Bean contempló el respiradero de su habitación y se maravilló de haber podido caber alguna vez ahí dentro. ¿Cómo debía de ser entonces, tan pequeño como una rata?
Por fortuna, con una habitación propia ahora, no estaba limitado a los conductos de salida de aire. Colocó la silla en lo alto de la mesa y se encaramó a las largas y finas exclusas que corrían por la pared que daba al pasillo. El respiradero constaba de varias secciones largas. El panelado estaba separado de la pared. Y también se desprendió con facilidad. Ahora había espacio suficiente para que casi cualquier niño de la Escuela de Batalla pudiera arrastrarse por el techo del pasillo.
Bean se despojó de sus ropas de inmediato y se introdujo una vez más en el sistema de ventilación.
Pero le resultó mucho más difícil esa vez; era asombroso lo mucho que había llegado a crecer. Se abrió paso rápidamente hasta la zona de mantenimiento cerca de los hornos. Descubrió cómo funcionaban los sistemas de luces, y con cuidado se dispuso a quitar bombillas y lámparas en las zonas que necesitaría. Pronto apareció un amplio pozo vertical que quedaba completamente oscuro cuando se cerraba la puerta, con profundas sombras incluso cuando estaba abierta. Con cuidado, trazó su plan.
Aquiles nunca dejaba de sorprenderse por el modo en que el universo se doblegaba a su voluntad. Todo lo que deseaba parecía cumplirse. Poke y su banda, al elegirlo a él entre los otros matones. Sor Carlotta, al llevarle al colegio de curas en Bruselas. La doctora Delamar al estirarle la pierna para que pudiera correr y así no ser distinto de los otros niños de su edad. Y ahora se encontraba allí, en la Escuela de Batalla, y quién era su primer comandante sino el pequeño Bean dispuesto a tomarlo a su cargo, a ayudarle a ascender dentro de esta escuela. Como si el universo hubiera sido creado para servirlo, con toda la gente sintonizada con sus deseos.
La sala de batalla era increíble. La guerra en una caja. Apuntabas con el arma, y el traje del otro niño se congelaba. Naturalmente, Ambul había cometido el error de demostrarlo congelando a Aquiles y luego riéndose de su consternación mientras flotaba allí en el aire, incapaz de moverse, incapaz de cambiar la dirección de su deriva. La gente no debería hacer eso. Estaba mal, y a Aquiles siempre le molestaba, hasta que podía enmendar las cosas. Tendría que haber más amabilidad y respeto en el mundo.
Como Bean. Pareció prometedor al principio, pero entonces Bean empezó a denigrarlo. Se aseguró de que los demás vieran que Aquiles fue el papá de Bean, pero ahora no era más que un soldado en su escuadra. No había ninguna necesidad de ello. No se podía denigrar a la gente. Bean había cambiado. Cuando Poke derribó a Aquiles al suelo y lo avergonzó delante de todos aquellos niños pequeños, fue Bean quien le mostró respeto. «Mátalo», dijo. Sabía, entonces, aquel niño diminuto, sabía que incluso en el suelo, Aquiles era peligroso. Pero ahora parecía haberlo olvidado. De hecho, Aquiles estaba seguro de que Bean debía de haberle dicho a Ambul que congelara su traje refulgente y lo humillara en la sala de prácticas, para que los demás se rieran de él.
Fui tu amigo y protector, Bean, porque mostraste respeto por mí. Pero ahora tengo que sopesar eso con tu conducta aquí en la Escuela de Batalla. No me tienes ningún respeto.
El problema era que los estudiantes de la Escuela de Batalla no tenían nada que pudiera ser utilizado como arma, y todo era completamente seguro. Nadie estaba nunca a solas, tampoco. Excepto los comandantes. Solos en sus habitaciones. Eso era prometedor. Pero Aquiles sospechaba que los profesores tenían un modo de localizar dónde estaban los estudiantes en todo momento. Tendría que aprender el sistema, aprender a evadirlo, antes de empezar a enmendar las cosas.
