Parque Jurásico (14 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
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Bien abajo, podían ver los techos blancos de grandes edificios, acurrucados entre la vegetación. Grant estaba sorprendido: la construcción era compleja. Bajaron aún más, saliendo de la bruma, y entonces pudo ver toda la extensión de la isla, que se prolongaba hacia el sur. Tal como Hammond había dicho, estaba cubierta principalmente de un bosque lluvioso.

Hacia el Sur, elevándose sobre las palmeras, Grant vio un tronco solitario totalmente desprovisto de hojas, nada más que un tocón grande y curvado. Entonces, el tocón se movió y giró para hacer frente a los recién llegados. Grant se dio cuenta de que no estaba viendo un tronco en absoluto.

Estaba viendo el cuello garboso, encorvado, de un ser enorme, que se alzaba hasta una altura de quince metros.

Estaba viendo un dinosaurio.

Bienvenida

—Dios mío… —murmuró Ellie. Todos tenían la vista fija en el animal que sobresalía por encima de los árboles—.
¡Dios mío!

El primer pensamiento de la botánica fue que el dinosaurio era extraordinariamente hermoso. Los libros los representaban como seres de tamaño exagerado, rechonchos, pero ese animal de largo cuello tenía garbo, casi dignidad, en sus movimientos. Y era rápido, no había nada de tosco o torpe en su conducta. El saurópodo los atisbaba con expresión alerta y emitió un sonido bajo, como de trompeta, bastante parecido al barritar del elefante. Un instante después, una segunda cabeza se alzó sobre el follaje, y después una tercera, y una cuarta.

—¡Dios mío! —dijo Ellie otra vez.

Gennaro estaba sin habla. Todo el tiempo había sabido qué esperar, lo había sabido durante años pero, de algún modo, nunca creyó que ocurriría y ahora, enfrentado con la realidad, la impresión lo hizo enmudecer. La pasmosa potencia de la nueva tecnología genética, a la que, al principio, había considerado como pura palabrería de una sobrecargada propaganda comercial, súbitamente le resultó clara. ¡Esos animales eran tan grandes! ¡Eran enormes! ¡Grandes como una casa! ¡Y tantos de ellos! ¡Dinosaurios reales, mal rayo los parta! Y tan reales como uno quisiera.

Entonces pensó: «Vamos a hacer una fortuna con este lugar. Una re-maldita fortuna».

Rogaba a Dios que la isla fuera segura.

Grant se detuvo en el sendero que corría sobre la ladera de la colina, con la bruma en la cara, contemplando los grises cuellos estirados que sobresalían por encima de las palmeras. Se sintió mareado, como si el suelo estuviera bajando en una pendiente demasiado empinada. Tenía problemas para recuperar el aliento. Porque estaba viendo algo que nunca había esperado ver en su vida. Y, sin embargo, lo estaba viendo. Era un dinosaurio, y estaba vivo.

Aturdido, su mente catalogó con torpeza lo que estaba viendo: los animales que estaban en la bruma eran apatosaurios perfectos, saurópodos de tamaño mediano. Herbívoros de América del Norte, horizonte jurásico tardío. Comúnmente llamados «brontosaurios». Descubiertos, por vez primera, por E. D. Cope en Montana, en 1876. Especímenes relacionados con los estratos de formación de Morrison en Colorado, Utah y Oklahoma. Recientemente, Berman y McIntosh los habían vuelto a clasificar como
Diplodocus
, sobre la base del aspecto del cráneo. Tradicionalmente se pensaba que el brontosaurus se pasaba la mayor parte del tiempo en agua poco profunda, lo que le ayudaría a sostener su gran volumen. Aunque resultaba claro que ese animal no estaba en el agua, se desplazaba de manera demasiado veloz, con la cabeza y el cuello moviéndose por encima de las palmeras de forma muy activa, de una forma sorprendentemente activa.

Grant empezó a reír.

—¿Qué pasa? —inquirió Hammond, preocupado—. ¿Algo anda mal?

Grant sólo negó con la cabeza, y siguió riendo. No les podía decir que lo que resultaba gracioso era que había visto al animal nada más que unos pocos segundos, pero ya había empezado a aceptarlo… y a utilizar sus observaciones para responder, en el terreno, antiguas preguntas.

Todavía estaba riendo, cuando vio un quinto, y un sexto cuello empinarse por encima de las palmeras. Los saurópodos observaban a la gente que llegaba. A Grant le hicieron pensar en jirafas sobredimensionadas: tenían la misma mirada simpática y bastante estúpida.

—Supongo que no son muñecos electrónicos —dijo Malcolm—. Parecen muy reales.

—Sí, por cierto que lo son —contestó Hammond—. Bueno, deben serlo, ¿no?

