El bueno, el feo y la bruja (31 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Esos eran los que más me molestaban, gente básicamente buena que había sido tentada por un poder más fuerte que su voluntad. Daban pena. Sus almas eran devoradas lentamente para pagar el coste de la magia negra con la que habían estado jugando. Pero los brujos de magia negra profesional eran los que me daban miedo de verdad. Aquellos lo bastante fuertes para traspasar la muerte del alma a otra persona y que fuese ella la que pagase por el coste de su magia. Sin embargo, al final, la muerte del alma encontraba su camino, probablemente llevando consigo un demonio. Lo único que sabía era que había gritos y sangre y se oían grandes explosiones que sacudían toda la ciudad. Y entonces ya no tenía que volver a preocuparme por ese brujo en particular nunca más.

Yo no tenía una voluntad tan fuerte. Lo sabía, lo aceptaba y evitaba el problema rehuyendo las líneas luminosas siempre que podía. Esperaba que adoptar a un pez como familiar no significase el inicio de un nuevo camino, sino solo un bache en mi trayectoria actual. Miré a
Bob
y juré que no era más que eso. Todas las brujas tenían familiares y no había nada en el hechizo que perjudicase a nadie.

Respiré hondo lentamente y cerré los ojos para prepararme para la consiguiente desorientación al conectarme con la línea luminosa. Paulatinamente enfoqué mi segunda visión. El olor a ámbar quemado me hizo cosquillas en la nariz. Un viento invisible movió mi pelo, aunque la ventana de la cocina estaba cerrada. Siempre hacía viento en siempre jamás. Me imaginé que las paredes que me rodeaban se volvían transparentes y así lo hicieron en mi mente. Mi segunda visión se amplió y la sensación de estar en el exterior se hizo más fuerte hasta que el escenario mental, más allá de las paredes de la iglesia, se hizo tan real como la encimera, ahora invisible bajo mis dedos. Con los ojos cerrados para bloquear mi visión mundana, miré alrededor de la ya inexistente cocina con la imaginación. Nick no aparecía por ninguna parte y el recuerdo de los muros de la iglesia se había desvanecido para convertirse en finas líneas de tiza plateada. A través de ellas, veía el paisaje que me rodeaba.

Parecía un parque con una bruma rojiza reflejándose en el fondo de nubes, donde debería estar Cincinnati, ocultándose tras unos raquíticos árboles. Era sabido que los demonios tenían su propia ciudad construida sobre las mismas líneas luminosas que Cincinnati. Los árboles y plantas despedían un brillo rojizo similar y, a pesar de que no soplaba ningún viento entre los tilos fuera de la cocina, las ramas de los raquíticos árboles de siempre jamás oscilaban en el viento que me levantaba el pelo. Había gente a la que le encantaban las discrepancias entre la realidad y siempre jamás, pero a mí me parecían inquietantemente incómodas. Algún día subiría a la Torre Carew y miraría con mi segunda visión hacia la ciudad de los demonios, brillante y rota. Se me encogió el estómago. Sí, seguro que lo haría.

Mi vista se sintió atraída hacia el cementerio por las descarnadas tumbas, blancas y casi brillantes, que junto con la luna eran las únicas cosas que parecían no emitir ese brillo rojizo y seguían inalteradas en ambos mundos. Reprimí un escalofrío. La línea luminosa formaba un chorro rojo de aspecto sólido que apuntaba directamente hacia el norte, a la altura de mi cabeza y por encima de las tumbas. Era pequeña, de apenas dieciocho metros, más o menos, pero tan poco usada que parecía más fuerte que la enorme línea sobre la que se asentaba la universidad.

Era consciente de que Nick probablemente también estuviese mirando con su propia segunda visión y alargué mi voluntad para tocar el lazo de poder. Me tambaleé y me esforcé por mantener los ojos cerrados mientras me agarraba con fuerza a la encimera. El pulso me dio un vuelco y se me aceleró la respiración.

—Estupendo —mascullé, pensando que la fuerza que me atravesaba parecía más fuerte que la última vez.

Me quedé de pie sin hacer nada mientras el influjo continuaba e intenté equiparar nuestras fuerzas. Me hormigueaban las yemas de los dedos y me dolían los dedos gordos de los pies al refluir la fuerza por mis extremidades teóricas, que se reflejaban en las reales. Finalmente empezó a equilibrarse y un rastro de energía me abandonó para reunirse de nuevo con la línea. Fue como si yo formase parte de un circuito y el paso de la línea hubiese dejado un residuo brillante que me hacía sentirme viscosa.

