El manuscrito Masada (26 page)

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Authors: Robert Vaughan Paul Block

Tags: #Intriga, Religión, Aventuras

BOOK: El manuscrito Masada
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Aunque Mazar había defendido enérgicamente el manuscrito, también a él le desconcertaba la yuxtaposición de hebreo y griego. No había ningún patrón discernible con respecto al uso del hebreo por el autor. A veces solo aparecía una única palabra hebrea; otras veces, un pasaje completo estaba en hebreo.

Cuando Mazar estudiaba uno de los pasajes más largos, su atención se dispersó, hasta el punto de dejar de leer el texto, viéndolo más bien casi como una imagen, un especie de patrón complejo. Cuando el texto empezaba a difuminarse, se destacaron varios caracteres. No estaban yuxtapuestos, sino uniformemente espaciados. Le llamaron la atención porque, cuando se unían, formaban una palabra familiar que a menudo había practicado escribiendo de niño. Casi distraídamente, subrayó cada uno de ellos. De derecha a izquierda, la dirección en la que se lee el hebreo, eran las letras mem, zayin, resh.

El hebreo antiguo no utilizaba vocales y al profesor no le hizo falta traducir al inglés la palabra, que dijo en voz alta: «Mazar». Coincidencia, se dijo a sí mismo. Sin embargo, a continuación contó hacia atrás un número igual de letras, anteriores a aquellas tres y subrayó las letras dálet, nun, yod, lámed.

—Daniel Mazar —dijo con cierta indiferencia.

Despacio, trabajosamente, contó los espacios entre cada letra y, en efecto, estaban uniformemente distribuidas, de manera que, entre una letra y otra, había otras ocho.

—Ocho… —Mazar movió la cabeza, sin creer lo que veía.

Durante toda su vida, le había fascinado el misticismo judío y, más en concreto, la numerología. Las letras del alfabeto hebreo no solo significaban un sonido; también tenían un valor numérico. En muchas ocasiones había calculado el valor de su nombre y, sin embargo, volvió a hacerlo, escribiendo encima de cada carácter, de derecha a izquierda, de dálet a resh, su valor sagrado:

En un papel de notas, apuntó el valor de la suma de los números: 341. Después, sumó cada uno de los dígitos: 3+4+1, que redujo el valor combinado a un único dígito: 8, el espaciado de las letras en el manuscrito de Dimas.

—Esto no puede ser verdad —dijo en voz alta. Su mente científica no podía aceptar que esto fuese algo más que una coincidencia. Su mente mística sabía que la coincidencia era simplemente una manifestación de la perfección del plan de Dios.

Mazar siguió estudiando el pasaje hebreo que contenía su nombre, buscando otros patrones que pudieran revelarse contando las letras con diferentes espaciados. No emergió ninguno más.

Mazar sabía que la aparición de su nombre podía ser aleatoria. Quizá hubiese sido codificado «Daniel» y las letras posteriores,
M Z R
, fuesen aleatorias. La idea de que un antiguo texto hebreo pudiera contener mensajes secretos cifrados por la mano divina no era nada nueva. Durante siglos, los místicos judíos habían buscado el llamado código de la Torá, información oculta en los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, que, según la leyenda, habían sido transmitidos letra a letra por el Señor a Moisés.

Algunas de las investigaciones más famosas sobre los códigos de la Biblia las había realizado a principios de la década de 1980 Eliyahu Rips, un colega de Mazar de la Universidad Hebrea. El trabajo de Rips lo había popularizado el periodista Michael Drosnin en su famoso libro de 1997
El código secreto de la Biblia. Y
, aunque numerosos críticos habían demostrado que podían encontrarse profecías similares por todas partes, desde
Guerra y paz
hasta
Moby-Dick
, a Mazar seguía intrigándole la idea de que Dimas bar-Dimas pudiera haber incluido texto hebreo como medio de cifrar mensajes que, en caso de enunciarlos directamente, hubiesen resultado demasiado heréticos.

A sabiendas de que el ordenador era la herramienta perfecta para poner a prueba esa hipótesis, Mazar volvió a sentarse ante uno de los terminales y abrió una copia del manuscrito que se había convertido de imagen a texto, que contenía todo el documento formateado con las tipografías griega y hebrea. Copió el archivo y eliminó primero todo el texto griego, dejando solo los pasajes en hebreo. Después abrió un programa que analizaba el texto basándose en la compleja fórmula ideada por Eliyahu Rips.

