El trono de diamante (57 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: El trono de diamante
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—Sparhawk —dijo gravemente Sephrenia—, nunca llegaré a comprenderos.

—En lo que nos extraña se halla la verdadera sal de la vida, ¿no es así, pequeña madre? —replicó con una mueca.

Flauta, todavía sentada a lomos del palafrén de Sephrenia, interpretó un trino burlón con el caramillo.

—Conversad con ella —sugirió Sparhawk a Sephrenia—. Os lo explicará.

Flauta giró los ojos y luego le tendió generosamente las manos para que la ayudara a desmontar.

Capítulo 24

El viaje a través de la boca del estrecho de Arcium transcurrió sin incidentes. Navegaban con rumbo nordeste bajo cielos despejados, impulsados por una brisa constante y arropados por la protectora cercanía de los otros barcos de la flotilla de Voren.

El tercer día de viaje Sparhawk salió a cubierta a reunirse con Sephrenia, que, en compañía de Flauta, contemplaba las olas.

—¿Todavía estáis enfadada conmigo? —le preguntó.

—Supongo que no —respondió la estiria con un suspiro.

Puesto que no sabía cómo expresar con palabras la vaga sensación de malestar que lo embargaba, Sparhawk acometió indirectamente la cuestión.

—Sephrenia —dijo—, ¿no tuvisteis la impresión de que todo sucedió demasiado favorablemente en Dabour? Me acucia la sospecha de que me han tendido una trampa.

—¿A qué os referís, exactamente?

—Sé que aquella noche favorecisteis en varias ocasiones la disponibilidad de Arasham. ¿Intentasteis algo similar con Martel?

—No. De haberlo percibido, se habría esforzado por contrarrestar mi influjo.

—Me lo imaginaba. ¿Qué ocurría, entonces?

—Me parece que no os entiendo.

—Se comportó casi como un colegial. Ambos conocemos a Martel y estimamos su inteligencia y su astucia. Mi intención resultaba tan evidente que habría debido captarla enseguida; y, sin embargo, no reaccionó, sino que se limitó a quedarse de pie como un idiota y contemplar cómo desmontaba su estrategia delante de sus propios ojos. Me preocupa este éxito demasiado fácil.

—No esperaba vernos aparecer en la tienda de Arasham, Sparhawk. Tal vez la sorpresa le restó perspicacia.

—Martel no se deja sorprender con tanta sencillez.

—No —admitió la mujer, con el entrecejo fruncido—. Es cierto. —Meditó un momento—. ¿Recordáis lo que dijo lord Darellon antes de que abandonáramos Cimmura?

—No exactamente.

—Consideraba que Annias se había comportado neciamente cuando expuso su caso ante los reyes elenios, pues anunció la muerte del conde Radun sin haber verificado realmente si su afirmación era cierta.

—Oh, sí. Y vos conjeturasteis que la totalidad del ardid, el intento de asesinar al conde y acusar de ello a los pandion, posiblemente había sido ideado por un mago estirio.

—Quizás ambas actitudes posean un origen aún más remoto. Martel ha mantenido contactos con un damork, de lo que se deduce que Azash ha intervenido de algún modo. Azash siempre ha tratado con estirios y, por ello, apenas ha tenido ocasión de experimentar la sutileza de las mentes elenias. Los dioses estirios actúan sin sutilezas, y raramente se preparan para afrontar imprevistos, probablemente a causa de la simplicidad de las mentes de sus seguidores. El propósito de la conspiración en Arcium y en Rendor se dirige a mantener alejados de Chyrellos a los caballeros de la Iglesia durante la elección. Annias obró en palacio de la misma manera en que se hubiera conducido un estirio, al igual que Martel en la tienda de Arasham.

—Encuentro algunos puntos inconexos, Sephrenia —arguyó Sparhawk—. Por una parte, tratáis de convencerme de lo poco alambicados que son los estirios, y, por otra, os extendéis en una explicación tan complicada que apenas logro seguiros. ¿Por qué no expresáis llanamente lo que pensáis?

—Azash ha dominado siempre la mente de sus fieles —contestó ella—, los cuales, en su mayor parte, han sido estirios. Si tanto Annias como Martel comienzan a actuar como si pertenecieran a esta raza, se derivan algunas conclusiones francamente interesantes, ¿no os parece?

—Lo siento, Sephrenia, pero no puedo aceptar vuestro razonamiento. Por más cargos que puedan levantarse contra ellos, Martel es un elenio, y Annias, un eclesiástico. Ninguno de los dos entregaría su alma a Azash.

—Tal vez no conscientemente. Sin embargo, Azash sabe cómo trastornar el juicio de la gente que puede resultarle útil.

—¿Adónde nos conducen estas consideraciones?

—Aunque no puedo asegurarlo, parece que Azash posee motivos para desear que Annias ocupe la archiprelatura. En el futuro debemos tener en cuenta que si Azash controla la mente de ambos, razonarán como estirios, los cuales, de acuerdo con un rasgo racial característico, reaccionan lentamente ante los imprevistos. Posiblemente, la sorpresa constituirá nuestra mejor arma a partir de ahora.

