Historias de la jungla (26 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

BOOK: Historias de la jungla
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Se preguntó cómo se las arreglarían las hembras para mantener rectas y en equilibrio aquellas cosas que se colocaban en la cabeza y estuvo a punto de soltar una sonora carcajada, como siempre, al contemplar aquellos extraños chismes redondos que coronaban la testa de los machos.

Poco a poco, el hombre mono fue captando el significado de las diversas combinaciones de caracteres de la página impresa y mientras leía, los insectos, los bichitos que siempre habían sido las letras para él, empezaron a correr confusamente de un lado para otro, lo que enturbió y sembró el desorden en sus pensamientos. Se frotó dos veces los ojos con el dorso de la mano, pero sólo logró que los bichitos recobrasen su forma coherente e inteligible durante unos segundos. La noche anterior se la había pasado casi en blanco y ahora se encontraba exhausto a causa de la falta de sueño, los trastornos estomacales y la ligera fiebre que había sufrido, de modo que cada vez le resultaba más difícil concentrar la atención e incluso mantener los ojos abiertos.

Tarzán comprendió que el sueño estaba a punto de vencerle, y en el preciso momento en que empezaba a darse cuenta de ello y decidía rendirse a una querencia que casi había adquirido las proporciones de dolor físico le despabiló el ruido que produjo la puerta de la cabaña al abrirse. Tarzán volvió rápidamente la cabeza ante aquella interrupción y se quedó momentáneamente estupefacto al ver en el umbral el gigantesco y peludo corpachón de Bolgani, el gorila.

De todos los pobladores de la selva, Bolgani, el gorila, era acaso el animal con el que menos hubiera deseado Tarzán entendérselas en el interior de la cabaña; lo que no quiere decir que experimentase miedo alguno, ni siquiera cuando, al lanzarle una rápida ojeada, observó que Bolgani estaba en aquellos instantes poseído de esa locura de la jungla que suele apoderarse de muchos de los machos más feroces. Normalmente, los grandes gorilas evitan los conflictos, se ocultan de los demás habitantes de la selva y son los mejores vecinos; pero cuando se los ataca o cuando la locura hace presa en ellos, no hay animal de la selva, por audaz, temerario y feroz que sea, que busque camorra deliberadamente con Bolgani.

Para Tarzán, sin embargo, no había escapatoria. El gorila le contemplaba fijamente con sus ojos perversos inyectados en sangre. De un momento a otro se abalanzaría sobre el hombre mono y lo agarraría con todas su fuerzas. Tarzán alargó la mano para coger el cuchillo de caza, que había dejado sobre la mesa, junto a él, pero como sus dedos no localizaron el arma de inmediato, volvió la cabeza para lanzar una rápida mirada. Al hacerlo, sus ojos tropezaron con el libro que estaba mirando y que seguía abierto en la página ilustrada con la imagen de Bolgani. Tarzán encontró el cuchillo, pero se limitó a acariciarlo distraídamente con los dedos, al tiempo que dirigía una sonrisa al gorila que avanzaba hacia él.

¡No iba a dejarse engañar otra vez por aquellas ilusiones irreales que se le presentaban cuando dormía! Sin duda, dentro de un segundo Bolgani se habría convertido en Pamba, la rata, con la cabeza de Tantor, el elefante. Tarzán había visto ya últimamente bastantes sucesos extraños de aquellos para haberse hecho una idea de lo que podía esperar. Pero en aquella ocasión Bolgani no cambió de forma mientras se dirigía despacio hacia el joven hombre mono.

A Tarzán también le dejó un tanto perplejo el hecho de que no sintiese el menor deseo de emprender una frenética retirada en busca de un refugio seguro, que había sido la sensación preponderante en el caso de sus recientes y notables aventuras previas. En la situación actual volvía a ser el Tarzán de siempre, listo para el combate, si era necesario. Pero aún albergaba la certeza absoluta de que el gorila que tenía frente a sí no era de carne y hueso.

Aquella alucinación debía estar ya esfumándose en el aire, pensó Tarzán, o transformándose en algún otro ser ilusorio. Sin embargo, no se desvanecía. En cambio, su aspecto era de lo más real, exactamente como el del auténtico Bolgani: su espléndido pelaje oscuro relució pleno de vitalidad y salud al caer sobre su figura los rayos del sol que irrumpían por la alta ventana de la cabaña situada detrás del joven lord Greystoke. Ésta es la más real de todas sus aventuras que he soñado, se dijo Tarzán, mientras aguardaba pasivamente el sin duda divertido desarrollo de los acontecimientos.

Y entonces el gorila atacó. Dos manazas callosas y de fuerza impresionante agarraron al hombre mono, unos colmillos aterradores aparecieron ante su rostro, un gruñido espeluznante brotó de la cavernosa garganta y una ráfaga de aliento cálido sopló sobre las mejillas de Tarzan, que aún permanecía sentado y sonriente ante la aparición. ¡A Tarzán se le podía enredar una vez, dos veces, pero no tantas veces seguidas! Ni por asomo ignoraba que aquel Bolgani no era ningún Bolgani de verdad, porque ningún Bolgani había podido entrar nunca en la cabaña, puesto que Tarzán era el único que sabía manejar el cerrojo.