Desde la distancia volvieron a oír el trompeteo. Primero lo emitió uno de los animales, y después se le unieron los demás.

—Esa es su llamada —dijo Ed Regis—. Dándonos la bienvenida a la isla.

Grant se detuvo y escuchó un momento, fascinado.

—Es probable que ustedes quieran saber qué va a pasar después —estaba diciendo Hammond, mientras seguía bajando por el sendero—. Hemos organizado para ustedes una visita completa a las instalaciones, y un viaje para que vean a los dinosaurios en el parque más tarde, después del mediodía. Me reuniré con ustedes para cenar y responderé entonces a cualquier pregunta que quieran hacer. Ahora, si van con el señor Regis…

El grupo siguió a Ed Regis hasta los edificios más cercanos. Sobre el sendero, un cartel burdo, pintado a mano, rezaba: «Bienvenidos al Parque Jurásico».

TERCERA ITERACIÓN

Los detalles surgen con más claridad a medida que se vuelve a trazar la curva fractal.

I
AN
M
ALCOLM

Parque Jurásico

Entraron en un túnel verde de palmeras que se arqueaban en lo alto; ese túnel conducía hacia el edificio principal para visitantes. Por todas partes, plantíos extensos y desarrollados acentuaban la sensación de que estaban entrando en un mundo nuevo, un mundo tropical prehistórico, y que dejaban atrás el normal.

Ellie le comentó a Grant:

—Tienen muy buen aspecto.

—Sí —asintió Grant—. Quiero verlos de cerca. Quiero levantarles las almohadillas de los dedos de las patas, inspeccionarles las garras, palparles la piel y abrirles las mandíbulas para mirarles los dientes. Hasta que llegue ese momento, no estaré seguro. Pero sí, tienen buen aspecto.

—Supongo que esto cambia un poquito su campo de trabajo —terció Malcolm.

Grant asintió.

—Lo cambia todo —dijo.

Durante ciento cincuenta años, aun desde el descubrimiento de gigantescos huesos de animales en Europa, el estudio de los dinosaurios había sido un ejercicio de deducción científica. La paleontología era, esencialmente, un trabajo de pesquisa, que buscaba indicios en los huesos fósiles y en las huellas dejadas por esos gigantes desaparecidos hacía tanto tiempo. Los mejores paleontólogos eran aquellos que podían extraer las deducciones más inteligentes.

Y todas las grandes disputas de la paleontología discurrían de esa manera, incluyendo el áspero debate relativo a si los dinosaurios eran animales de sangre caliente. Debate en el que Grant fue figura clave.

Los científicos siempre habían clasificado a los dinosaurios como reptiles, seres de sangre fría que cogían de su ambiente el calor que necesitaban para la vida. Un mamífero podía metabolizar alimento para producir calor corporal, pero un reptil no. Al final, un puñado de investigadores, encabezados principalmente por John Ostrom y Robert Baker, de Yale, empezó a sospechar que el concepto de dinosaurios de sangre fría, de movimientos lentos, era inadecuado para explicar el registro fósil. En forma deductiva clásica, extrajeron conclusiones a partir de varias líneas de evidencias.

Primero estaba la postura: las lagartijas y los reptiles eran animales que caminaban tendidos en el suelo, con las extremidades dobladas y abrazando el suelo para obtener calor. Las lagartijas no tenían la energía suficiente para mantenerse sobre las patas traseras más que unos pocos segundos. Pero los dinosaurios se erguían sobre patas rectas, y muchos caminaban erectos sobre las patas traseras. Entre los animales vivientes, la postura erecta sólo se presentaba en los mamíferos y aves, ambos de sangre caliente. Por eso, la postura de los dinosaurios sugería la existencia de sangre caliente.

Después, esos investigadores estudiaron el metabolismo, calculando la presión necesaria para hacer que la sangre ascendiera por el cuello de cinco metros de un braquiosaurio, y llegaron a la conclusión de que esa presión únicamente podía producirla un corazón provisto de cuatro cavidades, un corazón para sangre caliente.

Estudiaron las huellas fósiles de patas que quedaron en el barro, y llegaron a la conclusión de que los dinosaurios corrían tan deprisa como el hombre. Una actividad así entrañaba la existencia de sangre caliente. Encontraron restos de dinosaurios por encima del Círculo Ártico, en un ambiente helado inimaginable para un reptil. Y los nuevos estudios sobre conducta grupal, basados principalmente en el propio trabajo de Grant, sugerían que los dinosaurios tenían una compleja vida social y criaban a sus hijos, cosa que los reptiles no hacían: las tortugas abandonan sus huevos. Pero los dinosaurios probablemente no lo hacían.