La unión con la línea luminosa resultaba embriagadora, ya no podía mantener por más tiempo los párpados cerrados y se me abrieron de golpe. La atestada cocina reemplazó los trazos plateados. Mareada y desorientada, intenté reconciliar mi imaginación con la visión mundana, usando ambas simultáneamente. Aunque no podía ver a Nick con mi segunda visión, podía proyectar sombras sobre él con mi visión normal. A veces no había diferencias, pero apostaba a que Nick no sería de ese tipo de personas. Nuestras miradas se cruzaron y noté cómo se me desencajaba la cara. Su aura estaba bordeada de negro. Eso no era necesariamente malo, pero apuntaba hacia una incómoda dirección. Su delgada envergadura parecía demacrada y mientras que normalmente su semblante de ratón de biblioteca le daba antes un aire de erudito, ahora tenía un trasfondo peligroso. Pero lo que más me chocó fue la sombra circular negra en su sien izquierda. Era donde el demonio del que me salvó le había dejado su marca, un recordatorio de la deuda que algún día Nick tendría que saldar. Inmediatamente me miré mi muñeca. Mi piel solo presentaba la habitual cicatriz que sobresalía con forma de círculo con una línea que lo cruzaba. Eso no significaba que eso fuese lo que Nick veía. Levanté el brazo y le pregunté.

—¿Está de color negro?

Él asintió solemnemente. Su apariencia habitual empezaba a superponerse a su amenazadora imagen en mi imaginación al vacilar mi segunda visión a la fuerza de mi misión mundana.

—Es la marca del demonio, ¿no? —dije pasándome los dedos por la muñeca. Yo no le veía ni rastro de negro, pero tampoco podía verme el aura.

—Sí —dijo en voz baja—. ¿Te habían dicho que, eh, que se te ve muy distinta mientras canalizas una línea luminosa?

Asentí y mi equilibrio flaqueó al chocar ambas realidades. «Distinta» era mejor que «horripilante», que era lo que Ivy me llamó una vez.

—¿Quieres salir del círculo? No lo he cerrado todavía.

—No.

De inmediato, me sentí mejor. Un círculo cerrado correctamente no podía ser roto salvo por su creador. No le importaba quedarse atrapado dentro conmigo y su demostración de confianza era gratificante.

—Muy bien, entonces. Allá voy. —Respiré hondo para calmarme y mentalmente moví el fino reguero de sal de esta dimensión hasta siempre jamás. Mi círculo dio el salto con la rapidez de una goma elástica disparada contra mi piel. Me sobresalte cuando la sal desapareció de golpe y fue reemplazada por un círculo igual de siempre jamás. Sabía que sentiría un escalofrío en la espalda, pero siempre me sorprendía.

—Odio que haga eso —dije mirando a Nick, pero él estaba mirando fijamente el círculo.

—Vaya —exclamó impresionado—, mira eso. ¿Sabías que iban a hacer eso?

Seguí su mirada hacia las velas y me quedé boquiabierta. Se habían vuelto transparentes. Las llamas seguían oscilando, pero la cera verde resplandecía con un aspecto irreal.

Nick se bajó deslizándose de su taburete y se acercó cuidadosamente por detrás de la encimera para evitar tocar el círculo. Se agachó junto a una de las velas y casi me entra el pánico cuando extendió un dedo para tocarla.

—¡No! —grité y él retiró la mano sobresaltado—.
Mmm
, creo que se han pasado a siempre jamás junto con la sal. No sé qué pasaría si las tocases. Mejor… no lo hagas, ¿vale?

Él asintió y se puso de pie. Con aire intimidado volvió a su taburete y no volvió a tomar la tiza. Iba a quedarse mirando. Le sonreí débilmente y no me gustó sentirme en semejante desventaja con la magia de líneas luminosas; pero si seguía la receta todo saldría bien.

Todo el poder, salvo los restos que había extraído de la línea luminosa, recorría ahora mi círculo. Podía sentirlo presionando mi piel. La lámina de siempre jamás era de una molécula de espesor y tenía el aspecto de un líquido rojizo entre el resto del mundo y yo, creando una cúpula justo sobre mi cabeza. Nada podía atravesar las bandas de realidades alternantes. La esfera oblonga también se reflejaba por debajo y si hubiese atravesado alguna tubería o cable eléctrico, el círculo no sería perfecto, sino que sería vulnerable en ese punto.

A pesar de que la mayoría de la fuerza de la línea luminosa había servido para sellar el círculo, aún había una acumulación secundaria dentro de mí. Era más lenta, casi insidiosa. Continuaría hasta que rompiese el círculo y me desconectase de la línea luminosa. Las brujas de líneas luminosas sabían cómo almacenar ese poder, pero yo no y si permanecía conectada a la línea luminosa demasiado tiempo, me volvería loca. La hora escasa que necesitaría para terminar no sería ni mucho menos demasiado tiempo.

Convencida de que mi círculo era seguro, abandoné por completo mi segunda visión y perdí la visión del aura de Nick.

—¿Lista para el segundo paso? —me preguntó y asentí.

Apartando los pentagramas se acercó más el viejo libro. Arrugó el ceño mientras recorría con el dedo el texto dejando una marca de tiza.

—Ahora debes quitarte todos los amuletos y hechizos que lleves. —Levantó la vista—. Quizá deberías haberte dado un baño de sal.

—No, los únicos hechizos que llevo son amuletos. —Me quité el que me había prestado mi madre y el cordón se enganchó en mi pelo. Me llevé la mano al cuello y le dediqué a Nick una media sonrisa cuando lo pillé mirándome. Tras un momento de vacilación, me saqué el anillo del meñique y lo dejé a un lado.