Al gorila pareció desoncertarle un poco la inexplicable apatía del mono sin pelo. Se detuvo un instante, con las abiertas mandíbulas a escasos centímetros de la garganta de su antagonista y acto seguido, como si acabara de tomar una decisión repentina, se echó al hombre mono sobre los peludos hombros, con la misma facilidad con que cualquiera de nosotros pudiera coger en brazos a un niño de pecho, dio media vuelta, salió por la puerta de la cabaña y echó a correr a través del espacio abierto rumbo a los grandes árboles.

Tarzán tuvo entonces la absoluta seguridad de que aquella aventura pertenecía a un sueño y la sonrisa que decoraba su rostro no podía ser más amplia, mientras el gigantesco gorila se lo llevaba sin que él opusiera resistencia. Tarzán pensaba que no tardaría en despertarse y se volvería a encontrar en la cabaña donde se quedara dormido. Aquella idea le indujo a volver la cabeza y vio que la puerta de la cabaña estaba abierta de par en par. ¡Eso no era posible! Siempre tenía buen cuidado en cerrar bien y asegurar el cerrojo para impedir la entrada a posibles intrusos. ¡Menudo desbarajuste organizaría Manu, el mico, entre los tesoros de Tarzán si accediese al interior de la cabaña y permaneciera allí cinco minutos! En el cerebro de Tarzán surgió un interrogante que le dejó completamente desorientado. ¿Dónde concluían las aventuras soñadas y comenzaba la realidad? ¿Cómo podía tener la certeza de que la puerta de la cabaña no estaba abierta de verdad? A su alrededor, todo tenía aspecto normal, sin que notase ninguna de las grotescas exageraciones de las pesadillas anteriores. Valia más, por lo tanto, actuar sobre seguro y comprobar que la puerta de la cabaña estaba cerrada… No le perjudicaría nada, ni siquiera en el caso de que todo lo que parecía estar sucediendo no estuviera sucediendo.

Tarzán trató de deslizarse fuera de los hombros de Bolgani, pero la enorme bestia dejó oír un gruñido ominoso y le sujetó con más fuerza. El hombre mono volvió a intentarlo, esa vez con más energía, y logró soltarse. Pero cuando ponía pie en el suelo, el gorila del sueño se revolvió con ferocidad, lo agarró de nuevo y hundió sus enormes colmillos en uno de los tersos y morenos hombros de Tarzán.

La sonrisa burlona desapareció de los labios del hombre mono cuando el dolor y la sangre despertaron sus instintos bélicos. Dormido o despierto ¡aquello no era ninguna broma! Ambos rodaron por el suelo entre gruñidos, dentelladas y golpes desgarradores. El gorila estaba frenético, poseído de un furor demencial. Una y otra vez sus colmillos abandonaban el hombro para intentar clavarse en la yugular de su adversario, pero Tarzán de los Monos ya había luchado en otras ocasiones con fieras cuya finalidad prioritaria era hundir los colmillos en la vena vital, y siempre se las arregló para esquivar tales mordiscos al tiempo que bregaba para asentar los dedos sobre la garganta de su contrincante. Lo logró por fin… Bajo su piel, los formidables músculos se tensaron y comprimieron mientras recurría a todas sus fuerzas para apartar de sí el peludo torso del gorila. Y al tiempo que estrangulaba a Bolgani y lo mantenía separado, su otra mano se deslizó despacio hacia arriba, entre ambos cuerpos, hasta que la punta del cuchillo de caza se apoyó en el corazón salvaje del gorila… Un rápido movimiento de aquella muñeca dotada de músculos de acero y la afilada hoja se hundió hasta encontrar su objetivo.

Bolgani, el gorila, profirió un alarido estremecedor, sólo uno, se apartó de Tarzán, se puso en pie, dio varios pasos tambaleándose y finalmente se desplomó contra el suelo. Sus extremidades ejecutaron unas cuantas sacudidas espasmódicas, antes de quedarse inmóvil.

En pie, Tarzán de los Monos contempló el cadáver del vencido adversario y después se deslizó los dedos por la espesa y negra cabellera. Se agachó para tocar el cuerpo sin vida de Bolgani. La sangre roja del gorila tiñó de rojo sus dedos. Se los llevó a la nariz y los olfateó. Después meneó la cabeza y se encaminó de vuelta a la cabaña. La puerta seguía abierta. La cerró y aseguró el cerrojo. Regresó hacia el cadáver de su víctima y, una vez más, hizo allí un alto y se rascó la cabeza.

Si aquello era una aventura vivida durante el sueño, ¿qué era entonces la realidad? ¿Cómo distinguir un suceso de otro? De todo lo ocurrido a lo largo de su vida, ¿cuánto fue real y cuánto irreal?

Apoyó un pie en la figura tendida en el suelo, RIZO la cara hacia las alturas y lanzó a los cuatro vientos el grito de victoria del mono macho. A mucha distancia de allí, un león respondió. Aquello era muy real y, a pesar de todo, tampoco podía saberlo a ciencia cierta. Hecho un mar de dudas y perplejidades, se adentró en la selva.