—¿Vuestro enfado también se relacionaba con el desconcierto que os produjo mi actuación?

—Por supuesto. Creía que lo sabíais.

—La próxima vez intentaré avisaros.

—Os lo agradecería mucho.

Dos días más tarde, el barco se adentró en el estuario del río Ucera, en dirección a la ciudad elenia de Vardenais. Cuando se aproximaban al puerto, Sparhawk advirtió el acecho del peligro. Hombres ataviados con túnicas rojas patrullaban los muelles.

—¿Qué hacemos? —preguntó Kurik a Sparhawk y a Sephrenia, que se encontraban agazapados detrás de una cabina de cubierta para evitar ser reconocidos.

—Podríamos bordear y desembarcar en territorio arciano.

—Si vigilan los puertos, también deben custodiar la frontera. Aguzad vuestro pensamiento, Sparhawk.

—Quizá logremos escabullimos durante la noche.

—La misión que hemos de cumplir posee una importancia demasiado vital para abandonarnos a los albures del quizá —comentó mordazmente Kurik.

Sparhawk comenzó a proferir juramentos.

—Tenemos que llegar a Cimmura —declaró—. Se acerca el momento de la muerte de otro de los doce caballeros y no sé hasta qué punto Sephrenia podría resistir un nuevo peso. Piensa, Kurik. Siempre has demostrado mayor sagacidad que yo en las cuestiones tácticas.

—Esa habilidad se deriva del hecho de no llevar armadura. La sensación de invencibilidad produce curiosos efectos en el cerebro de los hombres.

—Gracias —respondió secamente Sparhawk.

Kurik frunció el entrecejo, y se sumió en cavilaciones.

—¿Se te ocurre alguna idea? —inquirió impaciente Sparhawk.

—Dejadme pensar. No me apuréis.

—Cada vez nos aproximamos más al puerto, Kurik.

—Ya lo veo. ¿Registran alguno de los barcos?

Sparhawk asomó la cabeza por encima de la cabina.

—Parece que no.

—Mejor. Así no necesitamos tomar decisiones apresuradas. Podemos ir abajo y asentar las ideas.

—¿Tienes alguna propuesta?

—Resultáis demasiado insistente, Sparhawk —lo reprendió Kurik—. Como sabéis, constituye uno de vuestros mayores defectos. Siempre queréis emprender la acción sin haber estudiado previamente un plan.

Su embarcación atracó junto a un muelle infestado de olor a alquitrán y los marineros echaron las amarras a los estibadores de la orilla. A continuación, tendieron la pasarela y comenzaron a descargar cajas y bultos.

Se oyó un repiqueteo de cascos y
Faran
emergió a la cubierta. Sparhawk observó atónito a su caballo. Flauta, sentada con las piernas cruzadas sobre la espalda del poderoso ruano, tocaba su caramillo. La melodía que interpretaba poseía un ritmo extrañamente soporífero, parecido al de una nana. Antes de que Sparhawk y Kurik pudieran interceptarles el paso, golpeó el lomo de
Faran
con el pie y el animal atravesó plácidamente la pasarela en dirección al muelle.

—¿Qué hace? —exclamó Kurik.

—No acierto a aventurar respuesta alguna. Ve a buscar a Sephrenia. ¡Rápido!

Una vez en tierra, Flauta cabalgó directamente hacia la patrulla de soldados situados a unos metros. Los militares, que se dedicaban a inspeccionar minuciosamente a todos los marinos y pasajeros, no le prestaron interés. La niña pasó provocativamente varias veces delante de ellos y luego volvió grupas. Pareció mirar fijamente a Sparhawk y, todavía acompañada por el mismo sonido, levantó la manita e hizo una señal.

Sparhawk la observó atentamente.

La pequeña esbozó una mueca y, después, cabalgó deliberadamente por entre las filas de soldados. Éstos se apartaron distraídamente a su paso, pero ninguno de ellos dio muestras de la más leve alteración.

—¿Qué sucede abajo? —preguntó el caballero cuando Sephrenia y Kurik se reunieron con él en cubierta.

—No estoy totalmente segura —respondió Sephrenia, arrugando el entrecejo.

—¿Por qué no se fijan en ella los soldados? —inquirió Kurik mientras Flauta pasaba por entre la multitud de túnicas rojas.

—Imagino que son incapaces de verla.

—Pero si pasa delante de sus propias narices.

—Al parecer, ese detalle resulta irrelevante. —La cara de Sephrenia adquirió progresivamente una expresión de estupor—. Había oído hablar de ese fenómeno, pero creía que sólo se trataba de un viejo cuento. Tal vez me equivoqué. —Se volvió hacia Sparhawk—. ¿Ha dirigido la mirada alguna vez hacia aquí después de desembarcar?

—Me ha indicado que la siguiera —repuso.

—¿Estáis seguro?

—Yo lo he interpretado así.

Sephrenia hizo acopio de aire.

—Supongo que sólo existe una manera de comprobarlo.

Sin darle tiempo a Sparhawk para retenerla, se levantó y se alejó del amparo de la cabina.

—¡Sephrenia! —la llamó.

