gris, liberemos la fuerza que guarda en su interior, y la utilicemos para proteger nuestro hogar.

Era patente el desasosiego de los irdas. No les gustaba emprender acciones de ningún tipo, prefiriendo dedicar sus vidas a la meditación y al estudio. Tomar una decisión tan drástica era casi inconcebible. Aun así, sólo tenían que mirar a su alrededor para ver los daños causados en su amada tierra, su último refugio del mundo.

—Si hay una fuerza atrapada dentro de la Gema Gris —se aventuró el Protector a hacer una última protesta—, debe de ser, como bien has dicho, muy poderosa. ¿Estás seguro de que podremos controlarla?

—Actualmente somos capaces de controlar la propia Gema Gris con suma facilidad. No veo qué dificultad puede haber en controlar su poder y utilizarlo para defendernos.

—Pero ¿cómo estás seguro de que la Gema Gris está bajo tu control? ¡Puede que ella te esté controlando a ti, Dictaminador!

La voz que había intervenido —más bronca que la musical de los irdas— llegó de alguna parte, detrás del Protector. Todos los irdas volvieron la cabeza hacia la dirección de la voz y se apartaron para que la persona que había hablado pudiera ser vista. Era una mujer joven, una humana de edad indeterminada, entre los dieciocho y los veinticinco años humanos. La joven era, a los ojos de los irdas, una criatura extraordinariamente fea. A pesar de su aspecto poco atractivo —o quizás a causa de él— los irdas la querían, la adoraban, la mimaban. Lo habían hecho durante años, desde que llegó siendo aún un bebé, huérfana, para vivir entre ellos.

Pocos irdas se habrían atrevido a hacer una pregunta tan impertinente al Dictaminador. La joven debería saberlo. Las miradas desaprobadoras de todos se volvieron hacia el irda al que se había encargado el cuidado de la humana, aquel a quien, por esa misma razón, se conocía como el Protector.

Este parecía muy turbado mientras hablaba con la muchacha intentando, al parecer, convencerla para que regresara a su casa.

El Dictaminador asumió una expresión de extremada paciencia.

—No sé muy bien a qué te refieres, Usha, pequeña. Quizá podrías explicarte.

La muchacha pareció satisfecha de ser el centro de tanta atención. Se libró con una sacudida de la mano del Protector que la retenía con suavidad, y se adelantó hasta situarse en el centro del círculo de los irdas.

—¿Cómo sabes que la Gema Gris no te está controlando? En tal caso, no es probable que dejara que lo supieras, ¿verdad? —Usha miró a su alrededor, sintiéndose orgullosa de su planteamiento.

El Dictaminador reconoció este argumento, alabó la sagacidad de la humana, y tuvo mucho cuidado en contener una sonrisa. La idea era, por supuesto, ridicula, pero la muchacha era humana, al fin y al cabo.

—La Gema Gris ha permanecido muy sumisa desde que se la trajo a nuestra tierra —dijo—. Descansa sobre el altar que se construyó para ella, y apenas si brilla. Dudo que nos esté controlando, pequeña. No tienes que preocuparte por ese lado.

Ninguna otra raza de Krynn era tan poderosa en la magia como los irdas. Ni siquiera los dioses —así rumoreaban algunos irdas, entre ellos el Dictaminador— eran tan poderosos. El dios Reorx había perdido la joya. Los irdas la habían descubierto, la habían cogido, y ahora la guardaban. Los irdas conocían las historias del pasado de la Gema Gris, cómo había extendido el caos por dondequiera que pasaba por todo el mundo. Según la leyenda, la Gema Gris era la responsable de la creación de las razas de kenders, gnomos y enanos. Pero eso fue antes de que los irdas la tuvieran a su cuidado. Antes había estado al cuidado de humanos. ¿Qué podía esperarse?

Los irdas prosiguieron su reunión, intentando por todos los medios salir de esta situación sin tener que recurrir a ningún tipo de acción drástica.

Usha no tardó en aburrirse —como tan fácilmente hacían los humanos— y le dijo al Protector que regresaba a casa para preparar la cena. El hombre pareció aliviado.

Al alejarse de la reunión, Usha se sintió inclinada, al principio, a ponerse furiosa. Su idea era buena, y la habían desestimado con demasiada rapidez. Pero estar enfadada requería un montón de energía y concentración, y tenía otras cosas dándole vueltas en la cabeza. Se internó en terreno agreste, pero no para recolectar hierbas para la cena.

Por el contrario, se dirigió a la playa, y cuando llegó a la orilla se quedó parada, mirando con fascinación las huellas de los pies dejadas en la arena por los dos jóvenes caballeros. Se arrodilló y posó la mano sobre una de las huellas. Era mucho más grande que su mano. Los caballeros eran más altos y más corpulentos que ella. Al evocarlos, un agradable y desconcertante cosquilleo le recorrió el cuerpo. Era la primera vez que había visto a otros humanos, humanos varones.

A decir verdad, eran feos al compararlos con los irdas, pero tampoco lo eran tanto...