No, no sabía qué era real y qué no lo era, pero lo que sí sabía era que, en su vida, nunca jamás volvería a comer carne de Tantor, el elefante.

CAPÍTULO X

EL SECUESTRO DE TEEKA

E
RA UN DÍA magnífico. Una fresca brisa suavizaba los ardientes rigores del sol ecuatorial. La paz reinaba en la tribu de Kerchak desde hacía varias semanas y ningún enemigo había tenido la audacia de invadir su territorio. Para la mentalidad de los simios aquello era prueba suficiente de que en el futuro todo iba a seguir desarrollándose de modo idéntico a como lo había hecho en el pasado inmediato…, de que la Utopía iba a mantenerse.

Apostar centinelas ya se había convertido en hábito fijo de la tribu, en norma de obligado cumplimiento, pero los encargados de montar guardia solían descuidar la vigilancia o abandonaban sus puestos sin más ni más, de acuerdo con su capricho. La tribu se hallaba bastante dispersa en su búsqueda de alimento. Era un ejemplo de cómo la paz y la próspera ventura pueden socavar la seguridad de cualquier pueblo primitivo, de la misma forma que suele hacerlo con la sociedad más culta.

Los propios miembros de la tribu se mostraban menos cuidadosos y atentos, y cualquiera hubiese podido pensar que Numa, Sabor y Sheeta no figuraban ya en el panorama de la existencia cotidiana. Las hembras y los
balus
deambulaban a sus anchas, sin que nadie velase por ellos en la peligrosa jungla, mientras los machos más voraces se alimentaban a bastante distancia. Y así ocurrió que Teeka y Gazán, su cachorro, andaban a la búsqueda de comida en el extremo sur de la tribu, sin tener cerca a ningún gran macho que pudiera protegerlos.

Algo más al sur, avanzaba por el bosque una figura siniestra: un gigantesco mono macho, trastornado por la soledad y la derrota. Una semana antes había luchado por la jefatura de una tribu lejana, y ahora, apaleado y dolorido, vagaba por la espesura como un paria. Más adelante acaso pudiera volver a su tribu y someterse a la voluntad de la peluda bestia a la que pretendió derrocar, pero de momento no se atrevía a hacerlo, puesto que no sólo había pretendido arrebatar la corona a su rey y señor, sino que también quiso apoderarse de sus esposas. Habría de transcurrir por lo menos toda una luna para que el tupido velo del olvido cubriese su mala acción. Tal era la causa por la que Toog vagabundeara por una selva desconocida, avieso, terrible y rebosante de odio.

En tal estado de ánimo fue a tropezarse Toog inopinadamente con una joven hembra que comía sola en aquella jungla… Una hembra desconocida, fuerte, ágil y preciosa como ella sola. Toog contuvo la respiración y se apresuró a desplazarse hacia un lado de la senda, donde la espesa vegetación le ocultaba a los ojos de Teeka, mientras sus ávidas pupilas se regodeaban en la contemplación de aquella belleza.

Pero el simio no sólo tenía ojos para Teeka… La mirada en seguida procedió a recorrer los alrededores, para localizar a los machos, hembras y cachorros de la tribu, aunque principalmente buscaba a los machos. Cuando uno ambiciona la posesión de una hembra de otra tribu, debe tener en consideración a los grandes, feroces y peludos celadores, que no suelen andar muy lejos de sus protegidas y que siempre estarán dispuestos a luchar a muerte contra cualquier extraño para proteger a la esposa o al
balu
de un compañero, lo mismo que pelearían en defensa de los suyos.

Toog no vio por allí el menor rastro de mono alguno, aparte la hembra extraña y el cachorro que jugaba cerca. Los ojos malignos y sanguinolentos de Toog se entornaron mientras repasaba morosamente los encantos de la mona… En cuanto al
balu
, un mordisco bien aplicado a la nuca del pequeño bastaría para impedir que profiriese un innecesario chillido de alarma.

Toog era un macho colosal, espléndido, semejante en muchos aspectos a Taug, el compañero de Teeka. Uno y otro se encontraban en la primavera de la vida, tenían una musculatura impresionante, unos colmillos
magníficos
y eran todo lo atrozmente feroces que pudiese desear la hembra más quisquillosa y exigente. De haber pertenecido Toog a su misma tribu, Teeka muy bien hubiera podido entregarse a él con la misma buena disposición con que se entregó a Taug al llegar la época del apareamiento. Pero ahora Teeka pertenecía a Taug y ningún otro macho podía hacerla suya sin derrotar previamente a Taug en combate personal. Incluso en tal caso, Teeka conservaría ciertas prerrogativas al respecto. Si el nuevo pretendiente no le hacía tilín, ella podía intervenir en la cuestión, parar los pies al nuevo galán y, llegadas las cosas a un último extremo, participar en la lucha junto a su pareja legítima, lo que constituía una nada despreciable ayuda para su amo y señor, puesto que aunque de menor tamaño que los de un macho, los colmillos de Teeka eran dignos de tenerse en cuenta y la hembra sabía emplearlos con singular eficacia.

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