Pero sí sabía que aprendería lo que fuera necesario. Ya se presentarían las oportunidades. Y él, al ser Aquiles, vería esas oportunidades y las aprovecharía. Nada podría interrumpir su ascenso hasta que hubiera acumulado en sus manos todo el poder posible. Entonces reinaría la justicia en el mundo, no este miserable sistema que dejaba a tantos niños hambrientos, ignorantes y lisiados en las calles mientras los demás gozaban de todos los privilegios, la seguridad y la salud. Todos aquellos adultos que habían dirigido el mundo durante miles de años eran unos idiotas o unos fracasados. Pero el universo obedecería a Aquiles. El y sólo él podría corregir los abusos.
Al tercer día en la Escuela de Batalla, la Escuadra Conejo libró su primera batalla con Bean como comandante. Perdieron. No habrían perdido si Aquiles hubiera sido comandante. Bean estaba comportándose como un estúpido sensiblero, dejando que los jefes de batallón tomaran las riendas. Pero estaba claro que el predecesor de Bean había elegido mal a sus jefes. Si Bean quería ganar, necesitaba un control más férreo. Cuando trató de sugerírselo a Bean, el niño sólo sonrió confiadamente (una sonrisa alocada que tan sólo mostraba una falsa superioridad), y le dijo que la clave para la victoria era que cada jefe de batallón y, con el tiempo, cada soldado viera toda la situación y actuara con independencia para conseguir la victoria. Aquiles quiso abofetearle, por lo estúpido y testarudo que era. Él que sabía cómo manejar la situación, no dejaba que los demás metieran la pata por ahí. Él tomaba las riendas y tiraba, con fuerza. Golpeaba a sus hombres para que le obedecieran. Como dijo Federico el Grande: el soldado debe temer a sus propios oficiales más que a las balas del enemigo. No se puede gobernar sin hacer ejercicio de poder. Los seguidores deben inclinar la cabeza ante el líder. Deben
rendir
sus cabezas, usando solo la mente y la voluntad del líder para que los gobierne. Nadie más que Aquiles parecía comprender que ésa era la gran fuerza de los insectores. No tenían mentes individuales, sólo la mente de la colina. Se sometían de lleno a la reina. No podrían derrotar a los insectores hasta que aprendieran de ellos, hasta que se volvieran como ellos.
Pero no tenía sentido explicarle esto a Bean. No le escucharía. Por tanto, nunca podría convertir a la Escuadra Conejo en una colmena. Estaba trabajando para crear el caos. Era insoportable.
Insoportable… y sin embargo, justo cuando Aquiles pensaba no podría soportar más aquella situación tan absurda, Bean lo llamó sus habitaciones.
Aquiles se sobresaltó, al entrar, y descubrir que Bean había quitado la tapa del respiradero y parte del panel de la pared, para conseguir acceso al sistema de ventilación. Menuda sorpresa.
—Quítate la ropa —ordenó Bean.
Aquiles creyó que deseaba humillarlo.
Bean se quitó su uniforme.
—Nos localizan por los uniformes —explicó—. Si no llevas puesto uno, no saben dónde estás, excepto en el gimnasio y la sala de batalla, donde tienen un equipo carísimo que detecta el calor corporal. No vamos a ir a ninguno de esos sitios, así que desnúdate.
Bean estaba desnudo. Mientras Bean fuera primero, Aquiles no podría sentirse avergonzado haciendo lo mismo.
—Ender y yo solíamos hacer esto —añadió—. Todo el mundo pensaba que Ender era un comandante brillante, pero la verdad es que sabía todos los planes de los otros comandantes porque salíamos a espiar a través de los conductos de ventilación. Y no sólo a los comandantes. Descubrimos lo que estaban planeando los profesores. Siempre lo sabíamos todo de antemano. No es difícil ganar de esa forma.