—¡Lo sabía! —exclamó Nick—. Sabía que tenías pecas. Era por el anillo, ¿verdad?

Alargó el brazo para cogerlo y se lo di por encima del barullo de cosas que había entre ambos.

—Me lo regaló mi padre cuando cumplí trece años —dije—. ¿Ves la incrustación de madera? Tengo que renovarla cada año.

Nick me miró por debajo de su flequillo.

—Me gustan tus pecas.

Avergonzada recuperé mi anillo y lo puse a un lado.

—¿Qué hago ahora?

Miró hacia abajo.


Mmm
… prepara el medio de transferencia.

—Hecho —dije dándole un golpecito al caldero con el hechizo para escuchar su sonido. No estaba nada mal.

—Vale… —Se quedó en silencio y el tictac del reloj pareció sonar más fuerte. Siguió leyendo—. Ahora tienes que ponerte de pie sobre tu espejo adivinatorio y empujar tu aura hacia abajo, hacia tu reflejo. —Arrugó los ojos con gesto de preocupación al cruzarse nuestras miradas—. ¿Sabes hacer eso?

—En teoría. Por eso he sido tan escrupulosa con el círculo. Hasta que recupere mi aura, seré vulnerable a cualquier cosa. —Nick asintió y se quedó con la mirada perdida, pensativo—. ¿Me observas para decirme si funciona? No puedo ver mi propia aura.

—Claro. No te va a doler, ¿verdad?

Negué con la cabeza y cogí el espejo adivinatorio para dejarlo en el suelo. Miré hacia abajo para ver su oscura superficie y me recordó por qué me había esforzado tanto para evitar la magia de líneas luminosas. Su perfecta negrura pareció absorber toda la luz, pero al mismo tiempo seguía brillando. No podía verme reflejada en él y me dio repelús.

—Descalza —añadió Nick y me quité las zapatillas. Respiré hondo y me puse sobre el espejo. Estaba tan frío como negro y tuve que reprimir un escalofrío. Sentí como si fuese a colarme por él, como si fuese un pozo.

—Aahh —exclamé poniendo cara rara ante la sensación de absorción bajo los pies.

Nick se quedó mirando y se levantó para mirar a mis pies por encima de la encimera.

—Funciona —dijo quedándose pálido de repente.

Tragué saliva y me pasé las manos por la cabeza como si me escurriese agua. Me dolía la cabeza con palpitaciones.

—Oh, sí —dijo Nick con tono asqueado—, así sale mucho más rápido.

—Es una sensación horrible —mascullé sin dejar de empujar mi aura hacia los pies. Sabía que estaba yéndose por el suave dolor que su ausencia dejaba. Tenía un regusto metálico en la lengua y miré a la superficie negra para quedarme boquiabierta al ver en ella mi reflejo por primera vez. Me caía el pelo rojo por la cara, exactamente como habría esperado, pero mis rasgos se perdían en una mancha color ámbar.

—¿Mi aura es marrón? —pregunté.

—Es color oro brillante —dijo Nick mientras arrastraba el taburete hasta mi lado de la encimera—. En su mayoría. Creo que ya está toda. ¿Seguimos?

Noté cierta incomodidad en su voz y lo miré a los ojos.

—Por favor.

—Bien. —Se sentó y se colocó el libro en el regazo. Con la cabeza gacha leyó el siguiente pasaje—. Vale, pon el espejo en el medio de transferencia, con cuidado de que los dedos no toquen el medio o tu aura se volverá a ti y tendrás que empezar de nuevo.

Me negué a mirar al espejo. Me preocupaba verme atrapada en él. Con los hombros tensos volví a ponerme las zapatillas. Me dolían los pies y la cabeza me palpitaba, anunciando una migraña. Si no acababa pronto, mañana iba a tener que encerrarme en una habitación oscura con un paño en la cabeza todo el día. Levanté el espejo y con mucho cuidado lo dejé caer en el medio. Las manchas del geranio salvaje desaparecieron al instante, disueltas por mi aura. Ponían los pelos de punta, incluso a mí y no pude evitar un «ooohhh» de asombro.

—¿Qué viene ahora? —pregunté deseando terminar para poder recuperar mi aura.

La cabeza de Nick se volvió a inclinar sobre el libro.

—Ahora tienes que ungir a tu familiar con el medio de transferencia, pero tienes que tener cuidado de no tocar el medio tú. —Levantó la vista—. ¿Cómo se unge a un pez?

Noté que se me quedaba la expresión desencajada.

—No lo sé. ¿Quizá baste con deslizarlo en el caldero junto con el espejo? —Alargué la mano para coger el libro de su regazo y pasé la página—. ¿No dice nada de cómo convertir a un pez en tu familiar? —pregunté—. Todo lo demás está ahí.

Nick apartó mis manos de las páginas cuando rasgué una.

—No. Prueba a meter a tu pez en el caldero de hechizos. Si no funciona, probaremos otra cosa.

Se me agrió el humor.

—No quiero que mi aura huela a pescado —dije mientras metía la mano en el recipiente de
Bob
y Nick se reía por lo bajo.

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