Asesinato en el campo de golf (23 page)

BOOK: Asesinato en el campo de golf
13.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

Con gran contrariedad para él, Hautet fue interrumpido. Había sido abierta la puerta.

—Señor juez, señor juez —balbució el gendarme de guardia—, hay una señora que dice..., que dice...

—¿Quién habla? —exclamó el magistrado, con justo enojo—. Esto es altamente irregular. Lo prohíbo..., lo prohíbo absolutamente.

Pero una figura esbelta había apartado al balbuciente gendarme. Vestida enteramente de negro, con un largo velo que le cubría el rostro, se adelantó por la habitación.

Mi corazón dio un salto aturdidor. ¡Es decir, que había venido! Todos mis esfuerzos habían sido vanos. Y, sin embargo, no podía dejar de sentirme admirado por el valor que mostraba al tomar aquella decisión tan resueltamente.

Levantó el velo... y me quedé sin respiración. Pues, aunque extremadamente parecida a ella, aquella joven ¡no era Cenicienta! Por otra parte, ahora que la veía sin la peluca de color de lino que había llevado en el teatro, reconocí en ella a la muchacha de la fotografía hallada en la habitación de Jack Renauld.

—¿Es usted el juez de instrucción, monsieur Hautet? —preguntó.

—Sí; pero prohíbo...

—Me llamo Bella Duveen. Deseo entregarme como autora del asesinato de monsieur Renauld.

Capítulo XXVI
-
Recibo una carta

«Amigo mío: Ya lo sabrás todo cuando recibas la presente. Nada de lo que yo podía decir ha hecho mella en mi hermana. Ha ido a entregarse. Estoy cansada de luchar.

Ahora sabrás que te he ocultado la verdad, que he pagado tu confianza con mentiras. Quizá te parezca esto inexcusable; pero, antes de desaparecer de tu vida para siempre, quisiera darte a conocer cómo ha ocurrido todo. Si supiera que habías de perdonarme, quedaría más tranquila. No lo he hecho en beneficio propio..., esto es lo único que puedo ofrecerte en mi defensa.

Empezaré refiriéndome al día en que te conocí en el tren que venía de París. Me encontraba entonces intranquila por Bella. Mi hermana se hallaba aquellos días desesperada con motivo de Jack Renauld. Bella se hubiera echado al suelo para que él pasara por encima, y, cuando vio que empezaba a cambiar y dejaba de escribirle con la frecuencia acostumbrada, empezó, por su parte, a atormentarse. Se había metido en la cabeza que Jack estaba encaprichado por otra muchacha..., y, desde luego, los hechos demostraron que no se había equivocado. Tomó la determinación de ir a Merlinville con intención de verle. Sabía que yo no aprobaba este paso y se me escapó. En Calais descubrí que no estaba en el tren y decidí no irme a Inglaterra sin ella. Tenía la sensación de que iba a pasar algo horrible si yo no podía evitarlo.

Acudí a la llegada del tren siguiente, de París. Venía en él, resuelta a dirigirse inmediatamente a Merlinville. Discutí con ella lo mejor que supe; pero fue inútil. Estaba excitada y había de salirse con la suya. En consecuencia, me lavé las manos. ¡Yo había hecho cuanto había podido! Iba haciéndose tarde. Me fui al hotel y Bella salió camino de Merlinville. Continué sin poder librarme de la sensación de que, como se lee en los periódicos, era inminente un desastre.

Vino el día siguiente..., pero no Bella. Me había dado una hora para encontrarnos en el hotel, pero no compareció. No tuve señales de ella en todo el día. Mi ansiedad iba creciendo. Luego llegó el diario con la noticia.

¡Fue horrible! No podía estar segura, naturalmente, pero tenía un miedo espantoso. Imaginé que Bella había visto a Renauld padre y le había hablado de sus relaciones con Jack, y que él la había insultado o algo así. Las dos tenemos el genio muy vivo.