La controversia sobre la sangre caliente se mantuvo con encarnizamiento durante quince años, antes de que una nueva concepción de los dinosaurios, la de que eran animales activos y de desplazamiento rápido, se aceptara, pero no sin que quedaran duraderas animosidades; en los simposios todavía había colegas que no se dirigían la palabra.

Pero ahora, si los dinosaurios se podían conseguir por clonación… Vamos, entonces el campo de estudio de Grant iba a cambiar de forma instantánea. El estudio paleontológico de los dinosaurios estaba acabado. Todo el despliegue de esfuerzos, las salas de museo con sus gigantescos esqueletos y las bandadas de escolares con voces retumbantes, los laboratorios universitarios con sus bandejas de huesos, los trabajos de investigación, las publicaciones especializadas, todo eso iba a terminar.

—No parece usted perturbado —dijo Malcolm.

Grant negó con la cabeza:

—Esto ya se discutió en la Universidad. Mucha gente imaginó que esto ocurriría. Pero no tan pronto.

—La historia de nuestra especie —rió Malcolm—; todos sabían que eso ocurriría, pero no tan pronto.

Ya no podían ver los dinosaurios, pero todavía los podían oír, barritando suavemente en la distancia.

—Mi única pregunta es, ¿de dónde sacaron el ADN? —inquirió Grant, que estaba al tanto de que en laboratorios de Berkeley, Tokyo y Londres se había especulado seriamente sobre que, con el transcurso del tiempo, sería posible clonar un animal extinguido, como un dinosaurio… si se pudiera obtener algo de ADN de dinosaurio sobre el que trabajar. El problema era que todos los dinosaurios conocidos eran fósiles, y la fosilización destruía la mayor parte del ADN, remplazándolo por material inorgánico. Claro que, si un dinosaurio estaba congelado, o conservado en un pantano de turba, o momificado en un ambiente desértico, entonces su ADN podía ser recuperable.

Pero nadie había hallado nunca un dinosaurio congelado o momificado. Así que, en consecuencia, la noción era imposible. No había cosa alguna a partir de la cual hacer el clon. Toda la moderna tecnología genética era inservible. Era como tener una fotocopiadora, pero nada que copiar con ella.

—Lo sé —dijo Ellie—. No puedes reproducir un dinosaurio verdadero, porque no puedes obtener verdadero ADN de dinosaurio.

—A menos que haya algún modo en el que no hayamos pensado —caviló Grant.

—¿Como cuál?

—No lo sé. —Más allá de una cerca llegaron a la piscina, que se derramaba formando una serie de cascadas y remansos rocosos de menor tamaño. La zona estaba plantada con enormes helechos.

—¿No es esto extraordinario? —comentó Ed Regis—. En especial en un día brumoso, estas plantas realmente contribuyen a formar la atmósfera prehistórica. Estos son helechos jurásicos auténticos, claro está.

Ellie se detuvo para mirar más de cerca los helechos; sí, era exactamente como Regis había dicho,
Serenna Veriformans
, planta que se encuentra en abundancia en fósiles de más de doscientos millones de años de antigüedad, ahora solamente comunes en las tierras húmedas de Brasil y Colombia. Pero quienquiera que hubiese decidido ubicar ese helecho en especial al lado de la piscina, evidentemente no sabía que las esporas de
Veriformans
contenían un alcaloide beta-carbolinólico letal; con sólo tocar las atractivas frondes verdes una persona se sentiría descompuesta y, si un niño simplemente las mordía, casi con seguridad moriría; la toxina era cincuenta veces más letal que la de la adelfa.

La gente era tan ingenua en cuanto a las plantas, pensaba Ellie, simplemente las elegía por el aspecto, del mismo modo que elegiría un cuadro para colgarlo en la pared. Nunca se le ocurría pensar que, en realidad, las plantas eran seres vivos, que realizaban activamente todas las funciones inherentes a la vida, de respiración, ingestión, excreción, reproducción… y defensa.

Además, en la historia de la Tierra, las plantas habían evolucionado de manera tan competitiva como los animales y, en algunos aspectos, con más ferocidad. El veneno de la
Serenna Veriformans
era un pequeño ejemplo del complejo arsenal de armas químicas que habían desarrollado las plantas. Existían terpenos que las plantas esparcían para envenenar el suelo que las rodeaba e inhibir el desarrollo de las plantas competidoras; alcaloides, que les conferían sabor desagradable para insectos y depredadores (y niños); y feromonas, que se utilizaban para la comunicación: cuando un abeto de Douglas era atacado por escarabajos, producía una sustancia química que le quitaba el carácter alimenticio a la madera, y lo mismo hacían otros abetos de Douglas situados en partes distantes del bosque. Esto ocurría en respuesta a una sustancia aloquímica de advertencia, secretada por los árboles que estaban siendo atacados.

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