Utilizando una y después otra secuencia de letras equidistantes, Mazar buscó el texto de patrones de palabras. El programa cotejaba las cadenas de letras con un diccionario hebreo, buscando palabras o expresiones comunes. Se identificaron numerosas palabras, pero ninguna de ellas tenía significación alguna. Mazar probó diferentes secuencias hasta que, tras una hora de búsqueda, apareció un nombre conocido: «Masada», el lugar en el que se encontró el manuscrito. Utilizando ese nombre para establecer el punto de partida y la secuencia de letras equidistantes, Mazar volvió a revisar la secuencia, creando una matriz de letras en torno del nombre. El programa dio un pitido cuando encontró y destacó otra palabra que se entrecruzaba con «Masada»; después dio un segundo y un tercer pitido cuando aparecieron otras palabras. Como una escena que surgiera de la niebla, Mazar miraba admirado una serie de expresiones que aparecían en torno a la palabra clave «Masada». Sacó rápidamente su bloc de notas y comenzó a traducir las palabras al inglés, hasta que tuvo las tres expresiones siguientes:

Montaña de patriotas judíos

Manuscrito revelado durante un tiempo corto

Volvió a la oscuridad

El profesor miró absolutamente atónito las palabras que tenía ante él. Trató de achacarlo a una coincidencia, pero no podía imaginarse que un mensaje tan concreto con respecto al manuscrito pudiera ser el resultado de un patrón aleatorio.

¿Y qué significa?, se preguntó. ¿Preveía Dimas que verían su manuscrito brevemente durante su vida, volviendo después a la oscuridad, cuando fuese enterrado en Masada? Aunque fuese posible, Mazar tenía la extraña sensación de que «revelado durante un tiempo corto» se refería al presente y que el manuscrito desaparecería pronto de nuevo, quizá para siempre.

Decidió volver a arrancar el programa, utilizando la aparición de su nombre para determinar el punto de partida y el espaciado equidistante entre letras. Había visto su nombre en hebreo con un espaciado de secuencias de ocho letras. Para comprobarlo en relación con el código de la Torá ideado por Eliyahu Rips, preparó el programa para crear una matriz de letras que utilizara una secuencia de ocho letras equidistantes alrededor de su nombre. Cuando se configuró la matriz, de nuevo comenzaron a destacarse las palabras. Sus ojos se quedaron fijos en la primera:
ratsach
, «asesino».

Mazar se quedó inmóvil, mirando la pantalla cuando quedó completamente claro el significado del mensaje. ¿Era una advertencia o la predicción de algo que no podía cambiarse?

Hizo una copia cifrada del archivo de ordenador y lo adjuntó a un mensaje de correo electrónico que envió a su dirección electrónica personal. Después, para asegurarse de que no se perdiera la información si le ocurría algo a él, enchufó una pequeña cámara digital al puerto USB del ordenador, ocultó el cable debajo de algunos objetos que estaban sobre la mesa y escondió la
webcam
entre algunos libros, en un estante que estaba encima del terminal.

En el ordenador, abrió un programa de captura de vídeo, después cogió el teléfono y marcó un número. Cuando empezó a hacer llamadas, apretó el botón del manos libres y volvió a poner en su sitio el microteléfono.

Tras unas pocas llamadas, respondió un hombre; a través del pequeño altavoz del teléfono, su voz se oía algo débil, aunque clara:

—Llegas pronto, Sarah. Creí que no vendrías hasta las nueve.

Mazar se quedó momentáneamente perplejo; después se acordó de que Preston Lewkis había estado esperando una llamada de Sarah Arad.

—Preston, soy Daniel —dijo, un poco incómodo.

—¡Oh, vaya, Daniel! Debo tener más cuidado al contestar al teléfono —replicó Preston riéndose—. Podría decir algo de lo que tuviera que arrepentirme.

—¿Cuánto tiempo tardaría en llegar al laboratorio? —preguntó Mazar, evitando más bromas.

Tras un momento de duda, Preston replicó:

—Estoy esperando a Sarah, que llegará en una hora, más o menos… a las nueve. Veré si puede llegar antes. ¿Ha ocurrido algo?

—No se trata de lo que haya ocurrido, sino de lo que va a ocurrir —dijo Mazar—. Bueno, si estoy en lo cierto.

—¿En lo cierto sobre qué? Daniel, amigo, está comportándose de forma muy, muy misteriosa. ¿Qué ocurre?

—Si te lo dijera, pensarías que estoy loco. Tienes que verlo tú mismo.

—¿Esperará hasta que llegue ahí?

—Ha esperado dos mil años… Supongo que puede esperar una hora más.

—Estaré ahí lo antes posible.