Salió luego a relucir todo el asunto de los extranjeros enmascarados, y empecé a tranquilizarme un poco. Pero aún me atormentaba el hecho de que Bella no hubiese acudido a la cita conmigo.

A la mañana siguiente estaba tan azorada que no pude menos de ir a villa. Lo primero que hice fue tropezar contigo. Todo esto lo sabes ya... Cuando vi al muerto con un aspecto tan parecido al de Jack, y con el sobretodo de fantasía de Jack, ¡comprendí! Y allí estaba el misino cortapapeles, ¡maldita arma!, que Jack había regalado a Bella... Había diez posibilidades contra una de que tuviese sus huellas dactilares. No podría acertar a explicarte el horror y el desamparo que sentí en aquel momento. Sólo veía una cosa con claridad: que tenía que apoderarme de aquella daga y desaparecer con ella antes que se advirtiese que faltaba. Fingí un desmayo y mientras ibas a buscar agua la cogí y la escondí en mi ropa.

Te dije que me alojaba en el Hotel du Phare; pero, por supuesto, me fui directamente a Calais y de allí a Inglaterra con el primer barco. Cuando estábamos en la mitad del Canal tiré al mar ese diablillo de daga. Luego, sentí que podía volver a respirar.

Bella estaba en nuestros alojamientos de Londres como si nada hubiera pasado. Le dije lo que había hecho y que ella estaba en seguridad por algún tiempo. Me miró y empezó luego a reírse..., reírse..., reírse..., ¡era horrible oírla! Pensé que lo mejor que podíamos hacer era mantenernos ocupadas. Se hubiera vuelto loca si hubiese tenido tiempo de pensar en lo que había hecho. Por fortuna, nos contrataron en seguida.

Y luego te vi a ti y a tu amigo observándonos aquella noche... Me puse frenética. Debíais de tener sospechas o, de lo contrario, no nos hubierais seguido la pista. Tenía que saber lo peor, y, por consiguiente, fui a tu encuentro. Estaba desesperada. Y en seguida, antes de tener tiempo de decir nada, descubrí que sospechabas de mí, no de Bella. O, por lo menos, que creías que yo
era
Bella, puesto que había robado la daga.

Yo desearía, querido, que hubieras podido leer en el fondo de mi conciencia en aquel momento... Quizá así me perdonarías... Estaba tan asustada, tan desesperada y confusa... Todo lo que pude poner en claro fue que intentarías salvarme a mí..., no sabía si hubieras querido salvarla a ella...; me parecía que, probablemente, no... ¡No era la misma cosa! ¡Y no podía correr el riesgo! Bella es mi hermana gemela; tenía que hacer por ella cuanto fuese posible. Por esto continué mintiendo...; me sentí envilecida por ello...; sigo sintiéndome envilecida... Esto es todo; y dirás que ya es bastante. Hubiera debido confiar en ti... Si yo hubiese...

Tan pronto como trajo el diario la noticia de la detención de Jack Renauld, todo estuvo listo. Bella no quiso ni esperar a ver cómo iban las cosas...

Estoy muy cansada. No puedo escribir más.»

Había empezado a firmar
Cenicienta
, pero lo había tachado y escrito en su lugar
Dulce Duveen
.

Era una epístola mal escrita, borrosa, pero la guardo aún. Poirot estaba conmigo cuando la leí. Los pliegos cayeron de mis manos, y le miré.

—¿Supo usted siempre que era... la otra?

—Sí, amigo mío.

—¿Por qué no me lo dijo?

—En primer lugar, apenas podía parecerme concebible que incurriera usted en semejante equivocación. Había visto la fotografía. Las hermanas se parecen mucho, pero no es imposible distinguirlas.

—Pero ¿y el cabello rubio?

—Una peluca usada para formar un contraste llamativo en el escenario. ¿Es concebible que entre dos gemelas una lo tenga rubio y la otra oscuro?

—¿Por qué no me lo dijo aquella noche, en el hotel, en Coventry?