Aquiles se echó a reír. Esto era magnífico. Bean podía ser un idiota, pero ese Ender del que tanto había oído hablar sí sabía lo que estaba haciendo.
—Hacen falta dos personas, ¿no?
—Para llegar al sitio donde se puede espiar a los profesores hay que pasar por un pozo ancho, completamente oscuro. No puedo bajar. Necesito que alguien me vaya bajando y me aupe. No sabía en quién con fiar en la Escuadra Conejo, y entonces… apareciste tú. Un amigo de los viejos tiempos.
Estaba volviendo a suceder. El universo se doblegaba a su voluntad. Bean y él estarían solos. Nadie los localizaría. Nadie sabría lo que había sucedido.
—Voy contigo —resolvió Aquiles..
—Aúpame —dijo Bean—. Eres lo bastante alto para auparte solo.
Estaba claro que Bean ya había hecho esto muchas veces. Se internó en el conducto, sus pies y su culo iluminados por la luz que se filtraba desde los pasillos. Aquiles se fijó en dónde ponía manos y pies, pronto fue igual de hábil sorteando el camino. Cada vez que utilizaba su pierna, se maravillaba de poder hacerlo. Iba donde quería que fuese, y tenía la fuerza para sostenerlo. La doctora Delamar podría ser una cirujana habilidosa, pero incluso ella dijo que nunca había visto un cuerpo que respondiera tan bien a la cirugía como el de Aquiles. Su cuerpo sabía cómo ser entero, esperaba ser fuerte. Todo el tiempo anterior, todos aquellos años en que había estado lisiado, habían sido la forma que tenía el universo de enseñarle a Aquiles lo insoportable que resultaba el desorden. Y ahora Aquiles poseía un cuerpo perfecto, dispuesto a actuar para enmendar la situación.
Memorizó con mucho cuidado la ruta que seguían. Si se presentaba la oportunidad, regresaría solo. No podía permitirse perderse, o traicionarse. Nadie sabría que había estado en el sistema de ventilación. Mientras no les diera ningún motivo, los profesores nunca sospecharían de él. Todo lo que sabían era que Bean y él eran amigos. Y cuando Aquiles llorara por el otro niño, sus lágrimas serían reales. Siempre lo eran, pues había nobleza en aquellas trágicas muertes, esplendor mientras el gran universo cumplía su voluntad a través de las diestras manos de Aquiles.
Los hornos rugían cuando llegaron a una sala desde donde era visible el entramado de la estación. El fuego era bueno. Dejaba pocos residuos. La gente moría cuando por accidente caían a las llamas. Sucedía continuamente. Bean, al reptar por allí solo… sería bueno si se acercaran al horno.
En cambio, Bean abrió una puerta que daba a un espacio oscuro. La luz de la abertura mostraba un agujero negro no muy lejos.
—No te acerques al borde —dijo Bean alegremente. Recogió del suelo un trozo de cable muy fino—. Es una estacha. Forma parte del equipo de seguridad. Impide que los obreros se pierdan a la deriva en el espacio cuando están trabajando en el exterior de la estación. Ender y yo lo preparamos… pasa por una viga allá arriba y me mantiene entrado en el pozo. No se puede agarrar con las manos: es muy fácil te corte si te roza la piel. Por eso hay que envolvérselo alrededor cuerpo, para que no resbale, ¿ves?, y entonces te sujetas. Aquí no hay mucha gravedad; por tanto, puedo saltar. Lo hemos medido, así luego me detengo al nivel de los respiraderos que dan a las habitaciones de los profesores.
—¿No duele cuando te paras?
—Una barbaridad —dijo Bean—. Pero quien algo quiere algo le cuesta, ¿no? Me suelto de la cuerda, la ato a un trozo de metal y se quedó allí hasta que vuelvo. Tiraré de ella tres veces cuando regrese entonces tú me izas. Cuando llegues al lugar por donde entramos a la viga y sigue hasta tocar la pared. Espera allí hasta que yo pueda controlar la oscilación y aterrice en este resquicio. Entonces me suelto y vuelves y recogemos la estacha hasta la próxima vez. Sencillo, ¿eh?