Después de cortar la comunicación, Mazar se sentó de nuevo ante el ordenador, utilizando otros espaciados de letras para buscar patrones de palabras. Mientras trabajaba, hizo una descripción continua de lo que estaba haciendo. El sentido común, la razón, la educación y la experiencia le decían que estaba siguiendo una vía falsa, pero, cuando surgieron nuevas expresiones del manuscrito, reforzaron lo que ya había descubierto.

—Cuidado, Daniel —dijo en un momento de duda—. Recuerda el osario. Acabaste pareciendo un loco.

Y parecería mucho más loco si seguía analizando el manuscrito utilizando el código de la Torá, que la mayoría de los investigadores rechazaban por considerarlo una estupidez.

De todos modos, Mazar se sentía obligado a registrar sus descubrimientos, aunque solo sirvieran para dar munición a quienes trataban de cuestionar la autenticidad del documento. Abrió su bloc de notas y empezó a escribir los mensajes que había descubierto hasta entonces. Acababa de terminar la primera anotación cuando oyó un portazo en alguna parte del pasillo.

—¿Preston? —susurró; después miró el reloj de la pared y negó con la cabeza. Era imposible que su colega hubiese llegado tan pronto. Además, Preston no daría un portazo así.

Nadie daría un portazo como ese
, pensó Mazar cuando oyó otro estampido.

Atravesó rápidamente la sala, abrió bruscamente la puerta del laboratorio y miró en el pasillo. Pudo ver a uno de los policías de seguridad corriendo con su arma desenfundada hacia la entrada principal. De repente, el hombre disparó hacia el exterior y el fogonazo iluminó el interior en penumbra.

Mazar no había oído portazos, sino tiros.

Mazar cerró la puerta y el cerrojo. Al mirar el laboratorio, su mente imaginó cientos de situaciones. ¿Era un comando palestino? ¿Por qué iban a venir aquí los terroristas? ¿No solían atacar allí donde pudieran matar a más gente? Pero Mazar y los policías eran los únicos que estaban aquí ahora…

—¡Dios mío! —dijo—. ¡La profecía es cierta!

Mazar corrió al ordenador. Estaba cargado todo el documento de Dimas. Además, la matriz de letras hebreas estaba en primer plano, con varias palabras destacadas como resultado de sus patrones de búsqueda.

Pulsó el botón de cierre en la parte superior de la ventana y se abrió un mensaje que preguntaba si quería guardar los cambios hechos en el documento. Hizo clic en el botón «no» y la página del código de la Torá desapareció. Después, cerró el documento del manuscrito y, dejando encendido el ordenador, apagó el monitor para que pareciera que el ordenador estaba apagado. Cortó una página de su bloc y la guardó en su bolsillo. Por último, corrió a la cámara acorazada, donde se guardaban el manuscrito y la urna. Los cierres dobles exigían la presencia de dos personas para su apertura; Yuri Vilnai y él mismo conocían la combinación del cierre derecho y la jefa de seguridad, la del otro, pero hacía mucho tiempo que Mazar conocía en secreto las dos combinaciones, aunque había tenido mucho cuidado de no revelarlo haciendo uso de él. Pero esto era una emergencia, por lo que giró varias veces a derecha e izquierda un dial y luego el otro. Se oyó un fuerte clic; él agarró el tirador y abrió la puerta.

La cámara acorazada era como un armario con la temperatura y la humedad cuidadosamente controladas. Normalmente, los estantes albergaban varios manuscritos antiguos, pero todos habían sido trasladados a otro sitio cuando se llevó el manuscrito de Dimas. La urna estaba aparte, en uno de los estantes inferiores y el manuscrito estaba envuelto en tela, sobre el estante que estaba inmediatamente encima.

Dejando la urna en su sitio, Mazar levantó rápida pero cuidadosamente el manuscrito y, cogiéndolo en brazos, lo sacó al laboratorio. Al oír más disparos en el exterior, buscó un escondite adecuado. Se acercó rápidamente a un archivador grande, colocó allí el manuscrito y después abrió y sacó el cajón inferior. Había un espacio bastante grande debajo del cajón y deslizó en su interior el manuscrito, dejándolo en el suelo. Después, volvió a colocar el cajón y lo cerró.

Tras cerrar la cámara acorazada, Mazar se acercó al estante en el que estaba oculta entre libros la
webcam
. Seguía grabando sobre el ordenador con el monitor apagado. Mirando a la cámara, habló rápidamente, describiendo lo que estaba ocurriendo y lo que había descubierto. Casi estaba acabando cuando alguien dio unos golpes en la puerta. Cuando cruzaba la sala, una ráfaga de disparos hizo un agujero donde había estado la cerradura. Después, se abrió la puerta e irrumpieron tres hombres, vestidos de oscuro y con máscaras que les cubrían completamente la cara, la indumentaria habitual de los terroristas.

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