Usha, sumida en sus ensoñaciones, permaneció en la playa, mucho, mucho tiempo.

Los irdas llegaron a una decisión: dejar el asunto de la Gema Gris en manos del Dictaminador. Él sabría mejor cómo manejar esta situación. Fuera cual fuese su decisión, se acataría. Así resuelto, regresaron a sus viviendas, deseosos de estar solos, de dejar atrás todo este desagradable tema.

El Dictaminador no volvió de inmediato a su casa. Convocó a tres de los irdas más ancianos y los llevó aparte para mantener una conversación privada.

—No quise sacar a colación este asunto públicamente porque sabía la pena que ocasionaría a nuestro pueblo —comenzó, hablando suavemente—, pero hay que tomar otra medida a fin de afianzar nuestra seguridad. Somos inmunes a las tentaciones generadas por la Gema Gris, pero hay alguien viviendo entre nosotros que no lo es. Sabéis a quién me estoy refiriendo.

Los otros lo sabían, a juzgar por sus expresiones consternadas y tristes.

—Me duele tener que tomar esta decisión —continuó el Dictaminador—, pero debemos hacer que esa persona se marche. Todos vosotros visteis y oísteis a Usha hoy. Debido a su ascendencia humana es vulnerable a la influencia de la Gema Gris.

—Eso no lo sabemos con certeza —se aventuró uno a objetar débilmente.

—Conocemos la historia —replicó, cortante, el Dictaminador—. He investigado y he descubierto que todo lo que se cuenta es verdad. La Gema Gris pervierte a todos los humanos que se acercan a ella, llenándolos de anhelos y deseos que no pueden controlar. Los hijos del héroe de guerra, Caramon Majere, casi cayeron víctimas de ella, según uno de los informes. El dios Reorx en persona tuvo que intervenir para salvarlos. La Gema Gris puede haberse apoderado ya de Usha y estar intentando utilizarla para provocar disensiones entre nosotros. En consecuencia, en bien de su propia seguridad y de la nuestra, Usha debe abandonar la isla.

—Pero la hemos criado desde que era un bebé —protestó otro de los ancianos—. ¡Éste es el único hogar que conoce!

—Usha es lo bastante mayor ya para vivir sola, entre los de su clase. —El Dictaminador suavizó su tono severo—. Hemos comentado anteriormente el hecho de que cada vez se muestra más inquieta y parece aburrirse con nosotros. Nuestra vida estudiosa, contemplativa, no es para ella. Como les ocurre a todos los humanos, necesita de los cambios para madurar. La estamos sofocando. Esta separación será ventajosa tanto para ella como para nosotros.

—Será doloroso renunciar a ella. —Uno de los ancianos se enjugó una lágrima, y llorar no era habitual entre los irdas—. Sobre todo para el Protector. Adora a la pequeña.

—Lo sé —dijo el Dictaminador suavemente—. Parece cruel, pero cuanto antes actuemos será mejor para todos, incluido el Protector. ¿Estamos todos de acuerdo?

En reconocimiento a su buen juicio, prevaleció la decisión del Dictaminador, que fue en busca del Protector para decírselo. Los otros irdas regresaron a toda prisa a sus casas separadas.

3

Adioses.

El regalo de despedida del Protector.

—¿Marcharme? —Usha miraba atónita al hombre al que siempre había conocido como Protector—. ¿Marcharme de la isla? ¿Cuándo?

—Mañana, pequeña —dijo el Protector, que iba de un lado a otro de la casa que compartían recogiendo las cosas de Usha y poniéndolas sobre la cama para después empaquetarlas—. Se está preparando un bote para ti. Eres una experta marinera y la embarcación ha sido mejorada con magia. No volcará por muy encrespadas que estén las aguas. Si deja de soplar el viento, el bote no se detendrá y seguirá navegando, impulsado por la corriente de nuestros pensamientos. Te llevará a través del océano a salvo hasta la ciudad humana de Palanthas, que está casi rumbo sur de nosotros. Será una travesía de doce horas, no más.

—Palanthas... —repitió Usha, sin acabar de comprender, sin darse siquiera cuenta de lo que decía.

El Protector asintió con la cabeza.

—De todas las ciudades de Ansalon, creo que Palanthas será la más adecuada para ti. La población es grande y variada, ya que los palanthinos tienen una gran tolerancia hacia otras culturas distintas de la suya. Lo extraño es que esto se deba, quizás, a la presencia de la Torre de la Alta Hechicería y a su señor, lord Dalamar. Aunque es un mago perteneciente a la Orden de los Túnicas Negras, es respetuoso con...

Other books

The Samurai's Lady by Gaynor Baker
Castleview by Gene Wolfe
Mahashweta by Sudha Murty
This Christmas by Katlyn Duncan
Improbable Cause by J. A. Jance
The Calling (Darkness Rising) by Armstrong, Kelley
Brotherhood of Blades by Linda Regan
Underground Vampire by Lee, David
The Rose Princess by Hideyuki Kikuchi