—Entendido —dijo Aquiles.
En vez de caminar hasta la pared, sería sencillo seguir andando. Dejar a Bean flotando en el aire donde no pudiera asirse a nada. Entonces habría tiempo de sobra para encontrar un modo de cortar la cuerda dentro de aquella sala oscura. Con el rugido de los hornos y los ventiladores, nadie oiría a Bean pedir ayuda. Entonces Aquiles tendría tiempo para explorar, para descubrir cómo podían acceder a los hornos. Traer a Bean de vuelta, estrangularlo, llevar el cadáver al fuego. Dejar caer la cuerda por el pozo abajo. Nadie la encontraría. Posiblemente nadie encontraría jamás a Bean, o si lo hacían, sus tejidos blancos estarían consumidos. Todo indicio de estrangulación habría desaparecido. Muy limpio. Tendría que haber algo de improvisación, pero sucedía siempre. Aquiles podía encargarse de los pequeños problemas a medida que fueran surgiendo.
Aquiles se pasó el cable por encima de la cabeza, y luego lo tensó bajo sus brazos mientras Bean se enrollaba el otro extremo.
—Listo —dijo Aquiles.
—Asegúrate de que está tenso, para que no te corte cuando yo llegue al fondo.
—Sí, está tenso.
Pero Bean tenía que comprobarlo. Pasó un dedo bajo el cable.
—Más tenso —dijo.
Aquiles lo tensó más.
—Bien —dijo Bean—. Ya está. Hazlo.
¿Hazlo? Era Bean quien se suponía que tenía que hacerlo.
Entonces la estacha se tensó y Aquiles fue izado en el aire. Con unos cuantos tirones más, quedó colgando en el oscuro pozo. El cable se clavó en su piel.
Cuando Bean pronunció la orden «hazlo», hablaba a otra persona. Alguien que ya estaba allí, esperando. Un traidor hijo de puta.
Sin embargo, Aquiles no dijo nada. Extendió la mano para ver si podía tocar la viga que había sobre él, pero no la alcanzó. Tampoco podía trepar por el cable, no con las manos desnudas, no con el cable tensado por el peso de su propio cuerpo.
Se rebulló, empezando a balancearse. Pero no importaba hasta dónde llegara en cualquier dirección, no tocaba nada. No había pared, ningún sitio donde aferrarse.
Era hora de hablar.
—¿De qué va esto, Bean?
—Es sobre Poke.
—Está muerta, Bean.
—La besaste. La mataste. La tiraste al río.
Aquiles sintió que la sangre se agolpaba en su rostro. Nadie lo había visto. Sólo estaba haciendo suposiciones. Pero entonces… ¿cómo sabía que Aquiles la había besado primero, a menos que lo hubiera visto?
—Te equivocas —replicó.
—Vaya, qué triste. Entonces el hombre equivocado morirá por el crimen.
—¿Morir? Seamos serios, Bean. No eres un asesino.
—Pero el aire caliente y seco del pozo lo hará por mí. Te deshidratarás en menos de un día. Ya tienes la boca un poco seca, ¿verdad? Y seguirás ahí colgado, momificándote. Éste es el sistema de entrada, así que el aire se filtra y se purifica. Aunque tu cuerpo apeste durante algún tiempo, nadie lo olerá. Nadie te verá: estás por encima de las luces que entran por la puerta. Y nadie entra aquí de todas formas. No, la desaparición de Aquiles será el misterio de la Escuela de Batalla. Contarán historias de fantasmas sobre ti para asustar a los novatos.
—Bean, no lo hice.
—Te vi, Aquiles, pobre idiota. No me importa lo que digas, te vi. Nunca creí que tendría la oportunidad de vengarme de ti. Poke no te hizo nada malo. Le dije que te matara, pero tuvo piedad. Te convirtió en el rey de las calles. ¿Y por eso la mataste?