Sin embargo, ella continuó su avance como si no lo hubiera oído. Cuando llegó a la pasarela, permaneció inmóvil allí.

—Se exhibe ante todos los soldados —exclamó Kurik con voz estrangulada.

—Ya lo veo.

—No cabe duda de que los centinelas disponen de una descripción detallada de su aspecto. ¿Acaso ha perdido el juicio?

—No lo creo. Mira. —Sparhawk señaló las tropas apostadas en el puerto. Pese a que Sephrenia permanecía perfectamente visible, no parecían advertir su presencia.

Flauta, que la había observado, realizó otro de sus imperativos gestos.

Sephrenia dejó escapar un suspiro y miró a Sparhawk.

—Aguardad aquí —dijo.

—¿Dónde?

—A bordo. —Tras esta orden, se giró y atravesó la pasarela.

—Va a estropearlo todo —sentenció Sparhawk mientras se ponía en pie y desenvainaba la espada. Realizó un rápido cálculo del número de soldados emplazados en el puerto—. No son tan numerosos —le comunicó a Kurik—. Si los atacamos por sorpresa, disponemos de alguna posibilidad.

—Ciertamente, no muy halagüeña, Sparhawk. Esperemos un momento y veamos qué sucede.

Sephrenia caminó a lo largo del muelle y se detuvo delante de la patrulla.

Los soldados no se inmutaron en absoluto.

La estiria les dirigió la palabra.

Los interpelados parecieron no haberla escuchado.

Entonces se volvió hacia el barco.

—Vía libre, Sparhawk —anunció—. No pueden vernos ni oírnos. Desembarcad los caballos y los bultos.

—¿Magia? —preguntó Kurik, asombrado.

—Es un truco que yo desconocía completamente —repuso Sparhawk.

—Debemos obedecer sus instrucciones —aconsejó Kurik—. Apresurémonos, pues detestaría encontrarme en medio de esos soldados cuando el hechizo pierda su efecto.

Supuso una extraña experiencia atravesar la pasarela a la vista de todos y caminar tranquilamente por el muelle hasta enfrentarse cara a cara con los soldados. Éstos, con el aburrimiento pintado en el rostro, no demostraron percibir nada fuera de lo habitual y, aunque detenían a todos los marinos y pasajeros recién desembarcados, no prestaron ninguna atención a Sparhawk, ni a Kurik ni a sus monturas. Sin recibir ninguna orden de su cabo, los militares les abrieron paso y cerraron nuevamente filas una vez que se hubieron alejado en dirección a las calles de la ciudad.

Sin pronunciar palabra, Sparhawk bajó a Flauta del lomo de
Faran
y luego ensilló el caballo.

—Bien. ¿Cómo lo ha hecho? —preguntó a Sephrenia cuando hubo finalizado.

—Según el método común.

—Pero si no habla, ¿cómo ha podido invocar el hechizo?

—Con la flauta, Sparhawk. Pensaba que ya os habíais percatado de que ella realiza los conjuros con el caramillo en lugar de utilizar palabras.

—¿Es posible? —El tono de su voz denotaba incredulidad.

—Acabáis de comprobarlo.

—¿Vos lograríais imitarla?

—Poseo un pésimo sentido musical, Sparhawk —confesó—. Apenas alcanzo a distinguir una nota de otra, y la melodía debe reproducirse de forma precisa. ¿Proseguimos?

Remontaron las callejuelas que partían del puerto de Vardenais.

—¿Todavía somos invisibles? —preguntó Kurik.

—Si fuéramos realmente invisibles no podríamos vernos entre nosotros —replicó Sephrenia, al tiempo que cubría con su capa a Flauta, la cual todavía interpretaba la misma soñolienta melodía.

—No entiendo nada.

—Los soldados han percibido nuestra presencia, Kurik. Se han apartado para cedernos el paso, ¿recuerdas? Simplemente han decidido no fijarse en nosotros.

—¿Decidido?

—Tal vez no me haya expresado adecuadamente. Más bien han sido instados a no prestarnos atención.

Después de trasponer la puerta septentrional de Vardenais sin que los guardias apostados allí les interceptaran el paso, continuaron por la carretera de Cimmura. El tiempo había cambiado desde que abandonaran Elenia varias semanas antes. La gelidez del invierno se había esfumado y las primeras hojas de la primavera despuntaban en las ramas de los árboles que bordeaban la ruta. Los campesinos trabajaban laboriosamente los campos surcados por los arados. Las lluvias habían cesado y el rotundo azul del cielo sólo se veía interrumpido por pequeñas manchas blancas de nubles algodonosas. La brisa era fresca y acariciadora, y la tierra exhalaba aromas de vida renovada. Pese a que antes de desembarcar habían abandonado sus ropajes rendorianos, Sparhawk aún sentía demasiado calor con la cota de malla y la túnica acolchada.

Kurik contemplaba con ojos de profesional los campos acanalados que hallaban en su camino.

—Espero que los chicos hayan terminado de arar nuestras tierras —comentó—. Me resulta odiosa la perspectiva de dedicarme a ello cuando regrese a casa.

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