—Se había mostrado usted algo arbitrario en sus métodos, amigo mío —contestó Poirot secamente—. No me dio la oportunidad.

—Pero después...

—¡Ah, después! Bueno, para empezar, me ofendió su falta de confianza en mí. Y luego, necesitaba ver si sus... sentimientos resistirían la prueba del tiempo; si en realidad se trataba de amor o de una llamarada en la sartén. No le hubiera dejado mucho tiempo en su error.

Hice una seña afirmativa. Su tono era demasiado afectuoso para que le guardase resentimiento. Bajé la vista sobre los pliegos de la carta. De pronto, los recogí del suelo y se los acerqué.

—Lea esto —le dije—. Deseo que lo lea.

En silencio, los leyó por completo. Luego, me miró.

—¿Qué le inquieta, Hastings?

Era aquélla una actitud nueva en Poirot. Sus maneras burlonas parecían totalmente descartadas, y así pude hablarle francamente, sin dificultad:

—No dice..., no dice..., bien: ¡no dice si me quiere o no!

Poirot me devolvió los pliegos.

—Creo que está usted equivocado, Hastings.

—¿En qué cosa? —exclamé, adelantándome con ansiedad.

Poirot sonrió.

—Se lo dice en cada línea de la carta,
mon ami
.

—Pero ¿dónde voy a encontrarla? No hay dirección en la carta. Un sello de Correos francés nada más.

—¡No se excite! Déjelo en manos de papá Poirot. ¡Yo se la encontraré tan pronto como tenga disponibles cinco minutitos!

Capítulo XXVII
-
El relato de Jack Renauld

—Le felicito, Jack —dijo Poirot, estrechando al muchacho la mano calurosamente.

El joven Renauld vino a reunirse con nosotros tan pronto le pusieron en libertad..., antes de partir para Merlinville para reunimos con Marta y con su propia madre. Le acompañaba Stonor. La animación del secretario contrastaba vivamente con el decaído aspecto del muchacho. Era claro que Jack se hallaba cerca de una crisis nerviosa. Sonrió tristemente a Poirot y dijo en voz baja:

—He soportado todo esto para protegerla, y ahora resulta inútil.

—Apenas podía esperar que la muchacha aceptase el precio de su vida —observó Stonor con sequedad—. Estaba destinada a presentarse cuando vio que se iba recto a la guillotina.


Eh ma foi
! ¡Allí se iba sin la menor duda! —añadió Poirot con un ligero parpadeo—. De haber seguido así, hubiera tenido sobre su conciencia la muerte rabiosa del abogado Grosier.

—Supongo que ha sido un borrico bien intencionado —dijo Jack—. Pero me ha atormentado horriblemente. Ya comprenden: yo no podía tomarle por confidente. Pero, ¡Dios mío!, ¿qué va a sucederle a Bella?

—En el lugar de usted —dijo Poirot francamente—, yo no me acongojaría más de lo justo. Los tribunales franceses son muy clementes para la juventud y la belleza, y el
crime passionnel
. Un abogado hábil sacará un montón de circunstancias atenuantes. No va a ser muy agradable para usted...

—Esto no me importa. Ya lo ve usted, monsieur Poirot; en cierto modo, me siento realmente culpable del asesinato de mi padre. A no ser por mí y por mi enredo con esta muchacha, estaría hoy vivo y en buena salud. Y luego, mi maldito descuido al equivocar el sobretodo. No puedo menos de sentirme responsable de su muerte. ¡Esta idea me perseguirá toda la vida!

—No, no —dije yo, intentando calmarle.

—Por supuesto, para mí es horrible el pensamiento de que Bella mató a mi padre; pero yo la había tratado de un modo vergonzoso —continuó Jack—. Después, conocí a Marta y me di cuenta de que había cometido un error. Hubiera debido escribirle y comunicárselo sinceramente. Pero me aterraba la idea de una disputa, de que Marta conociese mi anterior intriga y pensara que había más de lo que en realidad había habido nunca... Bueno: fui un cobarde y seguí esperando que la situación se resolvería lentamente por sí sola. Lo cierto es que continué a la deriva... y sin comprender que estaba enloqueciendo de pena a la pobre niña. Si me hubiese clavado la daga a mí, como era su intención, no hubiera yo recibido más que lo que merecía. Y su modo de presentarse ahora es un verdadero acto de valor. Yo he resistido la prueba; ya comprenden el final.

