El cartógrafo y el misterio del Al-kemal (17 page)

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Authors: Frank G. Slaughter

Tags: #Historico

BOOK: El cartógrafo y el misterio del Al-kemal
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—Me temo que no os serviré como merecéis vendiéndole mi conocimiento a un negrero —protestó Andrea.

—Lo haréis si conducís los barcos de don Alfonso al oeste del Nilo.

—¿Y si no lo hago?

—Por lo menos habréis tenido la oportunidad de probar vuestro método de navegación en éste y en otros viajes.

—No he olvidado que todo esto os lo debo a vos, Excelencia —dijo Andrea agradecido.

La sonrisa del príncipe Enrique era como una mano amiga en el hombro.

—Podéis recompensarme haciendo que don Alfonso llegue a Guinea. Id con Dios, amigo mío.

IX

La presencia de Andrea y la seguridad de volver a casa parecía ser el buen presagio que necesitaba la aventura de don Lancarote bajo la apariencia de exploración. Los hombres, ansiosos por partir, ya habían cargado los barcos y en menos de un mes estaban preparados para zarpar.

Sin embargo, antes de hacerlo, Andrea tenía una misión que cumplir. Habló con fray Mauro durante el desayuno el último día en Villa do Infante.

—¿Hablaréis con doña Leonor por mí, hermano? —le había preguntado—. Quisiera que ella y vos os reunierais conmigo en el promontorio de Sagres.

El franciscano lo miró sorprendido.

—Si queréis despediros de una dama, ¿por qué queréis que esté presente?

—No hay nada de romántico en esta reunión. Hay algo que quiero enseñaros a los dos.

—No irá si no me decís algo más de lo que os proponéis —le advirtió el franciscano.

—Decidle que se trata de un asunto de extrema importancia, que concierne su propia vida y la de su familia.

Fray Mauro lo miró intensamente.

—No os había visto nunca tan serio, hijo mío.

—Decidle a doña Leonor que tiene que venir esta noche.

—Estoy seguro de que lo hará —afirmó fray Mauro—. Si no por ella misma, por el bien de los demás.

Era una noche despejada y la luna estaba saliendo entre los acantilados de arena de Sagres cuando Andrea se encaminó hacia el promontorio. Desde la punta, proyectada hacia el océano, se veían claramente iluminados por la luz de la luna dos tercios del horizonte.

Eligió la punta del promontorio para que se pudiera ver lo más claramente posible el horizonte. La Estrella Polar brillaba en el norte, el faro solitario que guiaba a los marineros desde el inicio de los tiempos.

La playa estaba desierta, aunque sólo unas horas antes había estado llena de vida con los pescadores que salían con sus barcas una hora antes del anochecer. Allá a lo lejos se veían las luces de las barcas que se mecían con las olas procedentes del oeste.

Andrea había ayudado a menudo en los rituales diurnos con los que se botaban las flotas pesqueras, que era un momento de gran excitación en el pueblo. Casi todos iban, no sólo para verlos, sino también para ayudar. Señoras mayores y niños, todos se apresuraban a bajar a la playa cuando oían sonar el cuerno, esquivando los empujones de las robustas embarcaciones al pasar el rompeolas donde el barrido que éstas producían las arrastraban a aguas más tranquilas.

Unas horas más tarde, al amanecer, habría incluso más agitación cuando las pequeñas embarcaciones con sus velas latinas puntiagudas, con sus marcadas líneas de estilo árabe antiguo, llegaran hasta la playa buscando cobijo después de toda una noche de pesca. En ese momento, la gente formaba una cola agarrando las cuerdas para arrastrar las barcas hasta la orilla sobre grandes maderos redondos que rodaban hasta el atracadero. Para las embarcaciones más pesadas se solían usar mulos que tiraban de ellas con los gritos de los muchachos más jóvenes.

Las embarcaciones tenían que ser fuertes, ya que debían soportar el diario arrastre dentro y fuera del agua, para lo cual debían estar bien entabladas las cuadernas. Estos barcos, con sus velas latinas y sus proas y popas altas como señal de que los árabes habían ocupado la zona hasta hacía sólo cien años, pasaban el resto del día alineadas en la playa.

Aun cuando las barcas de pesca descansaban sobre la arena, sus enormes ojos de proa vigilaban continuamente las costas africanas, como si temieran que los hombres de tez oscura pudieran atacar de nuevo aquella pequeña provincia del Algarbe que, gracias a los rayos del sol, estaba lleno de flores, pastos verdes, almendros y huertas, por lo que los hombres del Islam, acostumbrados al calor asfixiante de la arena del desierto, lo habían considerado un verdadero paraíso terrenal.

Por un momento Andrea no pudo evitar sentir una inmensa nostalgia al pensar que pronto dejaría este pequeño pueblo tan pintoresco, del que se había enamorado. Una sensación de profunda paz caracterizaba Villa do Infante, donde los hombres dedicaban la mayor parte de su tiempo a la búsqueda de la sabiduría, lo que lo hacía completamente distinto de Lagos, con el característico bullicio de sus astilleros, a sólo unos pocos kilómetros de allí. Andrea admiraba la camaradería y el estímulo que producía el contacto con mentes despiertas, siempre dispuestas a aprender y a conversar alegremente.