Guardó silencio por unos segundos, y luego se disparó en otra dirección.

—Lo que no me cabe en la cabeza es por qué vagaba mi padre por allí en ropa interior y con mi sobretodo, a aquellas horas de la noche. Supongo que habría acabado de escabullirse de esos tipos extranjeros y que mi madre debió de equivocarse al decir que habían venido a las dos. O..., o ¿no sería todo eso una trama para desviar las sospechas? Quiero decir, ¿no pensó, no pudo pensar mi madre... que..., que era yo?

Poirot se apresuró a tranquilizarle.

—No, no, Jack. No tenga ningún temor por este lado. En cuanto a lo demás, yo se lo explicaré un día de éstos. Es una historia algo curiosa. Pero ¿quiere usted contarnos lo que ocurrió exactamente en esta noche terrible?

—Hay muy poco que contar. Vine de Cherburgo, como se lo dije, para ver a Marta antes de irme al otro extremo del mundo. El tren llegó con retraso y decidí tomar un atajo a través del campo de golf. Desde allí podía entrar fácilmente en el jardín de Villa Marguerite. Había casi llegado a aquel lugar cuando...

Se detuvo y tragó saliva.

—Adelante.

—Oí un grito terrible. No era fuerte..., una especie de ahogo entrecortado..., pero que me asustó. Por un momento me quedé inmóvil en el sitio. Luego di la vuelta a la espesura de maleza. La luna alumbraba. Vi la sepultura y una figura echada boca abajo con una daga clavada en la espalda. Y luego..., y luego... levanté la vista y la vi a ella. Estaba mirándome como si viese un aparecido..., y así debió de creerlo al principio...; el horror había borrado de su rostro toda otra expresión. Y entonces dio un grito, se volvió y echó a correr.

Nuevamente se detuvo, esforzándose en dominar su emoción.

—¿Y después? —preguntó Poirot con suavidad.

—Realmente, no lo sé. Permanecí por algún tiempo aturdido. Y, después, comprendí que era mejor que me alejase de allí tan deprisa como pudiera. No se me ocurrió que fueran a sospechar de mí; pero temí que me llamasen a declarar contra ella. Fui a pie hasta Saint-Beauvais, como le dije, y me procuré un coche para volver a Cherburgo.

Se oyó un golpe en la puerta y entró un ordenanza con un telegrama que entregó a Stonor. Éste lo abrió y se puso en pie.

—Madame Renauld ha recobrado el conocimiento —anunció.

—¡Ah! —dijo Poirot, levantándose de un salto—. Vámonos todos a Merlinville.

Partimos, pues, más que aprisa, y Stonor, a instancias de Jack, se avino a quedarse para hacer lo que fuese posible en favor de Bella. Jack y yo salimos en el coche del primero.

El viaje duró poco más de cuarenta minutos. Al acercarnos a la puerta exterior de Villa Marguerite, Jack dirigió a Poirot una mirada interrogante.

—¿Qué le parece si se adelantase usted para dar a mi madre la noticia de que estoy en libertad?

—Mientras usted se la da personalmente a mademoiselle Marta, ¿eh? —añadió Poirot con un guiño—. Desde luego, desde luego; yo mismo iba a proponérselo.

Jack Renauld no se entretuvo. Deteniendo el coche, se apeó y subió por el camino hasta la puerta delantera. Nosotros continuamos con el coche hasta Villa Geneviéve.

Other books

Wicked Surrender by T. A. Grey
Fire Mage by John Forrester
Flavors by Emily Sue Harvey
The Abulon Dance by Caro Soles
Rough Attraction by Talon P. S.