Al oír voces que se acercaban Andrea volvió a la realidad. Pronto distinguió la figura robusta de fray Mauro, que se acercaba por el camino, seguida de otra, esbelta y graciosa, que no podía ser otra que la de doña Leonor. Los llamó y se encaminó hacia ellos para ayudarlos a llegar a través de las dunas hasta el punto que había elegido para el encuentro.

—Gracias por venir, señora —le dijo mientras llegaba a la punta del promontorio.

—Habéis dicho que era importante para mí y para mi familia —le recordó.

—Podéis estar segura de que no os defraudaré. Quiero que vos y fray Mauro conozcáis mi método secreto de navegación.

—¿Por qué queréis revelarnos el secreto? —le preguntó asombrada.

—Puede que no vuelva nunca de este viaje, señora. Los viajes por mar son siempre peligrosos, y no puedo permitir que se pierda algo tan importante como esto.

A la luz de la luna podía distinguir su mirada, pero no su reacción.

—Es algo que os revelo sin condiciones —le aseguró—. Sólo os pido que, si transcurrido un tiempo razonable, no vuelvo, vos y fray Mauro le reveléis el secreto al príncipe Enrique.

—¿Cómo sabéis que no lo venderemos?

—Os conozco —dijo con toda sencillez—, y también conozco al buen fraile que nos acompaña esta noche, y sé que ninguno de los dos me traicionaréis. Además, hay otra razón por la que quiero que seáis vosotros los que lo sepáis —añadió—. Eric Vallarte me ha dicho que vuestro próximo viaje será un viaje de colonización a las Azores, y creo que lo necesitaréis para llegar hasta allí, o para volver. O puede que para ambas cosas.

—¿Cómo podría ayudarnos en el viaje de ida? Una vez dijisteis que vuestro método sirve para volver a puerto.

—El instrumento que poseo sirve para guiar una nave por todo el mundo a lo largo de cualquier latitud de la tierra con la Estrella del Norte como centro —les explicó Andrea—. Una vez que halláis estado en un lugar o en cualquier otro del mismo paralelo de latitud, y tras haber preparado adecuadamente el instrumento, no puede fallar.

—Los navegantes de las Azores ya han determinado que las islas quedan dentro de un círculo de latitud que toca Portugal a medio camino entre Lisboa y Sagres —dijo fray Mauro—. ¿Lo que estáis diciendo es que podéis determinar este punto y llegar hasta las Azores sin haber estado allí nunca?

Andrea sonrió.

—Aguardad y veréis. Creo que os sorprenderéis.

—Si vuestro instrumento es como decís —observó doña Leonor—, viajar por el océano será tan fácil como seguir una carretera por tierra.

—Olvidáis una cosa —objetó.

—¿El qué?

—La longitud, lo que muchos capitanes llaman la altura Este-Oeste. Es un problema que está aún por resolver.

—Pero por lo menos, con este instrumento del que habláis, se puede determinar si uno está siguiendo el camino correcto o no.

—Exactamente, pero no lo lejos que se ha llegado. Esto tiene que resolverse calculando las horas transcurridas y la velocidad del barco, como hacen los navegantes. A no ser que se dé un eclipse de luna justo en el momento preciso, lo cual no es muy frecuente.

—¿Qué mágico instrumento es éste? —preguntó doña Leonor—. Estoy deseando saber más de él.

Andrea sacó dos pequeños objetos de su túnica y los puso a la luz de la luna.

—No es mágico, sino el método de navegación más simple que se haya inventado jamás, y el mejor —le aseguró.

X

—Yo veo sólo dos pequeños trozos de madera —dijo doña Leonor, advirtiéndose un tono de desilusión en su voz—. Estoy segura de que esto no podrá guiar un barco a través del océano.

Andrea le puso en las manos uno de los bloques de madera.

—Los marineros de la India lo llaman “Al-Kemal”, que significa “el cumplimiento” o la “línea guía” —Puso una de las tablillas de madera a la luz de la luna—. Como podéis ver, en realidad sólo se trata de un pequeño rectángulo de madera, incluso más pequeño que mi mano. Lo he construido basándome en lo que recordaba de uno que vi usar a un capitán árabe. Es pequeño, pero su tamaño no importa, como os explicaré enseguida. Como veis, en el punto central de la tablilla hay colocado un cordel.

—Estoy segura de que este instrumento tan simple no puede ser de gran valor —insistió doña Leonor.

—No tan rápido, señora —le advirtió Andrea—. Las cosas más sencillas suelen ser las más valiosas, como seguramente confirmará fray Mauro. El uso del Al-Kemal depende por lo menos de una cosa en este mundo turbulento en que vivimos que parece no moverse, y es la altura de la Estrella del Norte, llamada Estrella Polar, sobre el horizonte. Para cualquier punto dado de la Tierra, ningún cambio lo afecta lo suficiente. Los fenicios ya conocían este instrumento mucho antes del nacimiento de Nuestro Señor.

—Sé que desde cualquier punto diseñado sobre la Tierra dentro del círculo de latitud que mencionáis, la Estrella del Norte debería de formar el mismo ángulo midiéndolo a simple vista —admitió la joven.

—Fray Mauro os ha enseñado los principios de la geometría —observó Andrea—. Con un método para medir el ángulo formado por la Estrella Polar, que es lo mismo que medir la altura desde el horizonte, un capitán puede guiar su nave por cualquier círculo de latitud dado en cualquier parte del mundo desde donde se vea esta estrella.

—Pero seguro que no podéis medir un ángulo con ese pequeño trozo de madera.

—No lo puedo medir —admitió—, pero puedo preparar el Al-Kemal para que me diga en cualquier momento cuándo me encuentro en un determinado círculo de latitud respecto del punto de partida, y esto se verificará en cualquier punto del mundo en que me encuentre ya que todo depende de una estrella fija, la Estrella Polar.

—Aun así parece imposible.

—Mirad la Estrella Polar —le dijo, señalándola en el cielo— y tened el Al-Kemal a la altura de los ojos con la mano izquierda. ¿Veis la muesca que hay en uno de sus lados?

—Sí.

—El lado que tiene la muesca tiene que estar siempre hacia arriba cuando lo estéis utilizando.

—¿Y para qué sirve la cuerda?

—Esto viene después. Por ahora mantenedlo así. Ahora, sujetad la tablilla con la mano izquierda, entre vos y la estrella, de tal modo que el borde posterior esté exactamente al nivel del horizonte.

Le era difícil ajustar el pequeño trozo de madera, así que Andrea se puso detrás de ella, a la altura de los hombros, para moverle el brazo hacia arriba o hacia abajo hasta que el borde posterior se situara al nivel del horizonte.

—Fijaos ahora en que la tablilla tapa la Estrella Polar —le indicó—. Esto significa que lo tenéis demasiado cerca de los ojos. Moved el Al-Kemal poco a poco, alejándolo de vos, haciendo un pequeño ángulo entre su lado superior e inferior y vuestros ojos, pero con cuidado de que el lado posterior no pierda el nivel del horizonte.

Mientras él le guiaba la mano, ella movía el instrumento hacia atrás y hacia adelante, hasta que pudo ver la estrella a través de la muesca de la parte superior de la tablilla.

—Ahora —dijo triunfante— el ángulo formado por vuestros ojos, y la parte superior e inferior de la tablilla es exactamente el mismo que el ángulo que vuestros ojos forman con el horizonte y la Estrella Polar.

—Lo veo —afirmó doña Leonor—. Cuando miro debajo de la tablilla mi línea de visión va recta hacia el horizonte, y cuando miro a través de la muesca de la parte superior del instrumento, mi línea de visión se dirige en línea recta sobre la tablilla hacia la Estrella Polar.

La joven parecía no haberse dado cuenta de que estaba prácticamente entre los brazos de Andrea cuando éste se le acercó para sujetarle las manos y que no se le movieran al usar el instrumento.

—Todo lo que tenemos que hacer ahora —continuó Andrea— es asegurarnos de que podemos volver a medir este mismo ángulo usando el Al-Kemal y la Estrella Polar, y es muy fácil.

Doña Leonor se rió.

—A vos todo os parece fácil, pero a mí me parece increíblemente complicado.

—Levantad el cordel que está atado a la tablilla de madera —le indicó Andrea— y ponedlo entre los dedos de la mano derecha hasta que podáis tocaros la nariz con el cordel estirado y sin mover el Al-Kemal.

La joven siguió sus instrucciones y estiró el cordel entre los dedos hasta que llegó a la altura de la nariz.

—Mantenedlo en ese punto —le pidió Andrea—. Tenemos que hacer un nudo ahí.

—¿Para qué? —preguntó fray Mauro mientras Andrea hacía un nudo con gran habilidad en el punto señalado de la cuerda.

—El nudo será el punto que marque el triángulo formado por el Al-Kemal y su base —exclamó doña Leonor—. Entonces, si pongo el nudo en la nariz y miro a la Estrella Polar por una parte del instrumento y al horizonte por la otra, podré saber si estoy en el mismo paralelo de latitud de Sagres aunque estuviera en la otra punta del mundo.

—Merecéis el título de navegante, señora —le dijo Andrea—. Ahora os plantearé un problema de navegación. Supongamos que estáis en el mar y miráis a la Estrella del Norte con el Al-Kemal y la halláis sobre el borde superior. ¿Qué haríais?

Frunció el entrecejo un momento, y después se le iluminó la cara.

—Pues significaría que yo me encontraría al norte del círculo de latitud que me llevaría a casa, así que tendría que poner rumbo al sur.

—¿Y si la estrella estuviera bajo el borde del instrumento?

—Navegaría hacia el norte hasta que viera la estrella en el punto exacto de la muesca —dijo ilusionada—. Así que podría girar directamente hacia el oeste y casi llegar a las Azores.

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